América Latina: un punto de inflexión

Por: Mario Toer

Nos tocan vivir tiempos nuevos en América Latina. Después de tres lustros en los que tuvieron lugar cambios de envergadura en la región, la contraofensiva del bloque dominante ha tenido los primeros resultados que le son favorables.

Como es sabido, el triunfo de la alianza de derecha denominada «Cambiemos» en Argentina, por estrecho margen, la mayoría obtenida por la oposición en el parlamento venezolano y el desplazamiento de la presidenta Rousseff en Brasil que pretende obtener su remoción, a lo que podría sumarse el rechazo, por una diferencia también mínima, en el referéndum que permitía una nueva reelección del presidente Morales, nos presentan un escenario diferente en la región.

No resulta difícil percatarse de la presencia del Imperio detrás de varias de las operaciones que han incidido en estos escenarios. La similitud en su concepción y factura, junto a su simultaneidad, lo ponen en evidencia. El cuestionamiento del acuerdo establecido por el gobierno argentino con Irán para intentar proseguir con las indagatorias por el atentado en la mutual judía y que involucraron al presumible suicidio de un fiscal, resultan muy evidentes. A lo que le sigue el intento de involucrar al candidato a gobernador de Buenos Aires en el ajuste de cuentas que ocasionara tres asesinatos, en las vísperas de las elecciones (sin lo cual, a no dudarlo, hoy Macri no sería presidente). La fantástica historia con idas y vueltas sobre el hijo del presidente Morales, así como la extraña caída de un avión con un candidato a presidente en Brasil, se juntan y se parecen a otras campañas de esta índole, siempre muy destacadas por los cuasi monopolios mediáticos que siguen en pie en la región. Tienen la marca en el orillo.

Aún más notable, si puede decirse, es la unánime cruzada «anticorrupción» donde también asoma el estilo de servicios de inteligencia imperiales con sus habituales asociaciones con los de origen local. Sabido es que los partidos del establishment no requieren complejos alambiques para destilar sus recursos. Son consubstanciales a los elencos que conforman. Más aun en este tiempo donde los «ceos» de las corporaciones han dado un paso al frente para hacerse cargo más de cerca de la «cosa» pública. Son los artífices de cuanta conexión legal o negra por la que circula el efectivo por el planeta todo. El trascendido de los «Panamá Papers» no hace más que corroborarlo. Por cierto, no los anima el más mínimo interés moralizante. Pero sabedores que para subsistir en el escenario político, las fuerzas que cuestionan el orden vigente deben contar con recursos, destinados a servicios e informantes para detectar cualquier canal que pueda derivar hacia ese objetivo. No les cuesta mucho. Conocen como nadie el terreno y, cuando no lo consiguen vía gratificaciones, utilizan el chantaje, las prisiones de protagonistas, amenazas a familiares y otros recursos de esta estirpe. De esta manera deviene el desprestigio de lo político en su conjunto, transformado en un objetivo central del bloque dominante. Era evidente que la revalorización popular de la política como instrumento les generaba riesgos imponderables. Por eso también, las opciones que ofrecen, se revisten del mundo de las empresas.

Los golpes «blandos», que ya se han teorizado, se han convertido en la prioridad en las agendas de los servicios del Imperio. Cadenas mediáticas, fueros judiciales, políticos desplazados que hacen de airados denunciantes, con tecnología sofisticada y recursos sin límite, están trabajando en esta tarea a tiempo completo y no se van a amilanar por su tácita evidencia. Es su tarea. Tanto la del Imperio como la de los bloques del privilegio locales. La sofisticación del cerco mediático que los protege se ha convertido en su arma más poderosa. La asociación con jueces parciales es el complemento infaltable.

Denunciarlo sirve, pero sin duda no alcanza. Solo pueden retraerse ante el lenguaje que entienden: el hartazgo y la movilización de las mayorías. Lo pueden demorar pero no lo podrán suprimir.

De allí que lo más importante es detenerse en revisar los flancos que han sido más frágiles para que quienes velan por la perdurabilidad del orden establecido hayan podido penetrar y sembrar algún desconcierto y uno que otro atolondramiento.

De nuestra parte, no decimos que ha concluido un ciclo. Es la versión conceptual de quienes saludan el curso actual. Quieren significar que quienes protagonizaban el «ciclo» previo se encuentran en estado de extinción. Y sabemos que no es así. Que si hay algo que sobresale como ganancia neta de estos tres lustros es que han emergido nuevos y animosos protagonistas que en el siglo pasado carecían de envergadura. Hoy ya han acumulado una creciente sensibilidad para percatarse de los embauques que despliegan los medios de desinformación. Puede que no sean mayoritarios aun, pero son numerosos e intensos. Se han constituido para perdurar. Habrán de ser parte sustancial de la base de sustentación de la próxima oleada por venir. Y tenemos la certidumbre de que los aprendices de brujo del orden establecido están incapacitados para generar un período de bonanza que le otorgue un respiro a las mayorías.

Por eso decimos que ha habido un punto de inflexión y que más temprano que tarde una nueva oleada popular volverá a disponer de alternativas.

Claro que no se trata de aguardar confiados ese momento. Para irrumpir con mayor profundidad en las defensas que están reconstruyendo debemos indagar temas, extender consensos que atenúen los debates superfluos, encontrar los puntos débiles de sus discursos y la mejor manera de hacerlos vulnerables. Comparar lo que está ocurriendo en diferentes escenarios de la región resulta por ello indispensable.

Entre los temas que se vienen suscitando se destaca el de la índole de los liderazgos, imprescindibles como referencia para mancomunar mayorías, pero que en esta etapa deben complementarse con formas de organización y debate colectivo que involucren a nuevos protagonistas El equilibrio entre las energías puestas en las demandas del palacio y la presencia en las plazas, al decir de Álvaro García Linera, es otro aspecto que requiere ponderación y sabiduría. La cuestión de los recursos materiales tiene que pensarse también con creatividad. Sin que supongan esfuerzos indebidos, la participación extendida es una forma importante de consolidar un compromiso.

Sabido es que en el plano de las medidas económicas, la sorpresa es casi siempre indispensable, pero no es así en lo que hace a las concepciones de fondo y menos en la vigilancia por el cumplimiento de las normas que nos preocupan. Repensar la experiencia asociada con la fallida modificación de las retenciones en Argentina, la modificación de precios del combustible en Bolivia o la que intentó ampliar la imposición de las herencias en Ecuador, seguramente deben dejar enseñanzas. Los formatos para la organización popular para coadyuvar a la prevención de cualquier forma de delito también pueden ser impulsados con creatividad y responsabilidad. La construcción de medios confiables que hagan circular la información y den sustento al debate también puede ser una herramienta tecnológicamente accesible que requiere de seriedad y al mismo tiempo facilite la circulación de la ironía indispensable para poner en evidencia el ridículo que orillan los voceros de quienes tenemos enfrente. Los «memes» y los carteles callejeros no deben ser solo patrimonio de las burlas entre los rivales futbolísticos. Es sabido que del ridículo no se vuelve y «ellos» lo transitan con notable frecuencia. La amplitud de los frentes a constituir es otro tema indispensable que no debe quedar a cargo solo de las dirigencias. Desmontar ciertas trabas que alejan a algunas tradiciones es impostergable. Las diferencias sobre interpretaciones de acontecimientos del siglo XIX no pueden ser motivo de divisiones en la actualidad y deben tratarse con responsabilidad entre quienes estudien aquellos acontecimientos. La tradición liberal democrática ha sido un protagonista con gravitación en el campo popular y debe ser plenamente partícipe en la reconstrucción frentista.

Finalmente, aunque no por eso menos importante, resulta crucial que concibamos el tipo de sociedad hacia el que queremos marchar. Los últimos 100 años han sido muy ricos en gestas populares y también han confirmado, como se lo había teorizado, que aspirar a una construcción socialista en la periferia es un emprendimiento que carece de bases de sustentación. La época que vivimos, en la cual la llamada globalización ha tenido que vérselas con crecientes sectores de la población de los países centrales privados de los beneficios que algún tiempo atrás habían alcanzado, nos muestra que resulta indispensable que nuestras luchas se aúnen con los descontentos de las metrópolis. El 1% del privilegio se ha convertido en una grosería insultante tanto aquí como allá. Conocemos los procesos relativamente nuevos que se vienen sucediendo en Europa y EEUU. A veces claros, como el que expresa el reciente Podemos, otras veces en medio de búsquedas como el persistente «5 estrellas» en Italia o el momentáneamente replegado Siryza en el gobierno griego. O los que nos sorprenden en los discursos del líder laborista británico o de quien fuera un duro rival de la señora Clinton en la disputa por la candidatura del partido Demócrata. Otras veces es más confuso, como el que participa del reclamo de exclusión del Reino Unido del Mercado Común europeo. Es cierto que existe una derecha que busca capitalizar el descontento y usar a la emigración y los refugiados como chivo expiatorio ante la pérdida de puestos de trabajo que se vienen produciendo. No hay que subestimarlos pese a que no cuentan con la mística de quienes prometían la grandeza de sus países tras la primera guerra. De allí que se refuerce la imprescindible necesidad de la denuncia de las guerras que vienen destruyendo regiones enteras en Medio Oriente.

La construcción de instancias de intercambio entre periferia y centro vuelve a tener pleno sentido. En la periferia tenemos que ser conscientes que tenemos mucho por hacer. Continuar en el camino que habíamos emprendido a sabiendas que deberemos negociar con el gran capital por un tiempo considerable. Pero debemos tener la certidumbre de que un poder popular debe tener la capacidad de ponerle condiciones. Hay dos modelos posibles. O el del sometimiento para que vengan como quieran, cuando quieran y por lo que quieran, que hoy pretende volver a instalarse, o el que acepta que se trata de negocios pero pretende privilegiar el bienestar de su pueblo. No es sencillo. Pero tenemos referencias que nos permiten considerar que es posible. Los casos de China y Vietnam son bien conocidos. A su manera. Pero en cualquier caso, la historia que nos cuentan de que el sometimiento es la única esperanza es falso. Sí se requieren reglas claras y un poder popular consistente. Nosotros podemos construirlo. Sobre todo porque es evidente que, a esta altura, ellos no las tienen todas consigo.

Revista Política Latinoamericana, Buenos Aires, julio de 2016.

Nota del Director: Este artículo nos fue remitido por el Observtorio Latinoamericano Cronicon.net, aliado de EcuadorUniveritario.Com

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