Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato
Indirectamente hay un dios vengativo tras las pandemias. Creo que demasiado materialismo le hace daño a la humanidad, aunque esta sea una argumentación mítica, creo que resulta válida cuando la sociedad necesita correctivos. Lo que desarma esta opinión es que la “cura” o solución excluya a la ciencia y a sus principios que han puesto en orden las mentalidades mágico-religiosas. Hay que hacer una reingeniería de las religiones y un replanteo de la fe.
La historia de las pandemias nos evidencia muchas conductas humanas sobre las grandes pestes del mundo occidental. Las pandemias siempre han afectado a los marginados, a los residuos de la opulencia social, a quienes sintiéndose impotentes ante el poder político, vuelcan sus esperanzas en la divinidad para que actúe con su misericordia y los salve, no de la muerte, sino de una secuela de contagios que afectan más al alma que al cuerpo. Lo estamos viviendo los frustrados ciudadanos que hemos entendido que las vacunas y la salvación son y han sido privilegios para los círculos del poder. Esto pongamos en contexto mencionando terribles epidemias que han afectado a la humanidad: la lepra, la locura y las enfermedades venéreas que vienen al caso de esta focalización.
La lepra se dijo que tenía origen divino, según los innumerables infectados de la Edad Media. Recién en el siglo XIX se descubrió que tenía origen bacteriano. Las víctimas del mal tenían la evidencia del “castigo divino”. El imaginario de Lázaro salta a la memoria y los lazaretos son los reclusorios. “Amigo mío – decía un ritual de la iglesia de Viena- le place a Nuestro Señor que hayas sido infectado con esta enfermedad, y te hace Nuestro Señor una gracia, al querer castigar por los males que has hecho en este mundo” (Foucault, Historia de la locura, 2017). Solo en Inglaterra y Escocia, según este autor, había 220 leprosarios. ¿Cuántos siglos se ha necesitado para que la ciencia luche contra la religión? ¿Qué se hizo de por medio como conductas de contentillo? Pues lo que pasa ahora en nuestro medio: dar las ayudas de beneficencia. Los repartidores de miseria aparecieron como angelitos, igual que ahora, disfrazados de benefactores, pero no salen a solucionar lo de fondo. Operan sobre la proliferación de contagios. Más bien hemos visto en nuestro medio a muchos dadivosos que se han postulado para el arribismo politiquero, manipulando calculadoramente el reparto de “ayudas”.
Habría que estudiar las estadísticas para mirar lo que ocurrió luego de la decadencia de la lepra. Después de esta terrible peste, devino un mal de la razón. El nuevo mal fue el de la locura “en el horizonte del Renacimiento”. Lo subsiguiente fue una peste de todos modos: la humanidad entró en la proliferación de las enfermedades venéreas.
Las variables de la locura me suenan a un puente entre el alma del misticismo medieval con el re-encuentro con su cuerpo: El Renacimiento replanteó los placeres vinculándose al cuerpo y a la carne. Y así la humanidad ha ido experimentando conductas públicas: Los leprosos eran confinados a sus reclusorios condenados, además, al estigma moral. En cambio con los locos se hizo todo lo contrario, se los soltaba en pueblos lejanos y en caminos, en calidad de migrantes expatriados; hasta se los embarcaba en navíos para dejarlos en lejanos puertos cuando no eran arrojados al mar. Aquí el gran problema era la diversidad de síntomas.
Pero, igualmente, ¿A qué clase social afectaron mayoritariamente los extravíos de la razón y el desenfreno por los placeres sexuales? Si la locura es un “estado de confusión” es porque el mundo había quedado a la deriva. Desarmar los credos no es tarea fácil. Se necesitan generaciones con mentalidad abierta para que ocurra el “milagro” de la reconceptualización del mundo y de la vida. Las consecuencias son impredecibles.
¿Qué nos irá a pasar ahora? Estamos viendo que pandemia Covit-19 y poder son una sola cosa. En nuestro caso como país, el control de la pandemia hacia las masas poblacionales no la han liderado los médicos sino los políticos y los privilegiados con el espantoso resultado (apetecido) de una población diezmada a su capricho. Otro de los resultados pueden verse en la cantidad de suicidios, que desde algún ángulo no son sino “extravíos de la razón” ante las impotencias de sistema vigente, de un capitalismo que no perdona centavos a quienes se arriman a la supervivencia. No se suicidan quienes disfrutan de los beneficios del capital sino los afectados por leyes que vislumbran deterioro en sus horizontes llenos de miedos. No se suicidan los magistrados de las cortes, ni los ministros, ni los banqueros. Ellos tienen demasiadas razones para querer la vida. Y como los placeres se han vuelto también selectivos, solo queda decir por ahora que una cosa son los instintos en los depauperados y otra cosa en los que manejan las prevenciones y sus refinamientos