
Por: Carola Beatriz Henríquez Espinosa
Cumplimos un año desde la detección del primer caso del Covid-19 en nuestro país. Un año en el cual con incertidumbre, tras la cuarentena por la emergencia sanitaria, observamos escenas propias de películas de supervivencia: anaqueles de supermercados vacíos, carreteras desocupadas, medios de comunicación que desinformaban, imágenes devastadoras de los primeros fallecimientos a causa del nuevo virus, desconocimiento del qué vendría después, y desde el inicio un manejo que dejaba mucho que desear por parte del gobierno, no sólo en lo referente al accionar en protocolos de salud, sino también respecto a las medidas sociales que debían tomarse para hacer frente a esta pandemia.
Al principio, pensábamos que en poco tiempo nuestr@s niñ@s retornarían a clases, volveríamos a nuestros trabajos de forma presencial, a ver nuestra familia, juntarnos y abrazarnos, celebrar la vida y dejar este período como un recuerdo más agregado a nuestra historia y que relataríamos con los años, qué entretenido sería contar como “sobrevivimos” al coronavirus. Un recuerdo que poco a poco se convirtió en una triste realidad: videollamadas para conocer sobre la salud de los seres queridos, clases virtuales con estudiantes y docentes que poco o nada sabían al respecto, que tuvieron que acoplarse y buscar recursos para esta nueva modalidad, teletrabajo en una casa llena de responsabilidades y tareas, principalmente aquellas de contención y cuidado.
Un año y 16.240 personas muertas, según datos oficiales, aún nos queda duda de la real magnitud de aquellos casos no identificados, no documentados y, por lo tanto, no registrados.
Las cifras de desempleo a enero de 2021 llegaban al 5,7% (casi dos puntos más que lo registrado en diciembre de 2019), entre mayo y junio alcanzaron un 13,3% lo que incide en el registro de la tasa de subempleo que llega al 22,3% (3,5 puntos más que diciembre 2019) esto como consecuencia colateral de la crisis económica causada por la emergencia sanitaria, pero también por la inacción y una deficiente política pública por parte del gobierno de Lenín Moreno, respecto a la protección de las y los trabajadores, situación que, cabe recalcar, ha afectado más a las mujeres, que mantienen condiciones de empleo más precarias.
El 21 de enero se anunció, al fin, la llegada de las vacunas al país, y el inicio del Plan Vacunarse, Moreno a través de sus redes sociales señalaba “Sembramos Futuro para el bienestar y la recuperación de Ecuador”… al día de hoy no podemos entender a qué se refería con esta frase. Ciertamente si la recuperación de nuestro país sigue en manos de un gobierno que ha priorizado a los privilegiados de la sociedad sobre aquellos a quienes llamaban héroes de bata blanca y héroes de la primera línea, el camino por recorrer para cosechar el bienestar y recuperación es muy largo aún.
Porque ya todas y todos conocemos como se dio la historia, la mamá del ministro, el ofrecimiento a directivos y rostros de medios de comunicación y de redes sociales, a rectores de las universidades, a “personajes” de la política y socialité, y quién sabe quiénes más han recibido la inoculación gracias a su apellido, sus contactos o su interés para el gobierno, no lo sabemos porque la turbiedad con que se ha manejado no permite transparentar la información.
En comparación con otros países el Plan Vacunarse del “Gobierno de Todos” -que beneficia sólo a algunos- es muy mediocre. El portal Our World in Data, refleja estadísticas referentes al proceso de vacunación mundial, considerando las dosis aplicadas por cada 100 personas, de acuerdo a esto, podemos ver el avance que tiene en Latinoamérica los diferentes planes de vacunación. Uruguay alcanza el 8,57% de dosis de vacunación aplicadas a su población; Brasil: 5,37; Argentina: 5,27; Colombia: 1,54; Perú: 1,49; Bolivia: 1,18; Paraguay: 0,11; Venezuela bajo el 0,1 y Ecuador 0,79. En tanto, Chile con el 34,48% de dosis aplicadas, es el país que lidera el proceso de vacunación en la región, gracias a la negociación con varias farmacéuticas para la compra de vacunas durante los primeros meses de pandemia.
La paradoja en Chile, sin embargo, es el aumento de casos en las últimas semanas, lo que ha significado el retorno en muchos sectores del país a cuarentena. Esto como consecuencia del período correspondiente a las vacaciones de verano y la cantidad de fiestas clandestinas, realizadas en su mayoría por sectores socio económicos altos, en un país donde el acceso a salud está garantizado para estos grupos.
El 16 de marzo el Gobierno anunció, que tras dos días de funcionamiento de la plataforma Plan Vacunarse, la cual presentó problemas técnicos constantes impidiendo el acceso a la ciudadanía, se procederá a un registro automático de tres grupos de adultos mayores, correspondientes a 120 mil adultos mayores con discapacidad; aproximadamente 400 mil jubilados del IESS y aproximadamente 350 mil beneficiarios de bonos del MIES. Habrá que esperar para ver si esta nueva modalidad cumple el mínimo del resultado esperado.
En tanto, si usted es una ciudadana de a pie o incluso si está en la primera línea, seguramente entra en el grupo de los que “no se vacunan porque no quieren”, como hoy argumenta la élite ya vacunada, y deberá esperar, porque el privilegio de la vacuna recae, contradictoriamente, en aquellos que sin miramientos critican a quienes “quieren todo gratis”.
Después de un año el recuerdo de la pandemia, que al principio sería una anécdota divertida, una historia más de supervivencia que contar, se transformó en el espejo de la inequidad que vivimos como país. Se profundizan las brechas existentes en la educación, ya no solamente entre la educación privada y pública, o campo – ciudad, sino en la posibilidad de acceso a internet y a la compañía de padres y madres, cuidadores, que puedan ser una guía real. La desigualdad -romantizada- en el acceso a un trabajo digno como derecho, el incremento de la violencia de género e intrafamiliar, la desigualdad en el acceso a un servicio de salud público de calidad y, sobre todo, un sistema político donde la corrupción y el privilegio van de la mano.