De mal en peor

Por: Rodolfo Bueno

Para un pesimista, que quisiera demostrar la veracidad de los versos de Jorge Manrique, “Cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo pasado fue mejor”, le bastaría con observar lo que sucede en las elecciones de EE.UU., porque si Obama fue un mal presidente, y lo fue porque ni siquiera pudo cerrar Guantánamo, cualquiera que ganare esta contienda, Trump o Clinton, va a ser peor.

Parecería que se va a cumplir la ley de la infamia, según la cual, todo lo que puede empeorar, empeorará. El meollo de este sinsentido se contiene en la pregunta que se hace en el Eclesiastés: “¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueran mejores que estos?”. La respuesta se encuentra en ese mismo libro: “El que ama el dinero, no se saciará de dinero”. Eso pasa con la élite que gobierna dicho país, que, por adorar al becerro dorado bíblico e incrementar utilidades, está matando a la gallinita de los huevos de oro, el mundo entero. La respuesta también la da Lenin cuando sostiene que los capitalistas, en su afán de ganar dinero, son capaces de vender la soga con la que van a ser ahorcados. Al buen entendedor, pocas palabras.

“Mejor es la sabiduría que las armas de guerra”, sostiene la Biblia, pero ellos prefieren la guerra, creen que les reporta más ganancias, y por eso rinden pleitesía al dios Ares. Y eso es lo malo de este caso, que como ambos candidatos son cortados por la misma tijera y odian a los países que defienden sus intereses nacionales y no rifan su soberanía, van a continuar batallando contra los que no son sus esbirros.

¿Cuál es peor? Ni el diablo lo sabe. Tal vez la Sra. Clinton, porque ya lo demostró, en cambio, Trump lo debería demostrar. Lo cierto del caso es que no está claro por qué la élite que gobierna EE.UU. empuja su candidatura cuando a ojos vistas está enferma, y muy enferma, por más que lo intenten ocultar. Posiblemente, la quieren poner en la Casa Blanca para luego ‘descubrir’ su enfermedad y dejar al sustituto en su lugar. Es posible que por esa razón el candidato a la vicepresidencia por el partido demócrata sea un político tan de derecha. Todo es posible en un país que vive al borde de convertirse en un Estado fallido.

¿Y qué va a pasar si los estadounidenses descubren lo que ya es casi inocultable y votan por Trump? ¿Lo dejará la élite gobernar y dedicarse a resolver los problemas internos tal como promete o tiene algún plan B infernal? Todo está por verse.

Lo cierto del caso es que a los pueblos del mundo, que son los que pagan los platos rotos, les competen más las elecciones de EE.UU. que a los ciudadanos de ese país, porque allá el orden, o lo que ellos entienden por orden, está bien establecido y el presidente rara vez interviene en lo que es competencia de cada Estado de la unión. Para eso están los gobernadores, alcaldes, diputados. En cambio, en el resto del planeta impera el desorden, o lo que ellos entienden por desorden, por lo que siempre intervienen intentando enderezar entuertos, pese a que, para el interés de los pueblos intervenidos, todo termine empeorado, aunque, según ellos, las cosas marchen viento en popa. Ejemplos sobran al granel.

Por eso, resta poner velas a san Antonio, patrono de las causas perdidas, para que en EE.UU. no haya elecciones y, así, nos veamos libres de un apocalíptico futuro.

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