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Descargar gratuitamente el poemario CIUDADES

La Editorial Centro de Estudios Sociales de América Latina pone a disposición de los usuarios la descarga en acceso abierto del libro CIUDADES de Juan Fernando Auquilla Díaz con ilustraciones de José Ignacio Saquicela Arpi y prologado por el poeta Cristian Avecilla Siguenza.

SOLO LO DIFÍCIL ES ESTIMULANTE -Prólogo

Fue difícil para mí escribir estas palabras. Fue retadora la tarea encomendada. Cuando la acepté, honrado, dichoso, no sabía que m sería un desafío tan difícil y por eso mismo tan feliz. Me explico. Lo mejor y lo peor que puede hacer un poeta en otro ser humano es inspirarlo. Y este libro de Juan Fernando me ha inspirado, de manera constante, progresiva, indetenible, y ante él, ante sus páginas y sus poemas, inerme y asombrado, sentía lo mejor: estaba profusamente inspirado por la aventura y la travesía propuesta; y sentía lo peor: me detenía con frecuencia a contemplar, y de la contemplación, partía a la meditación, y a la escritura y a la vida misma, renovado, gozoso.

Por eso, tarea difícil: no podía avanzar y dar término a estas reflexiones porque el mismo poema, sus paisajes, sus recodos, sus mariposas y sus calles, me detenían, me alejaban del sentido práctico del objetivo de darle bienvenida a este libro, y me extraviaba como lector en este periplo hacia la contemporaneidad, hacia uno mismo. Pero siempre avanzaba la aventura, bajo y según la guianza poética que Juan Fernando nos ha extendido con sus palabras y sus trazos de ciudad.

De las calles que no tienen mucho que contarnos, el poeta nos recupera y hace visibles a los seres invisibles. De los laberintos y las telarañas, el poeta nos trae las voces de los adolescentes que planean un atraco o un amor. Así, estas ciudades, como todas las ciudades y todos los lenguajes, son complejidades, arbitrios de homo sapiens, que aminorando los paisajes incrementan nuestras necesidades, que juntando etnias y juntando dramas, incrementan nuestras desesperaciones porque vivimos entre hombres y no entre árboles, porque vivimos bajo vidrios rotos y no en soledad.

Entonces el poeta decide, recuerda, inventa, busca la sal de la urbe, y los cielos se trizan con una luz instantánea, mientras declina el sol dibujando manecillas invisibles. Luego nos llega una invitación a las calles olvidadas, como si
pudiésemos restaurar nuestro pasado con algún reencuentro, y nos llega, también el rumbo, el ritmo y el desencuentro de aquellos que caminan en puntas de pie tratando de aferrarse a sus vidas, vidas que también pasarán.

La cuadrícula, el zigzag, la chacana, la telaraña, el ajedrez, están presentes en este poemario. Hacia el centro se encuentran la dama y al peón arrodillado que pide clemencia, las sirenas de tierra, los animales y la posibilidad del amor.

Y así se van sucediendo las ciudades: la amenazante ciudad arenosa convierte en arena a quien quiera beber de sus aguas; la ciudad deja vuh inventada por los monstruos de la iglesia; la ciudad que aprisiona a quienes la visitan y los convierte en gárgolas; la ciudad circo que nos hace parte de la función; y la ciudad serpiente, que es también
ciudad madre, y ciudad deseo y ciudad dolor.

Y luego, las geografías parecen transformarse en interiores: ya no llegamos a la ciudad, salimos de ella, expulsados, hacia la autopista del sur, hacia la salida del oeste. Y sentimos como nuestra aquella sensación de desaparecer entre el polvo y los nombres escritos por los ancianos, sentimos como nuestra la necesidad de despedirnos y de tener que caminar en sentido contrario para reencontrarnos.

La ciudad es ella, ya sea en los grafitis o en los diseños arquitectónicos; es ella, que se advierte monumental, y que, sin embargo, quienes la visitan solo la imaginan, pues absortos en la contemplación de la puerta principal solo atinan a intuir la gran urbe celeste, pues quienes la conocen solo atinan a temblar de lluvia y de pasión ante la sonrisa leve de lo que se ama, porque: «Esta ciudad no asusta, no hay nada ajeno a ti».

Cómo no iba a ser difícil para mí haber escrito estas palabras si, a cada instante, como dije, me inspiraba y me tenía que detener a contemplar la belleza y el enigma, la sensación de estar adentro y a la vez afuera de múltiples ciudades, adentro y afuera de lo vasto, sacro, que nos trae este pequeño y hermoso libro de Juan Fernando
Auquilla, poeta, amigo, ciudadano.

CRISTIAN AVECILLAS SIGÜENZA
Guayaquil, en tiempos de pandemia, 2020

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