Entre los documentos que encontré en el Archivo notarial de Ambato, me llamaron la atención los expedientes sobre los «amancebados». Tenían prisión y escarmiento público por andar durmiendo en casa ajena. Estos practicantes de secretos adulterios, al ser descubiertos por un ‘soplón’ se sometían a una información sumaria inquisitorial, puesto que la villa de Jambato también tuvo su tribunal. Entre los castigos leves que se les aplicaba a los varones, estaba el trabajo por tres meses en reapertura de acequias destruidas por el terremoto de 1797. Las mujeres debían pagar su culpa trabajando sin remuneración en un obraje existente en el vecino pueblito de Huachi. Si no aceptaban, quedaban encarcelados por meses. En estos legajos se habla de ‘La Ushinga’, denominación hipocorística con que se la conocía a una mujer que se prostituyó en este enclave de caminos que fue Jambato, y que a decir verdad, fundó un prostíbulo desde mediados de los años 1700, constituyéndose, quizá, en el primero en su género que tuvo esta villa, porque las condiciones socioeconómicas abonaban para ello.
Con estos ‘papeles’ tomados de la realidad, recibí el aliento de algunos insinuadores que me presionaron a que compartiera dicha información dando forma de relato novelado. «Solo tiene que zurcir» porque está el argumento y los personajes, me dijo un reconocido escritor de nuestro medio. Le hice caso y me lancé al agua.
La historia de la Ushinga, en la vida real, dura generaciones. Empieza con una mujer emigrada de Andalucía, una gitana tal vez que tenía el oficio de leer carias y adivinar la suerte de los viajeros por América. Las descendientes heredan oficio de amoríos y se amestizan, camuflando su negocio junto a una paila de frituras de chancho con bebidas de chicha fermentada. Lo demás está en el desarrollo de las páginas que tiene este libro.
La vida secreta de Ambato, con nombres tomados de las fuentes de las escribanías coloniales, están aquí. Y no solo se trata de un entorno limitado. La historia tiene que ver con Cartagena de Indias, Popayán, Ambato, Guaranda, Cuenca, y hasta Loja y Lima. La Ushinga existió en la realidad y después de la estructuración de este libro, he dado con muchos documentos colaterales que aportan datos de lo real maravilloso que pasan a nuestra literatura, por ejemplo, la estancia de soldados pos independentistas en Ambato, por meses, que también hacían ‘buen empleo’ de sus horas de ocio en la chichería. Por respeto a la primera edición de prueba, no he querido redimensionar el contenido, y porque igualmente me han dicho muchos lectores, que les gusta como viene estructurado el texto.
Tuve el dilema de contar o compartir tan rica información colonial de varias maneras. Seguir la idea de una novela dialogada. Quería hacer un puro relato, hacer algún ensayo documentado, acomodarme a un cuento con un final inesperado; pero salió esto que entreteje la vida colonial con una magia de vivencias llenas de palabras extraviadas, reforzadas y apuntaladas por el poder de la literatura. Estructuré este trabajo sumando el anecdotario de lo que he leído en los expedientes, y hasta entrecomillando lo que deseo destacar que no son mis inventos. Este es el punto más problemático en esta experiencia. Deben haber lectores que creerán que algunos sucesos sean mis inventos, o parte de la fantasía de novelar; pero no es así.
Heredamos la fantasía como testimonio de nuestra realidad. La credibilidad en lo mágico es un atavismo que difícilmente logra separarse en el imaginario popular. Lo razonable parece ser que pertenece a otra cultura.
Finalizo estas palabras con una apreciación de un escritor argentino que dijo que el trabajo servía como guion para una película, que había encontrado una «capacidad cinematográfica» en esta narración que ponemos en las manos de lectores interesados en leer nuestra realidad envuelta en la magia del tiempo y de la palabra.
Pedro Reino Garcés
EcuadorUniversitario.Com