Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato
Si fuésemos griegos pondríamos un poco de filosofía a las palabras; pero como apenas aprendimos griego o raíces grecolatinas en las universidades, como para aprobar la asignatura y olvidarnos luego, tenemos en la cabeza un palimsesto. Esto quiere decir que operamos con un sincretismo. No solo que hemos hecho con las raíces de la palabra, sino que acudimos a los sociolectos, que tienen significaciones, acorde las ha ido acuñando la experiencia popular.
En el mundo mercantil y jerárquico en el que nos desenvolvemos, la autonomía la hemos desviado a pensar en recursos, en el presupuesto que lo asigna el Estado para que algún ungido con las democráticas elecciones de cualquier gremio, de cualquier entidad, de cualquier instancia, pueda aunque sea, como se dice en nuestro medio, “hacer chicha la plata”, sin que nadie le controle, porque las leyes pueden evadirse con inteligentes trampas. Las autonomías criollas son inventos de nuestros políticos que han manejado y manejan presupuestos como cajeros particulares, salvando las excepciones que el caso amerita decirlo, más que creerlo. Ahora tenemos Gobiernos Autónomos Descentralizados, para que, según planificación y rubros, la máxima autoridad tenga bajo su control el baúl que le entrega el Estado. Lo propio lo han tenido y tienen las universidades y la Casa de la Cultura, entre otras entidades autónomas. Desde luego, que con el baúl vacío, se acaban las autonomías y se evidencian las dependencias.
¿Cómo vincular la autonomía en su razón de ser, con lo económico? Pues para ello pongamos el concepto básico: Autonomía significa que el accionar de alguien es capaz de autogobernarse. Las entidades tienen reglas para regirse por sí mismas en función de su cometido social. Los recursos necesarios constituyen su respaldo, pero no son la esencia de las autonomías, puesto que no todo se ha de hacer con plata, sino con iniciativa, con autogestión, con ahorro, con inversión, con celo institucional. La autonomía no puede entregarse a despilfarradores, a inmaduros ni a irresponsables que tomen recursos y desencanten a los gremios o entidades que transitan por senderos de libertad creadora.
Los griegos usaban la autonomía con un sentido de búsqueda de libertad en un sentido político. En nuestra experiencia, las mayores luchas por las autonomías la han hecho los jóvenes en las universidades, aunque algunos “líderes” administrativos (sus rectores por ejemplo) se hayan valido y sigan valiéndose de ello para fortalecer sus haciendas o sus trincheras nefastas. Se sabe que Sófocles, avizorando la metáfora de la tragedia humana, usó la autonomía en sentido de autodeterminación de un pueblo que rechazaba la intromisión de poderes extranjeros. La autonomía hace prevalecer las propias ideas, la autoestima. La autonomía tiene que ver con un sentido de creatividad en donde no encajan los burócratas, los cumplidores de reglamentos. Tampoco vale entregarles la autonomía a los tramposos, a los manipuladores ni a los autoritarios que creen que su palabra está por sobre la de los demás. No se dan cuenta que los saberes son formas de autonomía, mas no el poder al que llegan muchos con sus ignorancias. Para los griegos, como Sófocles, la autonomía tiene que ver con la moral, con la ética social. En Antígona, las convicciones de la heroína superan lo que habían dispuesto los hombres con sus leyes. De tragedia en tragedia, repensemos que hay que meditar mil veces antes de entregar el manejo de la autonomía a los lobos disfrazados de ovejas.
EcuadorUniversitario.Com