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Comunicación Cultural

Por: Javier Ponce

Nota del Director: Este texto fue publicado en el libro COMPROMISO CULTURAL asamblea por la cultura mayo 2001. (Páginas desde la 239 a la 250)

Cuando uno quiere ser simple y corto en el diagnóstico, cae en la queja. Y en el caso de la información de la cultura, la queja es siempre la misma: los medios de comunicación no se interesan por la cultura, la televisión no tiene un solo espacio; la radio produce espacios marginales; las páginas culturales de nuestros periódicos son pobres, acríticos. ¿Es esa toda la verdad?

Tengo la sensación de que no, de que el modo como los medios abordan la cultura es el reflejo de la ambigüedad con la que la sociedad vive la cultura, los equívocos a través de los cuales se interpreta a sí misma, la ausencia de un espíritu crítico y el enorme y vergonzante silencio en el que se hunden las identidades.

En todos los largos años que tengo de vivir en la redacción de un periódico, el espacio más difícil e inestable ha sido el cultural.

Porque no sabemos qué asignar a este espacio informativo y nos hemos debatido entre los dos extremos. El uno: todo es cultura, desde los hábitos cotidianos y los rituales del Yamor hasta las corridas de toros, pasando por la ópera; el otro: la página cultural debe ocuparse exclusivamente de las manifestaciones artísticas.

Finalmente, en la mayoría de los casos se ha optado por esto último, y la consecuencia ha sido el tachar a las páginas culturales de elitistas, de nada comerciales, de prescindibles.

Cuántas veces me he encontrado con el desolado rostro de algún editor de cultura que en la víspera de un estreno de teatro, se entera de que le han quitado su página para dedicarla a cualquier tema urgente.

La ruptura con nosotros mismos provoca la ruptura con las expresiones culturales, y la ruptura, la negación de nuestras identidades. Y hablo en plural, porque una de las mayores mentiras en las que ha caído la sociedad y consecuentemente los medios de comunicación, es tratar a la identidad como una pieza única de museo, algo eterno, inmutable, testigo intemporal de nosotros, digna de estar en un mausoleo. Estamos constantemente produciendo identidades; hay, lo que Gilles Deleuze establece con tanta claridad, un «constante devenir».

El argumento de los medios ha sido, tradicionalmente, que la cultura no es noticia, que sólo tiene espacio en las ediciones dominicales leídas en el marco del ocio. O que la cultura no vende, ocurre al margen del mercado.

Esto es cada vez más falso. De hecho, el periodismo comunitario o aquel que dimensiona la cultura cotidiana -la televisión, el Internet, la moda- van ganando espacio. Tal vez todavía no entre nosotros.

Mientras tanto, seguimos viviendo un círculo vicioso que nos envía de la marginalidad hacia el mercado, y el mercado nos expulsa a la marginalidad. Un círculo al que se puede intentar, si no romper, por lo menos inquietar, desde muy distintos ángulos. Yo quisiera tomar uno solo: el de la creación cultural, y dentro de ella, la literatura y la filosofía, las artes escénicas y las artes virtuales. Lo que tradicionalmente ha sido materia de las páginas culturales de los diarios.

¿Es posible desde el Estado, en este caso desde los gobiernos locales, actuar en favor de estas manifestaciones, que a su vez reconstruyen memorias colectivas, apuntalan identidades, reflexionan sobre la cotidianidad y sobre las ritualidades colectivas?

Quiero centrarme en tres ideas que me parecen personalmente ricas para pensar lo que puede ser una acción estatal en el marco de un gobierno local:

1. Creación de un mercado cultural

Cooperar para que la creación artística abandone los márgenes del mercado, encuentre su espacio en el mercado y consecuentemente su lugar» en el mercado de la información y en la información que refleja el mercado. Aquello pasa, en primer lugar, por vencer un fetichismo que ha acabado anatemizando al mercado, volviéndolo el enemigo número uno de toda auténtica cultura. Es evidente que no estamos hablando de, cualquier producto de mercado. El cultural es específico, pero tiene una necesidad urgente: el ser consumido. Que se difunda y se lea el libro. Se miren las películas. Se incorpore el arte plástico a nuestros espacios individuales. La creación cultural necesita consumidores y el tema está en cómo crear esos consumidores. Allí los medios de comunicación juegan un papel importante.

La creación cultural (me refiero siempre dentro de los límites de la creación artística) no puede enfrentar a los medios de comunicación de manera aislada. En la práctica, no lo hace a través de una corporación o un gremio, del mismo modo como un exportador de banano lleva su historia a un medio de comunicación a través de su gremio o del mismo Estado. El creador cultural requiere, por tanto, de una confluencia de energías, de intenciones, de presencias, para crearse consumidores. Y en el Ecuador no existe esa confluencia. No hay una institucionalidad estatal que anime un mercado de consumidores. No hay un ministerio de la cultura. Los municipios reducen su acción cultural a la organización eventual de manifestaciones culturales que justifiquen su existencia. La Casa de la Cultura se mira el ombligo, actúa exclusivamente para efectos de asegurarse alguna imagen. Ese es un tema en el que ni siquiera quisiera insistir, pues muy personalmente pienso que la Casa de la Cultura debe desaparecer, porque no es más que un conjunto de infraestructura física muy mal administrada, y un par de apéndices que son la excepción (estoy pensando en la Biblioteca Nacional o en la Cinemateca).

Cuántas historias insólitas podrían contar los artistas plásticos en su relación con la ley y con el Estado, cuántos dramas pasan cuando sacan su obra fuera del país. Últimamente, la Cancillería tuvo la desvergüenza de convocar a los creadores plásticos para integrar un catálogo a ser distribuido en las embajadas ecuatorianas, y para poder estar en el catálogo los artistas debían donar una obra para una subasta. Este caso está bien para que lo comentemos entre nosotros porque afuera del país nos va a dar vergüenza ajena.

Igualmente, habría cómo preguntar a los escritores en qué bodega están arrumados los libros que han publicado en la editorial de la Casa de la Cultura o en cualquier sello editorial oficial.

Y todavía se vuelve más ridículo cuando la retórica nacionalista oficial comienza a aplicarse en el campo de la cultura. Por ejemplo, cualquier artista plástico que haya ganado un premio nacional, por honorífico que sea, no puede sacar su obra fuera del país porque es «patrimonio nacional».

El Estado ecuatoriano no ha sido capaz, ni siquiera de poner a funcionar una feria del libro, peor un proyecto para abrir mercado a la creación cultural.

Por su parte, los medios de comunicación han creído siempre que «conceden» espacios a la cultura. Para ellos se trata de un gesto de beneficencia que les justifica frente a la sociedad. Tratan al creador cultural como si estuvieran ante un huérfano.
Me parece, entonces, que esta es una primera tarea a establecer con los gobiernos locales, en el marco de un proceso de descentralización que traslade a esos niveles de gobierno las competencias culturales. No se podrá conseguir que los medios de comunicación modifiquen su actitud ante la cultura, si las instituciones no coadyuvan para crear mercado para esa cultura. Los medios no van a dejar de ser lo que son: parte del negocio de la comunicación.

Yo no estoy aquí haciendo una defensa de lo que llamaba Roland Barthes la forma espuria de la cultura de masas. Lo que ocurre es que, en nuestro país, paradójicamente, el crear un mercado para la producción cultural puede convertirse, a su vez, aunque estemos soñando, en una alternativa cultural dentro del mismo mercado que produce esa cultura de masas.

Resulta insólito ver a las instituciones públicas que, lejos de financiar, por ejemplo, proyectos editoriales afincados en el mercado, compiten en forma desleal con esos proyectos; y lo hacen, en gran medida, con una producción editorial de una mediocridad pasmosa. En ningún momento una institución oficial se ha planteado un proyecto cultural en alianza con un medio de comunicación grande o mediano. Lo que han hecho las instituciones es mendigar, como el resto de creadores culturales, un espacio para difundir su labor institucional y nada más.

Es difícil decir en este momento y desde este espacio que instituciones podrían entrar en un proyecto para crear un mercado cultural; pero de lo que sí estoy persuadido es de que eso no vendrá de la estructura institucional central, y que es mucho más factible que un gobierno local genere una sinergia en ese sentido, pero no con gestos aislados sino con un programa sistemático y en torno a unas pocas prioridades.

A riesgo de provocar el malestar de algún sociólogo purista, diría que la creación de ese mercado cultural va estrechamente ligado a la producción de ciudadanía. En el Ecuador no existe el derecho a la información. No está registrado como un derecho el de estar informado.

La segunda parte es más desoladora: la ausencia del derecho a la información no deja, paradójicamente, de por medio, un vacío, una ausencia. No hay una ansiedad. No hay una conciencia de que algún derecho no lo estamos ejerciendo, que algo nos falta. En la cotidianidad no hay derecho a la cultura, por tanto tampoco a la información, ni nadie la echa de menos.
No hay el derecho a la palabra, donde quizás, a mi modo personal de ver el asunto, comienza la cultura y comienza el derecho a la información.

No hay derecho a la memoria, que es donde la información se sedimenta.

Tenemos un rasgo característico: el olvido. Lo que nos acarrea a una constante nostalgia de identidad. Una crisis de identidad que, afirma Julia Kristeva, ocurre en las naciones y en los individuos: no sabemos más quienes somos, ya no tenemos más aspiraciones, proyectos; cada uno se repliega sobre sí mismo, y todo aquello puede conducirnos al suicidio social.

2. Investigación y difusión de la cultura cotidiana

Una segunda tarea se ubica más en el escenario de una diseminación crítica de la dimensión cultural de la vida cotidiana, desde los ritos con los que la juventud se defiende de las dos distorsiones que Mauro Cerbino señala en un lúcido trabajo sobre culturas juveniles —la visión estigmatizante o la idealizante—, hasta los rituales culturales que los medios de comunicación aíslan de su contexto, manifestaciones de un complejo de relaciones sociales, interpersonales, históricas, políticas, para presentarlos como fenómenos del folclor congelados en el tiempo.

Esta tarea es, si se quiere, más simple y concreta que la anterior. Se trata de producir, desde la gestión local, un conjunto de investigaciones que alimenten, por una parte, la creación de mercado para el consumo cultural (desconocemos, en términos concretos, los ámbitos del consumo cultural en el Ecuador); y por otra, la difusión a través de los medios de comunicación que estén constantemente interesados por encontrar fuentes de una información distinta, novedosa.

Los medios, en términos generales, actúan con pálpitos e intuiciones cuando se trata de organizar secciones dirigidas a segmentos específicos de población como la Juventud urbana por ejemplo.

3. La información cultural: el creador y el público

Finalmente, si hemos afirmado que no existe la conciencia de que no estamos informados, de que no tenemos derechos a la información, se trata de hacer esfuerzos por familiarizar al consumidor de la información, a la sociedad, con la información cultural, familiarizar a los miembros de una sociedad con la humanidad de sus creadores, con su palabra, con el tono vivo de su voz, con el proceso de su reflexión y de su creación.

La información es un proceso, más que un objeto. La información requiere de espacios de diálogo, de conocimiento paulatino de lo que piensan, de lo que hacen, de lo que les ocupa y atormenta a nuestros creadores culturales.

Acabo de leer un comentario sobre la edición en CD de unas conferencias del filósofo francés Gilíes Deleuze, en las que es posible penetrar en la música de su discurso y no únicamente en sus palabras impresas. «La melodía pensante, a momentos estridente, a momentos fulgurante, a momentos confusa» de su voz. Esas dudas, esa incertidumbre con la que los creadores van elaborando su obra y que no nos llegan, y que desconocemos, y que nos pueden volver más próximos nuestros creadores con sus vidas a cuestas.

Nuestros creadores culturales son, para nosotros, unos absolutos desconocidos.

Se requieren esfuerzos, en los que una gestión de un gobierno local puede jugar un papel motivador importante, para enriquecer la masa crítica en torno a la creación cultural. Se requiere de la creación y mantenimiento de espacios para que la investigación y el análisis de nuestra producción cultural florezca, para que la creación cultural no se vuelva fragmentaria, sin memoria, sin continuidad, sin referentes. Y en ese sentido hay una alianza por crear con los medios de comunicación que al momento de hacer crítica o historia cultural no cuentan con los recursos humanos que puedan hacerlo y se contentan con tener comentadores culturales. Si abrimos un periódico en su sección cultural, nos vamos a encontrar con el anuncio de muchos hechos culturales, pero casi nunca sabremos cómo ocurrieron y qué nos dejaron.

Finalmente, me parece que los tres ámbitos propuestos confluyen. Los tres tienen que ver con la defensa del derecho a la información, el derecho a la cultura desde la situación de los creadores y desde la de los consumidores.

Resulta difícil desde el interior de un medio de comunicación, medir la dimensión de este problema. Y resulta difícil, porque quienes estamos en el trabajo constante de la información, paradójicamente, no sentimos la necesidad de comunicación que tiene una sociedad, una necesidad de comunicación que les lleva a los creadores a vivir en silencio y a soportar el silencio a su alrededor. Alguien decía que los escritores ecuatorianos son unos inéditos absolutos.

Así es de desolador el campo de los derechos culturales en nuestro país. De la ciudadanía cultural en nuestro país.

Hemos comenzado refiriéndonos a los comentarios negativos sobre la información en torno al arte e incluso a la cultura. Se afirma que los medios no crean los espacios para el arte y peor aún que exista una crítica de arte en los medios. Así es, no hay crítica y la relación del arte con los medios es muy pobre. En el mejor de los casos, los medios anuncian el hecho artístico pero no acuden a él, no van más allá.

Sin embargo, insisto, creo que en la sociedad no existen rutinas críticas. La supuesta crítica viene de los propios creadores o no viene. No hay oficio de crítica en todas las manifestaciones artísticas, igual en las visuales que en las literarias. Los artistas carecen de referentes, carecen de derechos.

Las propuestas institucionales están generalmente centradas en el incremento de la infraestructura de museos, teatros, salas de música bibliotecas o festivales. Pero el derecho a la cultura va íntimamente ligado a una convivencia con la creación cultural.

La creación exige afincarse, beber, poseer el lugar, sus gentes, verse el uno con el otro, encontrarse, debatir, entender al otro y asumirlo. Pero allí donde el artista vive la soledad, el silencio, no puede florecer una cultura rica, crítica. No estoy hablando de una crítica académica, de una especie de hospital del arte en el que el cirujano desarma indiferente el cuerpo de las palabras o de las formas.

Para generar cultura se requiere información y espacios para la información constante. Pero para generar información se requiere comunicación. Parece paradójico, un laberinto de conceptos, pero es muy simple. Aquí, con alguna esporádica excepción, no hay revistas, no hay espacios para la creación y la crítica de la creación. Apenas hay espacios para una información telegráfica de las ceremonias culturales del día.

Los medios de comunicación están volviendo más profundos los abismos entre la sociedad y sus creadores culturales; pero los medios también son víctimas de la ausencia de comunicación, no pueden crear espacios y ser escenario de una cultura viva si la sociedad no les conduce a ese estado.

En el Ecuador, y esto suena casi absurdo, no hay un muso de arte contemporáneo que sea un espacio que de fe de una cultura viva.

Los artistas han perdido todo contacto con sus públicos. No los conocen siquiera. No existen quizás.

El artista plástico soporta un mercado cada vez más reducido y un silencio absoluto con respecto a su creación. No hablemos, por favor, de los creadores de cine, porque aquello sí que es penoso.

Lo contradictorio con este desolador panorama, es que nunca existió una sociedad sin cultura y jamás una sociedad dejó de producir cultura. Así, a horcajadas entre la producción cultural y el silencio impuesto a la cultura, debemos buscar salidas.
Por lo pronto, yo quería dejar en los responsables culturales del Consejo Provincial de Pichincha, las tres inquietudes o propuestas que he planteado en estas líneas.

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