Foto: Wikipedia
Pór: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato
¿En dónde será que vale dejar las evidencias de quienes merecen el repudio? Creo que los perversos no tienen biografía, porque su accionar es una degeneración del instinto. Cuando el impulso interior de una persona lo vuelca a edificar su propia existencia, implica que está apuntalando su biografía. Pero, si el resultado de lo que piensa es el cinismo, la objetivación de la idiotez y la práctica de la tortura, hasta dar con la anulación y las variadas formas de muerte de su víctima; su accionar interno, que es el nido de los sentimientos que nos dan la vida, como los demuestra atrofiados o putrefactos; esto hace que se merezca el encasillamiento en un registro de patología endemoniada. Esto sería una antibiografía.
Escribir una biografía es eso que los semiólogos llaman discurso de vida. Esto quiere decir de alguna manera que se ha de hablar sobre una sucesión de hechos que operan en el mundo como un esfuerzo de su creatividad: Como en las plantas, porque podemos seguir los procesos en los hombres que nos llevan a cantar a la existencia. Digamos entonces que las biografías nos dan la oportunidad de ejercitar cantos de vida.
¿Qué digo entonces si me topo con los que se “forman” y se enorgullecen de haberse adiestrado en sus cuarteles especializándose en perseguir, torturar y llegar a matar a quien o quienes van a verlos y tenerlos como sus enemigos obedeciendo a consignas de su subdesarrollo mental y emocional? Aunque parezca duro decirlo, pero hay estructuras institucionalizadas donde el hombre “aprende” a deshumanizarse (al margen de que uno aprende deshumanización en la práctica de las sociedades podridas). Esto no calza en lo que llamamos biografía. Las biografías fueron creadas para hablar de ciertas vidas como práctica de virtudes. Escribir sobre atrocidades demenciales es mostrar la negación de la virtud que quiero pensar que no calza en el concepto substancial de una biografía, resignándome a soportar al panegirismo de la egolatría.
Formarse para matar en ningún momento ni en ningún tiempo será una virtud, aunque provenga de una santa indignación, que en este caso puede ser sentida como virtud. Pero claro, primero está el veneno del dogma y una secreta y soterrada inoculación del odio al que piensa diferente, que en esta contienda puede ser el único pensante. Pongamos como ejemplo a los templarios adueñados de “su verdad”.
Leyendo expedientes y comprometiéndome con la historia oral de mi pueblo, asumo como desafío hablar de ese personaje que constituye el capítulo final de una época que caracteriza a nuestra historia como esa edad de oscurantismo, abuso de poder y extorsión sin derecho a la protesta: la Colonia.
Su antibiografía empezaría con citas como esta: “En 1762, a los 8 años de edad, ingresó como cadete al regimiento de infantería de Sevilla, sobresaliendo desde tierna edad como un alumno “destacado y vivaz” (Verguer 1835: 73) En 1774 asciende al grado de teniente con tan sólo 12 años. A los 15 se alistó como voluntario en la expedición española para recuperar la colonia de Sacramento en la banda oriental del río de La Plata de manos de los portugueses (Biografías, Museo Mena Caamaño-Quito). En 1793 estuvo en la invasión de Cerdeña durante la guerra contra la Convención de Francia. Siete años más tarde fue designado Comandante del Cuerpo de Artillería de Sevilla.” (Wikipedia).
Me estoy refiriendo a Melchor de Aymerich que martirizó de tantos modos a nuestro pueblo, sobre todo como el último verdugo que estuvo presente en las batallas de los Huachis en 1820 y 1821, en las cuales hizo gala de su perversidad dejando cientos de cadáveres de soldados quiteños insepultos en los campos de batalla, que pelearon en los dos bandos, bajo amenaza de fusilamiento, puesto que fueron reclutados a la fuerza para defender a los esbirros adulones de esa monarquía podrida. Se estima, según contradictorias fuentes, que en cada batalla murieron cerca de mil soldados en estas batallas que no fue sino una guerra civil.
Después vinieron actos que ha ocultado la historia: prender fuego a las puertas y ventanas de viviendas de los patriotas, sabiendo que había gente adentro. Apresar niños, mujeres y jóvenes para canjear por dinero, joyas y objetos de valor. Facilitar el saqueo a las villas de Ambato, Riobamba y Latacunga. Amnistiar y dejar sin ninguna penalización los atropellos a las mujeres. Robar el patrimonio alimenticio para ese promedio de un mil soldados para cada batalla, que tenían que comer diariamente durante su estancia por estos lares, dejándolos sin aves ni ganados. Confiscar mulas y caballos para su beneficio. Y después de estos actos, sentirse héroes en la borrachera de su poderío.
¿Será esto una biografía? ¿De qué cerebro “lúcido” salieron tantas evidencias de las perversidades en algo enunciadas? De algo que sirva esa sentencia popular que dice: La historia sabrá juzgarlo.