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El Centro Histórico de Quito nos conquista y nos conmueve con la Fiesta de la Luz

Mauricio Rodas, Alcalde de la Muy Ilustre Ciudad de Quito, Patrimonio Cultural de la Humanidad, ha tenido el gran acierto de organizar la segunda edición de la Fiesta de la Luz que en Agosto activa la oferta de eventos culturales de la Capital de la República e ilumina durante cinco días, del 9 al 13 de agosto, el Centro Histórico más bello de América Latina.

Todas las noches y hasta el próximo domingo 13 de agosto la Fiesta de la Luz presenta las obras de artistas locales y extranjeros, en la iglesia de Santo Domingo, la Merced, la Catedral, la Basílica del Voto Nacional, la Plaza Chica, la Plaza de San Blas, la calle Sucre y la Plaza del Teatro.

En la Basílica se presentan dos obras: Altar de luz, de la artista ecuatoriana Isabel Páez y Basilicolor, del artista francés Patrice Warrener, que se exhibe en el ala sur de esta iglesia.

En la Catedral, otro de los nuevos espacios escogidos para este año, se presenta la obra Un universo poético, de Daniel Knipper y en la Plaza Andrade Marín (Plaza Chica) la obra Platonium, de Eric Michel y Akari Lisa Ishii. Una de las obras realizadas por artistas locales (Fidel Eljuri y Nicola Cruz) es Estratos. Una composición diseñada a partir de sonidos analógicos, grabaciones de campo, imágenes en movimiento y gráficos generados por computadora, que exploran desde lo audiovisual la geografía y biodiversidad del Cotopaxi.

Quito ha ido cobrando –ésa es su aspiración de hogaño- los perfiles de una ciudad moderna. Aunque todavía a pausas, una fuerza de renovación, que es la fuerza de la vida, ha ido dándole otra fisonomía, y con ella ese carácter de arrogante indiferencia que es común al mundo de nuestros días. Pero hay una zona de Quito poco dócil a la exigencia de los cambios, en la que precisamente se encuentra este su centro histórico. En ella está, quizás, lo más legítimo y sustantivo de su personalidad: una suma de condiciones que la alinean con aquellas ciudades en las que Ortega y Gasset hallaba una suprema energía de perduración, porque habían sido construidas de una vez para siempre. Los afanes de modernización, que han amagado a Quito por todos sus costados, afortunadamente no han lastimado sino con esporádicos zarpazos la imagen de esta antigua zona de la urbe. Las pardas milicias de los nuevos constructores, que, seducidas por la vehemencia de los cambios, se han hecho convictas de la práctica infame de la disolución de la historia, no han conseguido, en verdad, abrirse paso fácil por entre los muros centenarios del Centro Histórico de Quito. Y cuando un nuevo edificio ha conseguido levantar por aquí su petulancia de agigantados contornos, se ha quedado él sonando como un escándalo, mientras las construcciones vecinas, amantes del dulce compás de otrora, parece que se han recogido en su torno para maldecirlo en voz baja.

La Fiesta de la Luz nos ha impuesto la obligación de poner nuestra mirada de observadores inteligentes en la piedra venerable de los templos, plazas, lonjas y cruces del Quito antiguo. La Fiesta de la Luz nos ha podido advertir que este núcleo de la capital tiene una relación fraterna con el paisaje. Las cúpulas, las torres y los tejados riman con los cabezos, las cumbres y las tajaduras de nuestras sierras.

La Fiesta de la Luz nos revela que el trabajador quiteño de otras épocas, con un apego instintivo a su paisaje, y paciente como humilde, fue creando una ciudad que no es sino el milagroso reflejo de la naturaleza que nos rodea. Ella es quien se mira en estos muros. Por eso lo más castizo de nuestro espíritu se halla en este Quito de ataño.

Como un homenaje a nuestra bella Carita de Dios tratemos de que se respete estas piedras memorables. Nuestra historia será cada día más fantasmagórica, más mítica, si destruimos esos únicos testigos irrecusables de nuestro pasado.

Acaso pocas veces ha aparecido más grande el genial escultor francés Augusto Rodin que cuando se levantó a defender los monumentos sagrados de su patria, amenazados por los constructores de las nuevas ciudades. Hizo oír entonces esta admonición: “ toda Francia está en las catedrales como toda la Grecia está bosquejada en el Partenón”. Haríamos bien en recomendar la preservación celosa de los templos y otros monumentos arquitectónicos del viejo Quito. Pocas ciudades americanas son ahora el cillero de historia y arte que es la nuestra. No hay apenas construcciones coloniales ni apenas tesoros artísticos como los nuestros. Salvémoslos como una lección de grandeza para las nuevas generaciones, ya que tan endeble es esa vocación en la confusa y desordenada atmósfera de nuestro tiempo.

Caspicara, Olmos, Miguel de Santiago han muerto. Ni siquiera sabemos dónde están sus despojos. Pero, Quito es Patrimonio Cultural de la Humanidad porque sus obras de arte que nos legaron perduran para honra y orgullo de todos los ecuatorianos.

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