Por: Marco Vinicio Vásquez Bernal
La bondad del creador puso en la tierra a un ser que siendo tierna, tiene voluntad de acero; que mostrándose indefensa ha protegido a imperios y a emperadores; que presentándose sencilla guarda en su interior la sabiduría del mundo y que en su silencio narra cada una de las vicisitudes de la vida. Yo la vivo cuando en noches de vela no tengo más apoyo que su cariño, cuando en la soledad del tiempo, su palabra llena mi vida, en mis sufrimientos cuando su mirada me indica el sendero a seguir, y sí, también cuando saboreo mis sueños, es ella quien pone sabor y color.
Es la Madre, aquel ser cuya misión está para proteger, para amar y para curar esas heridas que la inclemencia del tiempo nos impone, cuyos desvelos incomprendidos en lo fatuo de la juventud, labraron el horizonte para que en la serenidad de la existencia se constituyan como caminos de felicidad y alegría. Entendiendo claro que la verdadera alegría yace más allá de la simple sonrisa, está en saberse útil y sentirse capaz de cambiar las estrellas.
Yo la conocí de cabello largo y ojos brillantes, la sentí cuando la pobreza cohabitaba con su dignidad en una humilde morada, la sufrí cuando su anhelo de lograr el bienestar para su familia la alejó de mi lado, en voluntario destierro para beneficiar mí comodidad.
Compartí con ella un sol que nunca fue nuestro y que denunciaba una realidad injusta. De su voz aprendí el credo, la devoción por la madre de los cielos y la capacidad de soñar.
No fui malo, no fui bueno, más molesté su tiempo con mi absurda idea de vivir a plenitud la juventud que al ser efímera exige rapidez, a pesar de todo. Ella estaba allí, siempre, cubriendo mis errores con sus lágrimas, rezando y bendiciendo mi tiempo para que el Hacedor de la Vida guíe mis pasos. Ella saciaba mi hambre con esos manjares que surgen cuando se cocina con amor.
Violeta Bernal es linda, porque es mi madre y porque ella siente mis dolores aunque yo intente cubrirlos con silencio. Estoy seguro será la primera en leer estas líneas, porque ella es la más fiel de mis lectoras, y aunque sé que estas letras se cubrirán con su llanto cuando estén en sus manos, quiero desearle un feliz día de las madres. No es mi intención cubrir mi ausencia con un escrito simple, pronto la abrazaré para juntos reírnos de las vicisitudes de la vida.
Me enseñaron que la grandiosidad no surge ni de la muchedumbre, ni de la palabra bulliciosa, ni del aplauso insensato, surge del compartir, del amar y de la paz del espíritu. Estoy tranquilo porque con la anuencia de mi madre camino el sendero de mis sueños y siento cómo desde lo más alto de los cielos una mirada nos cuida y nos alienta.
Feliz día a todas las madres del mundo, que vuestra bendición no nos falte nunca, que vuestro amor llene el universo y que los hijos entendamos que el tesoro más grande es ese calor de hogar que exige con amor, perdona sin resentimiento y ora por nuestro futuro a pesar de nuestros errores.