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Cosas de la tauromaquia. 2020

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Ofcial de Ambato

A nosotros nos toca ver la tauromaquia, entendida como una lucha contra el toro, como refiere la etimología griega, desde dos perspectivas sociales. Las “corridas populares”, y los “toros de cartel” elitista, que se cree que está en el “placer estético” y con el que se deleitan los adinerados.

Todos sabemos que en América, la colonia acarreó e implantó dos clases de toros: los que se sometieron al “yugo servil”, y civilizadamente sirvieron para roturar la tierra; y los que fueron recluidos en esa especie de conventos del salvajismo, en apartados rincones, con nombres de familias de tradición cornufiliática, o cornamentera, refundida en apartados parajes de sus latifundios, para que mantuvieran esa ‘casta’ genética, de ser un “pura sangre”, conforme a los abolengos que necesita ser extrovertida la bárbara aristocracia de esas bestias. Pruebas al canto, el país ha sido manejado por tauromaquiavélicos que han llegado a Presidentes.

Se dice que lidiar toros es un arte. Pero es bueno repensar quiénes habrán difundido esta idea: los ideólogos del ocio que camuflaron los desafíos sexuales al poder de la virilidad. ¿Qué otra cosa es un torero de cartel?

Creo que también es más pragmático el sentido estético de haber enseñado a los toros el arado. Se contraponen dos criterios: los que generaron entretenimientos del peligro, versus los trabajadores que sometieron la fuerza salvaje de la bestia en beneficio del sustento alimentario. Estoy tratando de entender a un español del siglo XI que habría visto en estos bichos esa doble utilidad que tiene la domesticación de los animales: lo práctico-utilitario y lo artístico. Para el siglo XIII, España se alistaba a festejar con toros, unas corridas de sangre que ya se practicaban en Roma con leones y también con toros.

No vamos a detenernos en el historial de las culturas en el mundo relacionadas con los toros, pero una de las informaciones más antiguas, tomadas de las tablillas sumerias y revertidas en el Gilgamés, 3.000 antes de Cristo, los dioses ya crearon un “toro celestial” que fue vencido por los hombres y ofrendado su corazón al Dios Shamash que es el de la muerte. La diosa Ishtar, defensora del Toro Celestial, es ofendida por los héroes humanos que castrando al toro, lanzaron sus genitales a su rostro…(De Sumer a la Grecia Clásica, I, p. 47). Tras todos estos mitos, tenemos a flote el símbolo de la fortaleza y la virilidad imbricada en el toro, y la devoción femenina. Sin más argumento, hagamos reflexiones sobre nuestros toreros:
Los españoles nos trajeron los toros: los de arada y los de “corridas”. ¿Cómo actuaron en los festejos con toros, en nuestra América? Pues con el surgimiento diversificado de toreros: los entendidos en el arte y los cholos e indios ebrios que se lanzaban a la sordina. Los peninsulares se convirtieron en los “maestros” de la tauromaquia, y los indios y mestizos en aprendices de otras formas de morir corneados y cuerneados. Ricardo Palma dice que la primera corrida taurina que se dio en Lima fue un Lunes 29 de marzo de 1540: “Desde los días del Marqués Pizarro, diestrísimo picador y muy aficionado a la caza, hubo en Lima gusto por las lidias, pero la escasez de ganado les hacía imposible”. Pizarro toreó, seguramente montado a caballo como rejoneador, de 72 años, y un año después fue asesinado por los almagristas, un 26 de Junio de 1541. Prueba que se salvó de la bestia pero no de la política.

En Quito, la historia dice que la primera corrida se dio en 1594, en homenaje al presidente del Cabildo, pero la tradición más fuerte por las corridas de toros populares se dieron por la iglesia que ofrecía semanas enteras de toros por las consagraciones del vino, por canonizaciones de los santos, como la de San Jacinto en Roma, por Corpus Cristi y hasta por el retorno del Rey Felipe III con su mujer Margarita de Austria-Estiria por inicio de los 1600.

En Ambato, se formaron comisiones con priostes y “mayordomos de toros, fuegos y comedias” con motivo de la erección de Ambato en Villa. Esto ocurrió un 14 de octubre de 1757. El documento dice: “mayordomo de fuegos y toros don Alejandrino de Báscones = don Pedro de Erdoiza = don Juan Antonio Arias = Don Juan Salgado = Cristóbal Núñez el de Santa Rosa”. La conformación de esta comisión, entre otras, está registrada en el Libro de la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, fundada en la iglesia Matriz de esta villa de Hambato, a cargo del cura teniente vicario y juez eclesiástico de esta villa, el señor Ministro don Pedro Bernardino López Naranjo, cura y vicario propietario”( Pedro Reino, Proceso de la Creación de la Villa de San Juan de Hambato, p. 50)

Resulta que con el paso de los tiempos, “los toros”, es decir, la tauromaquia, se han vuelto cosas de la “tradición”, palabra que significa entre nosotros que se hacen y se practican estos festejos, sin poner de por medio ni la historia ni la reflexión. Una de las principales responsables de nuestras “tradiciones” es la iglesia, que también propuso y nos ha enseñado religión sin reflexión. Así surgieron los toros mestizos, medio irracionales, que a veces aran la tierra y otras embisten en el festejo: “Mata cholo”, incentivaban los salasacas al toro Barroso, al Diablo y a unas vacas flacas que bandereando sus ubres haciendo correrías buscaban a los acosadores silvadores mestizos para desquitarse con sus cuernos. Mata indios acosaban a los toros de Atillo y de las haciendas de Yana-yacu que traía Don Basilio de por arriba de Mocha, para imponer respeto en las corridas. Mientras tanto los de Píllaro casi pierden su nombre ancestral por Huagra Huasi (casa del toro) porque los Llanganates se habían vuelto de pura casta. Por estar subidos al Casaguala, los toros de Quisapincha perseguían al que sea y podían destripar en nombre de San Antonio, tal y como les había enseñado el cura Anrramuño desde la Colonia. Y en Ambato, la “tradición” de los hacendados fue encomendada a Nuestra Señora de La Merced que ofrecía espectáculos más “civilizados”, con toros que habían aprendido a discriminar los olores de la muleta: una cosa es el rojo de la bandera española, que huele a baúles de la aristocracia; y otra cosa es el rojo de los ponchos indios que huele a rebeldías y a levantamientos. El dicromatismo de los toros está descartado.

El toreo ha tenido sus defensores y sus detractores. Creada la república, Juan José Flores y García Moreno estaban en contra de las corridas taurinas, por ser cosas del salvajismo que ellos mismo practicaban. Ahora mismo, las cosas están más complicadas en todo el mundo, porque estimo que los toros ya terminaron en la domesticación definitiva y los toreros ya no necesitan vestirse de luces para demostrar su camuflado feminismo ante la bestia que les representa el machismo destripador, de la que se burlaban. Una fiesta con toros, demostrará el grado de evolución del “simpatizante”. Para matar a una bestia peligrosa ahora no se necesita arte, sino astucia y desfachatez. Torear significa entender nuevas razones que chocan con las tradiciones.

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