Es un libro testimonio en el que su autor, Luis Enrique Coloma, nos demuestra que emigrar es cosa de valientes.
En la presentación de su libro, Luis nos dice:
Mientras residí en el Condado de Los Ángeles, Estado de California, U.S.A., observé cosas nunca sospechadas; descubrí casos que en mi imaginario, ni siquiera de pasito, pude haberlos vislumbrado. En estas circunstancias hice el compromiso de no dejar pasar por alto lo vivido, lo experimentado, lo testificado. Era obligatorio dejar testimonio directo de casi todas mis andanzas, mis aventuras, mis vivencias. De casi todas, porque la memoria, con el paso de los años, se nos vuelve ingrata, pasajera, ave viajera. Si hay poco o mucho que contar, eso es lo de menos, si lo hago de buena o mala forma, igual; lo importante es hacerlo, y hacerlo sin temores y sin dudas.
¿Por qué únicamente los escritores pueden elaborar buenos o malos textos? ¿Por qué sólo ellos pueden dar a conocer situaciones que otras personas, por recelo o algún otro motivo, no nos hemos atrevido a hacerlo? Esta fue mi reflexión al momento de empezar a relatar mis testimonios, de disponerme a contar y a denunciar tantas y tantas cosas, sin temores y sin dudas, recalco.
¿Acaso los pajaritos, siendo tan pequeños en relación a lo que es nuestro entorno, con sus alas chiquititas no remontan grandes distancias y conquistan el espacio? ¿Acaso las mariposas, con lo frágiles que son, no han deslumbrado y siguen deslumbrando con sus maravillosos colores a los más excelsos pintores? O las aguas de un pequeño riachuelo ¿no son capaces de abrirse paso a través de los parajes más agrestes, para poco a poco ir creciendo y, convertidas en caudalosos ríos, llegar en gran torrente a ser parte del gigante de las aguas o gran mar?
Algo parecido decidí elaborar: De letra en letra, de sílaba en sílaba, de palabra en palabra, de oración en oración, de párrafo en párrafo; comenzar a construir esta evidencia, este documento en el que declaro, resumidamente, casi todo lo vivido e investigado en ese mi destierro voluntario y obligado a la vez, en esa mi gran cárcel sin barrotes, en esa mi experiencia adolorida. Y yo, que me vi forzado a dejar esta mi patria, sentí que tenía país para regresar y contar a la gente común y corriente y a las autoridades, lo duro que resulta migrar en estos tiempos.
Si algún objetivo tiene este trabajo, es el de alertar a mis compatriotas sobre lo que les espera en esa tan incierta odisea a emprender. Quien lo afirma es alguien que tomó un avión en Quito y voló directamente hasta el aeropuerto de Los Ángeles, y no tuvo que cruzar dolorosamente, pausadamente y valientemente, ese monstruo de mil garras al que llamamos desierto; ese ogro que devora sueños, esa horrible boca que consume tantas vidas.
Ejemplos de tragedias tenemos a montones; no sabemos cuántos coterráneos o no, han perdido la vida tratando de llegar a conseguir lo que no existe, lo que es una quimera, lo que es ese espejismo llamado “Sueño Americano”. Por todo esto y mucho más, emigrar es de valientes.
Las Naciones Unidas, la conciencia planetaria, están en la obligación de luchar con todas las armas a su alcance, por la eliminación definitiva del inmisericorde tráfico de personas. Los países del orbe, especialmente los desarrollados, los ricos a costa de la explotación a las naciones pobres, deben cambiar obligadamente sus políticas respecto a los migrantes.
En nuestro país, hay que decirlo categóricamente, gracias a las políticas implementadas por el proceso político que vivimos, la realidad es diferente. En el Ecuador, a quienes llegan a este territorio, vengan de donde vengan, se les trata como seres humanos, como a individuos con todos sus derechos. En nuestro suelo no existen “ilegales”.
Que alguien haga entender qué ser viviente perteneciente a la única raza que existe en el planeta, la raza humana, y ha entrado clandestinamente en territorios de otras naciones, merece ser llamado “ilegal”. Para mí, los únicos ilegales son aquellos que califican de esa manera a sus congéneres, únicamente porque la inmensa mayoría de esas personas es pobre, económicamente hablando, y son víctimas de las desigualdades producidas por la mala distribución de la riqueza.
Todos tenemos derecho a migrar, pero quienes lo hacen, deben por lo menos saber a qué circunstancias van a enfrentarse. “No todo lo que brilla es oro”.
Esta es mi historia; estas mis historias.
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