
Por: Dr. César Ulloa Tapia
Vicerrector del Instituto de Altos Estudios Nacionales, la Universidad de Posgrado del Estado
La corrupción no reconoce izquierdas o derechas, simplemente se ha tomado los espacios de poder en las funciones del Estado y también en los niveles de gobierno. Lo más complejo es su naturalización y en la mayoría de los casos, la impunidad. El sistema de administración de justicia no ayuda para resolver el problema, más bien agudiza y exacerba la crisis. Las evidencias nos advierten que el Estado se ha convertido en negocio, en catapulta para el robo, el espacio por excelencia para abusar de los más débiles e indefensos. El reparto del Estado parecería que es el propósito mayor de una gran mayoría de políticos y otros actores con intereses económicos.
En este contexto, debilitar la democracia no es algo fortuito, indistintamente de que los actores políticos sean de derechas o izquierdas o, finalmente, que vengan de otros sectores y poderes de facto. A la final, unos y otros se parecen tanto, porque quieren tomar de rehén al Estado. Además, y aunque no sea justificable, esto cobra sentido porque el Estado es el mayor contratista en nuestro país y en otros casos, un importante empleador en varias provincias. La consigna es: uníos para tomarnos el Estado. Con esta premisa, poco o nada se ha hecho, para traer y atraer inversión externa y cooperación internacional, peor aún con la inseguridad jurídica y el caos institucional.
El costo de la corrupción y de la impunidad es insultante, indigna a más no poder y es grotescamente regresivo para atender a los segmentos de la población más pauperizados. Inicia en la viveza criolla como forma celebrante para la convivencia, pasa por el abuso de poder y el tráfico de influencias, hasta los negocios que vomitan sobreprecios y sin lugar a dudas sobresalen los auspiciantes de la mafia. Ahora es común capturar el Estado para afianzar negocios, manejar la justicia, naturalizar la ilegalidad, catapultar la mala política.
La discusión inmediata en estas elecciones está entre votar por candidatos corruptos o por candidatos honestos, antes que detenerse en las ideologías porque, además, de eso no hablan los partidos ni para las anécdotas, lamentablemente.