Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato
Apenas uno se despierta ya están ahí, listos, con unas envolventes lenguas históricas llenas de agujas envenenadas que todo lo recogen desde el aire. Todo se lo tragan de un zarpazo y vomitan de inmediato en la propia cara de unos visitantes que no atinan a defenderse con sonrisas. Cada vez que parpadean se los ve cómo se les inflan unos buches hediondos, repletos de aires recogidos en festines en los que las delicias mal digeridas se han transformado en podredumbres estancadas hace siglos. Y desde unas cajas de colores y de luces brillantes, nos lanzan gozosos unas fetideces que se emanan desde sus penetrantes caras ancestrales.
Tienen nombres sacados de unas biblias que solo las leen entre ellos porque son profetas predicadores de todos los descarnes de los miedos. Alguna vez, me dijeron, hubo una protesta de brujas que iban repartiendo espejos por las casas de los vecindarios con el objeto de averiguar a los ingenuos si las querían por lo bellas que se mostraban con algunas partes inentendibles de sus cuerpos, o si las querían por sus lenguas secuestradas a unos traficantes de espectáculos transnacionales. Y también me dijeron que las brujas no sabían cómo interpretar tanta respuesta contradictoria de la gente que tenía esos espejos prendidos en lo alto de sus días y en las secretas intimidades de sus noches, con los mismos colores que tenían sus cosas nuevas, pero antes de que se volvieran colores de la basura; y que además esas caras eran la única forma de tener tranquilizadas a las moscas y a los zancudos que revoloteaban buscando algún destino en donde dejar sus excrementos que siempre son su único aporte valedero.
Ellos son para nosotros unos magos que lo saben todo, porque tienen narices por todo su impecable cuerpo. Tienen orejas que les crecen abajo del ombligo, y hasta en lugares donde se sientan a escuchar murmullos de otros vientres. Y dicen que tiene labios de todos los sabores que los usan a discreción por todos los orificios de su aferrada inteligencia. Se supone que por tanto desarrollo profesional les siguen naciendo lenguas debajo de sus uñitas que deben mostrarse siempre relamidas y limpiecitas. Ellos son unos magos que se comen los ojos de tiburones y de toros de casta, y defecan visiones de mares turbulentos o de corridas populares con indios, llenas de arremetidas feroces, entre parpadeos de escándalos obligados, que sirven para que se mantengan las causas populares y sociales en los más altos niveles de aceptación.
Ellos, que se pusieron apellidos arranchándoles los nombres de los perros que vinieron en la colonia; ellos que también son nuestros hermanos que nos aman desde el aire donde no se mezclan las sangres, son los que más sufren por la gente, por eso preguntan y preguntan cosas que solo ellos tienen las respuestas en la punta de sus pestañas cocteleras. ¿Qué haríamos sin ellos que tienen tantos rezos por la gente, que son más veloces que las águilas, que están antes que lleguen los disparos avisando cómo sangran las heridas causadas por las balas? Qué pena que se me acabe el tiempo y tenga que cortarles. Sigan con nosotros, no cambien de canal, que somos los únicos que estamos protegidos en vivo y en directo, por la espalda con unos resplandores repletos de discretísimas chequeras.