Caída libre hacia el infierno

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Por: Carol Murillo Ruiz1.

La endogamia política y económica de las oligarquías en el Ecuador se hace evidente de nuevo. El asunto del proyecto inmobiliario privado de la esposa del actual presidente Noboa está ligado al ámbito de lo público por hallarse, además, en una zona protegida por ser reserva natural. Esta sola conexión fáctica, inobjetable, pone sobre la mesa el viejo debate entre lo público y lo privado, y las audaces operaciones políticas de la elite para mixtificar sus intereses cuando, sobre todo, están intentando hacer gobierno: un gobierno endogámico en términos económico-familiares.

Ahora bien, eso refleja que nuestra democracia entraña una crisis de larga data que nos remonta a épocas postcoloniales. La metáfora de que se “dirige este país como una hacienda” no está lejos de la realidad. Ese tipo de administración hacendataria dibuja, sin dudas, el retroceso del sistema político semiliberal actual y denuncia la clarísima actitud de no acatar lo que dice cuerpo constitucional. Desde hace siete años las oligarquías -que volvieron a capturar el Estado desde junio de 2017- desconocen a priori y a posteriori la vigencia de una Constitución que les estorba porque su carácter garantista no incluye la supremacía de los negocios privados por sobre los derechos de la ciudadanía. Así, abandonar el ámbito constitucional infiere una falta de compromiso con el bien común y los valores de la democracia representativa.

2.

La reciente consulta popular y sus resultados (algunos de los cuales el gobierno intenta desechar), demuestra que ni siquiera la opción electoral, tan cara al disfraz democrático, le es suficiente a la elite, a cada una de sus expresiones políticas, para certificar que no vivimos bajo las ‘reglas’ de la colonia, del patrón, del capataz o del mayordomo seudo moderno sino de una democracia bajo fuego.

Cuando un gobierno no puede guiar un Estado y una sociedad atravesados por una crisis con desiguales variables (económica, sanitaria, social, educativa, delictiva, etc.), es que ese equipo enchufado al Estado no percibe la premisa básica de la gobernabilidad moderna: los males de una sociedad no se individualizan entre buenos y malos, no tienen nombre y apellido, por el contrario, se materializan en las políticas económicas y sociales que cada gobernante adopta -cual brújula- para supuestamente gestionar lo público más allá de la retórica de lo políticamente correcto. Y decimos esto porque las generaciones anteriores de las mismas elites que hoy se han tomado el Estado, por lo menos, respetaban el marco procedimental de la institucionalidad; aunque en los bares privados de lugares cinco estrellas transaran acuerdos para legislar cuerpos legales que las beneficien. Lo políticamente correcto era eso: moverse en varios terrenos y no desprestigiar la parafernalia del establishment… (sino que le pregunten al abuelo del presidente Noboa). Lo anterior solo puede entenderse por la recurrencia -actual- de las oligarquías a no educarse en el campo de la política y solo sumergirse en el charco de los negocios redituables instantáneos. ¿O es que lo políticamente correcto maniobra así ahora? En concomitancia, antes, había ‘delegados’ de las oligarquías, hoy, algunos, pretenden hacer política en directo (gobernar), pero eso desnuda tanto su mínima sapiencia cuanto su indiscutible autoritarismo de clase.

Ergo, la inmundicia política nace del atraso de unas elites habituadas al congelamiento ad infinitum de sus intereses y la agonía de un sistema político que refleja su declive en los personajes que lo encarnan. Seres sin sustancia intelectual, sin formación cabal en historia local y global, sin horizontes de contemporaneidad, sin amor por la ciencia entendida como filosofía de un tiempo hiper tecnológico, sin futuro colectivo, con aires de tribalismo antisocial… Aunque usen las engañifas del capitalismo financiero para modernizarse hacia adentro, endogámicamente, como hemos dicho, a costa de las penurias sociales, por ejemplo, cuando se acude a un banco para obtener un préstamo.

3.

Amén de lo anterior, que ya de por sí es funesto, el otro puntal de la democracia está rajado: la justicia. Quizá por la mediatización direccionada de los casos punibles, el aparato judicial del Ecuador es otro nicho de podredumbre y vergüenza. Jueces atrapados en la burbuja de un poder político sin cautelas se ven impelidos a servir a quienes no deben, pero pueden. El crimen organizado está en todas partes. En el estado y en la sociedad. Es una especie de lluvia que cae y moja al que está ahí por descuido o miseria. Difícil creer que un negocio tan lucrativo, de arriba hacia abajo, no penetre en la vida de adultos, jóvenes y niños; en una circunstancia fatal de desintegración social generalizada, el narcotráfico forja vías para asociarse con elites sin patria y clases bajas sin esperanza; microtráfico que siempre huele a sangre, chantaje y deshumanización sin límites.

Por eso, cuando se decretó el estado de guerra interna asistimos a la impotencia civil de un gobierno para civiles. La encomienda del uso extremo de la fuerza a militares y policías es una medida que trastorna el funcionamiento del sistema político, los soportes de la democracia y la ausencia (programada) del Estado. ¿No es esto señal inequívoca de que el fracaso democrático se lo debemos a las oligarquías que hoy gobiernan? ¿No es el retorno post colonial al estado oligárquico? ¿Es acaso la restauración de una derecha sin hoja de ruta que no sea el autoritarismo bajo órdenes externas? ¿Realmente, aquí en Ecuador, las derechas están organizadas, en términos políticos, o solo es la inercia de los capitales lo que las junta o separa según la bajamar de las crisis periódicas de su voracidad intrínseca?

El gobierno de Noboa nos dice más por su debilidad política que por sus pretensiones ancladas en los uniformes. Una debilidad que de cualquier manera es amenazante porque para no lucirla acude a frases nada inocentes como: “ser pésimo enemigo”, el mismo presidente, frente a adversarios, ministra propia, vicepresidenta propia, ex esposa propia, etc. Entonces, hablar de autoritarismo con la enorme escolta militar y policial es legítimo y se extiende al poder judicial que no olvida quiénes y con qué mandan.

4.

Las izquierdas tampoco están organizadas. Viven en el palacio del silencio. Absorbidas por el discurso único de las derechas, y persistiendo con su hábito de obtener alguna prebenda del Estado… Claro, no todas las izquierdas están debajo de la mesa esperando migajas…

El movimiento indígena (que hoy nadie puede decir que es de izquierda, de modo compacta) vive uno de los momentos más brutales de la despolitización social. Buena parte de su masa ha copiado los ‘valores’ de la pluralidad democrática, es decir, ellos pueden ser de derecha o de izquierda, eso es lo lógico si se vive en democracia. Y los mestizos arrimados a ellos de pronto descubren que tienen que lidiar con los vaivenes de estos tiempos tan densos… y que tienen que guiarlos. Nada más errado e irrespetuoso. Ha pasado mucha agua bajo el puente de la pluriculturalidad. Ellos tienen derecho a todo. A la derecha o a la izquierda, siempre que se lo concedan en plena crisis de los valores democráticos liberales y la fetidez moral de las oligarquías enancadas en el Estado y los seudo partidos que fundan en cada proceso electoral. ¿Dónde se descuidó el movimiento indígena? ¿Qué lo llevo a aplazar sus prioridades políticas y no solo étnicas?

Las izquierdas tampoco están organizadas. Decimos mal: están organizadas para ayudar a destruir la institucionalidad que no le es útil a la derecha, y que nació del reformismo que objetan. No hay que olvidar que el “trujillato” fue una entelequia armada también por esas izquierdas puristas que vieron al Consejo de Participación Ciudadana y Control Social como un cuco. Y claro, a la vuelta de la esquina, sí lo convirtieron en un cuco que alimenta disputas y escándalos insanos.

Sin embargo, pocos ven la agonía de la democracia. Todavía quieren sacar tajada de angas o de mangas. Aún creen que podemos vivir del fango y el caos. Y del fascismo en ciernes.

Ojalá veamos que el futuro se lo hace hoy con las ideas y las herramientas que se tengan.

Ojalá logremos extirpar el tumor que le han incrustado a la democracia formal.

Ojalá sintamos que estamos en caída libre hacia el infierno.

Quito, 16 de mayo de 2024.