Declaraciones de tiranía

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato

Me han dicho que ignorándome van por el camino que les conduce a reducir mi libertad. Les advierto que los dos son caminos muy largos. Que ellos vayan por el suyo pregonando sus ignoranteces, nadie les quita su derecho. Mi libertad no está cansada ni se fatiga porque tiene nuevas palabras en cada una de sus pisadas. En una sociedad enferma, llena de lepras y de lacras, el afeite y el maquillaje, les queda bien a los cadáveres que aman la trascendencia de sus efímeras muertes, cosa diferente a buscar alguna trascendencia de dignidad con sus vidas. Alzando una copa, brindan por el silencio eterno que creen que le pertenece al vecino. Desventurados ellos los que creen que la vida está en los bolsillos. Bienaventurados ellos, quienes manejan el erario público. Bienaventurados de otro modo, los que entienden que la palabra salva al sujeto de la barbarie. Las verdaderas estrellas no alumbran con luces prestadas ni con discursos redactados por subalternos.

Frente a una desbordante demagogia conviene una auto declaración de tiranía. Igual que los demagogos dulcifican sus venenos, y los vuelven aptos para el consumo masivo, una nueva tiranía se vuelve necesaria hasta que, luchando cuerpo a cuerpo en procura de desnudar a la vergüenza, camine triunfante, devolviendo el pudor a la sangre, y se reencuentre con el germen de la dignidad humana. Todos tartamudeamos la vida porque nos equivocamos de verbos. Muchas veces confundimos trabajar con ordenar, seleccionar con acomodar, respetar con silenciar, cantar con contentar. Todos tartamudeamos equilibrios creyendo que la justicia está en la ley; creyendo en el hombre que viaja con su brazo extendido irrespetando la razón y portando su simbólica balanza en el día y en la noche. Esta alerta puede ser también una declaración de tiranía para los que llevan la balanza, pero con el un ojo ya sin la venda, cuando anteponen el poder a la justicia.

Las palabras: para algunos, significan ampliación de sus libertades; para otros, su reducción. ¿Comprenden que mi tiranía es el germen de un tormento? Es posible que necesitemos de una nueva tiranía proveniente de una reconceptualización de una locura de buena fe. Las sociedades no fueron paranoicas del mismo modo a través de la historia. Las locuras también han ido evolucionando porque también lo han hecho mucho más las patologías. Michael Foucault las contrasta y relaciona con las filantropías. Los demagogos, por ejemplo, se vuelven filántropos, generosos cuando quieren volver al poder, a disponer con sus autorizaciones de los dineros presupuestarios que pertenecen al erario nacional. El monarquista ofrecía “mercedes” o gracias disponiendo, con su convencimiento, que estaba actuando como un agraciado de generoso corazón. Los monarquistas también fueron unos disfrazados de filántropos que se condolían de algún sujeto de débil condición. De no someterse a esta paranoia hay que ver a un opositor de la supuesta bondad como a un depredador de rebeldías, entendidas desde su focalización anquilosada. Todas estas palabras lo que buscan es explorar lo razonable. Detengámonos, como el filósofo, a cuestionar los niveles con que enfrentamos en estos tiempos nuestras convicciones sobre la locura. No se trata de definir, sino de denunciar las cosas que atañen al espíritu “mostrando una plétora de pruebas que (un sujeto) tiene la cabeza vacía, (y que) está invertida” (M. Foucault). He puesto de por medio el concepto de tiranía para des-satanizar la semanticidad congelada. En estos tiempos vale lo férreo de un tirano justiciero, dispuesto a enfrentarse a arcaicos beneficiarios que no se resignan a perder sus equilibrados esquemas de valores. Amenazados los placeres, surgen los tiranos, los martirizadores, pero de vergonzantes convicciones. Por ello conviene reflexionar que debemos asumir que, si “existe una conciencia de la locura”, lo debe haber también sobre eso de calificar de tiranía a lo que nos disgusta. En este camino sabemos que hemos de encontrarnos con los insensatos.

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