Norma Molina Prendes
Alfredo González Morales
Existen innumerables conceptos de cultura. Ella ha sido investigada y caracterizada por diversas ciencias –historia, antropología, lingüística, psicología- las que la han abordado en relación con su objeto de estudio.
La cultura se ha relacionado con lo individual, lo espiritual y también con lo artístico, con la creación. Así, la cultura ha sido asumida de manera desintegrada, desvirtualizando su esencia integrativa, vinculada al propio desarrollo humano. Tendencias burguesas asumen esta posición con el objetivo de descontextualizarla y minimizar sus funciones en la historia de los pueblos, los valores que los distinguen, subvalorar las tradiciones y socavar la identidad.
Armando Hart ha dicho al respecto: “La cultura no puede ser limitada al adorno de la vida, no puede ser entendida como accesorio. Divorciada de los espacios concretos de la realización de los individuos, grupos o sociedades, además implica el desmantelamiento de la identidad humana y cultural de las comunidades, implica darle la razón a quienes pretenden sacralizar un nuevo orden de productores y consumidores, de tecnócratas y empelados, de ejecutivos subordinados, lo que en el fondo, y a pesar de todos los afeites con los que se quiera maquillar la realidad, sigue siendo un mundo dividido entre explotadores y explotados. (Hart, 2001:112)
Asumiremos la cultura como esa característica cualitativa del desarrollo de la sociedad y del hombre que expresa por sí misma la medida de la denominación del sujeto histórico de sus propias relaciones con la sociedad, la naturaleza y consigo mismo. La cultura es un producto de toda la actividad humana, incluyendo también al hombre mismo como sujeto histórico, como parte de su producto (Guadarrama, 1990:67); es un fenómeno integral que incluye las realizaciones individuales y colectivas del hombre en la sociedad.
Siguiendo este orden de pensamiento nos resultan valiosas las consideraciones de Pablo Guadarrama (1990) quien, para ahondar en la esencia de la cultura la analiza en dos dimensiones: cultura teórica y cultura práctica, sin que ello implique una fragmentación del concepto.
La cultura teórica es aquella que incluye todos los tipos de conocimientos sobre el mundo que nos rodea y sobre sí mismos, sus reacciones y vínculos esenciales para lo cual es necesario el desarrollo del lenguaje como vía del enriquecimiento conceptual. La cultura teórica se revela a través del descubrimiento de leyes, la especificidad de cada uno de los conocimientos que penetra en la esencia siempre de lo singular, la habilidad para descubrir las interacciones objetivas que existen entre los objetos, procesos y fenómenos, y la elaboración de juicios sobre los fenómenos desde el punto de vista de la necesidad.
La cultura teórica no puede realizarse por sí misma, sino que requiere de una cultura práctica, que es punto de partida, vía y fin, en última instancia. La cultura práctica tiene lugar a través de la autorrealización del individuo, en sus relaciones con la naturaleza, los otros hombres y sí mismo. De modo que existe una relación indisoluble entre cultura teórica y cultura práctica, y, por consiguiente, su separación constituye un atrofiamiento destructivo de su propia esencia. Es improcedente considerar culto a alguien que solo posea o cultura teórica o viceversa.
En este sentido se enrumban las ideas de Hart cuando expresa que “Si la cultura como todos entendemos, es la suma de la creación humana, no puede ser ajena al hombre mismo. Es decir, mientras no asumamos que el hombre es el producto de la cultura y a su vez es intensa y dialéctica, su agente protagónico, estaremos reproduciendo en la práctica, aun cuando esto se oculte mediante formas sofisticadas, modos de extrañamiento y alienación que reducen inequívocamente sus libertades y potencialidades sociales” (2001:112)
De modo que entenderemos la cultura como un resultado de la actividad humana, del hombre como hacedor y resultado de esa cultura. La cultura es la consecuencia de la actividad práctico transformadora del hombre, mediante el cual él se nutre y robustece de manera constante.
La formación Humanístico Cultural
Formación y desarrollo son dos conceptos estrechamente relacionados y se presuponen mutuamente, pues la formación conduce al desarrollo y todo desarrollo a la formación.
Carlos Álvarez de Zayas en su libro La escuela de la vida (1999:9) define a la formación como el “proceso totalizador cuyo objetivo es preparar al hombre como ser social, que agrupa en una unidad dialéctica los procesos educativos, desarrollador e instructivo”.
La formación es, por tanto, un proceso que abarca a la personalidad en su integridad, es decir, comprende tanto lo cognitivo-instrumental como lo afectivo motivacional y volitivo, traducido en comportamientos. Ella constituye un crecimiento en profundidad que se realiza en el tiempo y no en segmento reducido de la vida, y esa realización es, además, el resultado de la conjugación de lo individual y lo colectivo; no se da en el aislamiento sino en la interacción social.
Las dimensiones de la formación integral son la espiritual (ser), la cognitiva (saber), la socio-afectiva (sentir), la técnico-profesional (saber hacer) y la comunicativa (saber expresarse). La formación humanístico cultural constituye parte de la formación integral de la personalidad de los estudiantes, sin ella no se puede hablar de formación en el sentido pleno, como lo aspira el proyecto educativo de la sociedad cubana.
Consideramos que cuando se habla de formación humanístico cultural se presupone, en primer lugar, un contacto reflexivo con el conjunto de experiencias y realizaciones de la humanidad, en cómo fueron creadas, en la labor espiritual y material de los hombres condicionadas por su contexto histórico-social; y en segundo lugar, en cómo lo anterior es aprovechado, siempre sobre la base de la reflexión crítico-valorativa, para “cultivar” la personalidad, manifiesto en modos de entender, de enjuiciar, de sentir, de estilos de pensamiento, de proyección, de creación y de comportamientos generales sustentados en determinados sistemas de principios, en todo momento en correspondencia con las circunstancias temporoespaciales en que:
La formación humanístco-cultural ha de entenderse no solo en términos de conocimientos relacionados con la historia de la humanidad, el proceso de la cultura universal y nacional, los conceptos y categorías que permitan la apreciación de las manifestaciones artístico-literarias, la actualización en el área socio-político y económica, sino también en el enjuiciamiento, la valoración crítica, en asumir el legado cultural como una vía de entender de dónde venimos, quiénes somos y hacia dónde debemos ir.
La formación humanístico cultural comprende, además de conocimientos, un cultivo de la sensibilidad, una actuación, un modo de comportamiento de acuerdo a los imperativos de los tiempos en que el sujeto se encuentra. Una praxis humana digna es el fin último de toda formación cultural.
Torroella (2004) insiste en que la formación cultural posee un alto nivel de síntesis y generalización sobre áreas fundamentales de la realidad. No es un saber erudito de hechos y detalles insignificantes o de una disciplina en particular. La formación cultural “consiste en tener una idea sobre el universo, la naturaleza, de la vida, del hombre, su obra y la sociedad humana y finalmente de sí mismo, de la propia vida”. Pero no basta con poseer el conocimiento teórico general, se requiere de una posición crítica de la información, poseer un espíritu indagador, saber vincular teoría y práctica y participación creadora en la sociedad…
Tomado de la Revista del CONESUP Nº1 Año 2009