Democracia y verdad

El sistema democrático necesita de la verdad como de algo esencial a su naturaleza. La dirección que se da al pueblo desde el poder requiere que el pueblo lo crea. La credibilidad, tan mentada en nuestro tiempo, precisamente porque es cuando más ha fallado, es necesaria para que el pueblo no se desborde o se precipite en desesperado escepticismo sobre cualquier forma de gobierno, que se parece, como una gota de agua a otra, al anarquismo. Ahí es cuando entran los regímenes totalitarios a hacer carrera. No porque digan la verdad, sino porque no la conocen, no la utilizan, y no emplean sistemáticamente sino un pobre sustituto, la  versión oficial, que es la única que se publica y la única aceptable, bajo penas rigurosísimas. Por eso es tan grave cuando el pueblo sorprende una mentira en los labios del gobierno democrático. Lo mismo que nos ocurrió a todos cuando oímos alguna mentira, así fuera una blanca mentira inútil, en los labios de nuestros padres.

La mentira fue un arte ensalzado en la época de Machiavelo, pero también en ese tiempo se aceptaba la traición, como en Sinigaglia, y el envenenamiento de los enemigos. La democracia rechaza todos esos sistemas. Y se supone que un gobierno ventilado al aire libre y a la luz pública, no debe, no puede mentir.

En esta comedia de enredo que estamos  viviendo en el Ecuador, o si lo prefieren, en este vodevil lleno de puertas para que los personajes entren y salgan cada poco, sin decir apenas más que bobadas, parece que hemos llegado, por ahora, al menos al último acto.

El país exige que gobernantes, políticos y politiqueros, contralores y procuradores, fiscales y jueces actúen honestamente sin hacernos creer que la corrupción prospera por causa de la insuficiencia legal. La verdad es que la corrupción es fruto de la  negligencia de las autoridades y de un culto generalizado al dinero, en una comunidad que admite y permite que los medios sean justificados por el fin.

Los descarrilamientos que se han dado en el país, que parecen descubrir un cáncer de venalidad e inmoralidad en los nervios mismos del gobierno, son eminentemente reparables. El pueblo ecuatoriano espera que el presidente comience a repararlos con mano implacable, destituyendo o abandonando a sus colaboradores inmediatos, a los más altos ejecutivos y sus amigos íntimos que estén involucrados en actos de corrupción.

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