¿Cómo debe ser la universidad ecuatoriana?

La universidad ecuatoriana, a veces extraviada en la niebla de cierta democracia anarquizante o el autoritarismo exacerbado, derrama su aureola académica sobre una fracción social que, en general, no contribuye, aunque algunos se resistan a repensar sobre su crisis.

La mayoría de los problemas, de naturaleza y complejidad distintas según las ciudades y regiones, se originan en el mantenimiento de estructuras anticuadas, el violento incremento de la población estudiantil y el divorcio entre las tareas universitarias y las reales necesidades del país.

Las polémicas y los conflictos respecto a la selección del ingreso y los niveles presupuestarios, no pasan de herir la epidermis del cuerpo universitario. La revisión crítica solo de vez en cuando atraviesa toda la pirámide educacional y acierta en diagnosticar la necesidad de tratar una moderna política que comprenda todos los niveles en función de las demandas concretas del quehacer nacional. Si algo ha fracasado rotundamente es la pretensión de encarar respuestas sectoriales. Se intentó cubrir la explosión estudiantil con la expansión de casas universitarias, acudiendo a una alarmante improvisación de docentes y, a la postre, agravando la escasez de fondos.

Las angustias de la Universidad comienzan en el ciclo secundario y no solo para los estudiantes. En el marco de una visión totalizadora, este nivel exige una restructuración urgente, pues arrastra errores y carencias desde hace tiempo. Hay que reconocer que deben renunciarse sus propósitos y corregir la selección de contenido y métodos. Como lazo entre la escala primaria y la cúspide terciaria no sirve. Lo prueba la necesidad de un examen de admisión para seguir las carreras universitarias. Los primeros años del segundo nivel dan la impresión, además, de haber sido estructurados sin tener en cuenta la enseñanza impartida en los últimos años de la escuela primaria.

Puede afirmarse que un proceso así podría ocasionar deterioros a las motivaciones y estimulantes, que los hay, para atravesar el ciclo. Podría repetirse el fenómeno de deserción en la primaria, que tanto alarma.

Una opción transparente es la enseñanza técnica. Si bien no ceja de proclamarse que la juventud debe tomar el camino de la educación para progresar, este nivel de formulación no alcanzó suficiente entidad. Los heroicos intentos por impulsarlo, no han logrado resultados que potencien sus esfuerzos.

La falta de armonización de tareas y propósitos de los tres estamentos educativos inducen a sospechar, por lo menos, que la insuficiencia de los recursos presupuestarios puede estar agravada por una incorrecta utilización de los fondos. Podría afirmarse que la asfixia financiera y económica también debe atribuirse a una deficiente administración.

La combinación de libre ingreso, autonomía y gobierno docente-estudiantil y la inversión discrecional de los recursos que le son transferidos por el Estado generó que sea bajísima en la práctica la productividad de las universidades, aún medida esa productividad en su forma más primitiva: horas de clase dadas efectivamente por los profesores, horas de clase efectivamente atendidas por los alumnos, número de repitentes y de egresados con relación a los inscritos, y desde luego, egresados por especialidades en relación con las necesidades reales de la sociedad. Y si de esas mediciones primitivas se pasa a otras más refinadas, el cuadro se hace abismático.

¿Por qué la estructura de la universidad ecuatoriana es cómo es? Los tiempos cambian; no así las mentalidades. En el fondo, la responsabilidad es de los hombres que tuvieron a su cargo el sistema y no actuaron conforme a su época y a las necesidades del país. Las instituciones educativas son reflejo de los valores, creencias y principios de la sociedad.

El Alma Mater, como también se denomina a la Universidad, ha experimentado, por lo que se ve, pocos cambios. Las modificaciones de los planes de estudio fueron más aparentes que reales. Solo uno o dos, tuvieron profundidad. La idea del docente, del alumno y de la transmisión de conocimientos constituye, esencialmente, el fundamento del ejercicio de la cátedra con todas sus derivaciones.

La autonomía, un nuevo sistema de gobierno, con presencia estudiantil, y la libertad de cátedra, han pasado distintas pruebas del acierto y del error.

La participación de los estudiantes en la adopción de decisiones, una de las caras banderas reformistas, no era del todo una novedad. Hace siglos el alumno universitario intervenía en la elección de profesores. El ofrecimiento de beneficios por los candidatos desencadenaba conflictos. Ante revueltas bastante importantes, Carlos V suprimió esa concesión. Evidentemente, algunos fenómenos revisten carácter cíclico. Se repiten según ocurren los hechos y se manifiestan las presiones.

Nada penetró más profundamente en los ambientes universitarios que el principio de la libertad de cátedra. Es el componente que se defiende con mayor firmeza. Pero crecientemente se admite que si bien nadie debe indicarle al profesor la orientación de su enseñanza, no debe desdeñar, al menos, un marco de referencias.

Es necesario una línea directriz que como idea-fuerza debería estar adherida a los objetivos institucionales.La falta de objetivos institucionales determina que la universidad de estos días no llegue a enseñar otra cosa que la suma de contenidos. El alumno, por regla abrumadora, abandona las aulas con un recuerdo mayor o menor, dependiente de la ubicación de sus cursos en el tiempo, de una cierta cantidad de contenidos.

En determinadas facultades o carreras se cumplen algunos tipos de ejercicios prácticos o de experiencias educacionales donde el estudiante aprende, o en ciertos casos solo ve cómo se aplican esos conocimientos. Los beneficios son nulos si el estudiante es limitado a observar. Si se les estimula en la aplicación de contenidos, los beneficios pueden ser máximos, siempre que no ejecute una simple repetición del ejercicio.

En la mayoría de universidades se ha dedicado a instruir, a que los alumnos memoricen la mayor cantidad de información.

Los títulos que otorga no garantizan, como debieran, la capacidad para actuar en un determinado campo. Evalúan si poseen la memoria suficiente a fin de recordar toda la información necesaria para ese desempeño.

La Universidad ecuatoriana debe ser una institución volcada hacia el futuro. La Universidad ecuatoriana debe ser el diseño científico del futuro. Por lo tanto, inevitablemente, ha de ser la crítica inexorable al presente. Su misión es imaginar a esa otra sociedad que remplazará a la actual. Su instrumento es, entonces, la crítica libre y fundada de la sociedad actual. La Universidad ecuatoriana debe convertirse en la fábrica de las utopías que, sin embargo, se realizarán. Para ello no nos sirven ni las universidades pobladas de profesores y estudiantes en estado de ciega rebelión ni las universidades de un empaque conservador a toda prueba.

2013 EcuadorUniversitario.Com

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