
Por: Mateo Sebastián Silva Buestán
Director Colección Taller Literario, Cuenca (Ecuador)
De a poco nos vamos acercando al ocaso del veinte, veinte y uno. Sin duda, este conjunto de auroras y crepúsculos han transcurrido a un ritmo acelerado, conducimos en la marcha más alta con el acelerador a fondo, devorando a gigantes bocanadas cada hora, día, semana, mes. “Vivimos” sofocados por el tráfico, hastiados por la lentitud del chofer de alado contra quien refunfuñamos millón de insultos, esas famosas “palabrotas” o ¨groserías¨, como tan sofisticadamente las denominan esos santurrones que, de seguro, jamás se les ha escapado un “¡Puta madre, perra vida!”. Todo aquel frenesí con el propósito de ir apresurados a encerrarnos a esa ratonera a la que llamamos ¨casa¨ y sentirnos poderosos por pedir comida basura mediante aplicaciones usureras que nos inmovilizan aún más. El mal del Hombre ultra pos moderno.
Tan de a prisa cambiamos, en el mejor de los casos, la página del libro o, en el peor, el canal de televisión que no tenemos tiempo de recordar, ni mucho menos poseer conciencia histórica de las grandes atrocidades acaecidas en mencionado año. En fatal consecuencia, tampoco notamos la podredumbre de estos, los últimos días, pues, ¿para qué? Ya lo pasado, pasado… Los que rememoramos somos acomplejados, resentidos sociales que viven en y del ayer, no tenemos en qué pensar, que alguien, por favor, nos otorgue un qué hacer, de preferencia, influencers.
Así, en este país, en el bellísimo Ecuador, los múltiples partidos políticos que ansiaban desesperados llegar a Carondelet se han olvidado de sus promesas, compromisos que dijeron que los realizarían ¨aunque no ganemos las elecciones¨. Por otro lado, la estación de oleadas migratorias pasó; los que se fueron, se fueron; los que llegaron, llegaron; los que murieron, murieron. Ya el asombro y el morbo por las más de trescientas muertes a sangre, no fría, sino gélida quedó atrás; los descuartizados, descuartizados están, que en paz descansen, amén. Que los índices de desempleo, pobreza han tocado niveles nunca antes vistos, más nada se puede hacer, “pobres diablos”. El virus en su tenaz apogeo, adicional de los decesos que dejó, impuso deudas de por vida, ¨chuta, ya nada¨. Hoy en día, los Papeles de Pandora, las reformas tributarias, las protestas sindicales, la cruenta delincuencia, la violencia en general, la xenofobia, la aporofobia mientras no nos desacomode del altillo, mientras no nos mueva el pedestal “¡A mi qué me importa!”.
¿Qué decir de nuestro planeta? Se ha pasado los doce meses entre tensiones bélicas, crisis sanitarias, económicas, sociales, climáticas. Es necesario aclarar que, contrario a todos los que creíamos lejanas las consecuencias medioambientales, los efectos ya son notorios; desgraciadamente, no hay vuelta atrás. Tras la lectura de un revelador artículo de opinión, comentábamos con un amigo, la gravedad de todo este asunto que, como era de suponerlo, halla su raigambre en el capital. Citado artículo, que se adjunta al final de estas líneas, sostiene que el gran responsable del actual declive es el sistema capitalista. Al parecer, el bribón mercantilismo, el comprar cosas que no se necesitan para ajustarse a dechados y vacuos estilos de vida han agotado los recursos de la Tierra. El imperio se ha cercenado, mutilado a sí mismo, por el momento nos toca aguardar la triquiñuela que ellos presentarán como solución final, ¿no son conocidas este par de palabras?
Hace unos meses se manifestaba por milésima vez el eterno conflicto entre Israel y Palestina, también el clásico: Estados Unidos contra todos. Ahora, la pugna se ha pasado a Oriente, dicen que Rusia planea atacar a Ucrania a finales de enero próximo, por eso, una tracalada de países generosos ya se han preocupado y ofrecido su ayuda incondicional. Tropas, armamento, frío, nieve, trincheras, bombas, boinas, metralletas, tanques, soldados rasos, generales, invidente ardor nacionalista. Misteriosos intereses. Que si Taiwán es China, que si China es Taiwán. Que mis armas nucleares son mejores que las tuyas. Que mi crudo es más puro, sí, pero ustedes no tienen reservas.
Con respecto al Covid-19, la nueva y mejorada variante, Ómicron, ha puesto en aprietos a todo el globo. Aseguran los entendidos del campo de la virología que siempre habrá una nueva cepa. Lo que sorprende es con qué periodicidad aparece. Antes que la descubran, en África por supuesto, dado que de allá viene la vida y llega la guadaña, las miradas posaban sobre Europa y su tercera, cuarta, quinta, sexta ola de contagios. Sin embargo, los medios desviaron la atención haciéndonos tentar lo mal que la pasa el continente de los grandes desiertos. Es afamada la paremia del sabio que apunta a la luna; no obstante, ha de hacerse un insignificante cambio: en una noche espesa de nubes, el sabio, que se había convertido en el necio, seguía señalando al satélite natural y las multitudes todavía veían, atónitas, el dedo.
Dentro de este orden de ideas, Ómicron no sucedía al orden de Alfa, Beta, Gamma, Delta ¿Será que Épsilon no suena tan aterrador? Fuere como sea, perdón, sea como fuere, la intolerancia, el odio, la animadversión de los antivacunas contra los inoculados y viceversa es lo que realmente resulta espantoso. No faltan quienes proponen la obligatoriedad de las vacunas, aludiendo que el bienestar colectivo está por encima del individual; en contraparte, están los que ejercerán el derecho a su plena libertad contra viento y marea. Allá darás, rayo. Entretanto, asomará Omega y podremos constatar que bando tenía razón.
A pesar que todos los santos y señas lo indiquen, no estamos en el preludio del apocalipsis judío-cristiano, el mundo no dejará de existir, ni del cielo bajarán siete ángeles tocando siete trompetas. Con suerte, los cuatro jinetes harán que el Hombre se autodestruya y la Tierra, después de varias centurias, renacerá. La constante preocupación que el devenir augura nos lleva a, irremediablemente, apreciar que el veinte, veinte y dos viene recargado. Primero lo primero, a ver qué nos regala la NN, la Negra Navidad. Perdonen estas divagaciones que surgen de la más profunda y remota ignorancia, como dijo Nietzsche antes de colapsar por más de una década: ¨Mutter, Ich bin dumm¨.
No me permito cerrar estos párrafos sin, previamente, enviar un mensaje nada alentador. En tanto el sistema no caiga, ir a la escuela, al cole, a la uni, endeudarse por el masterado o cursar el doctorado, de poco servirá. Mejor, apuntémonos, rápido, antes que se terminen los cupos, en la mayor cantidad de cursos de compadrazgo y padrinaje. Esa es la manera en la que se consiguen las cosas en nuestra sociedad hipócrita, sí, hipócrita, pero, al fin y al cabo, nuestra. Si no dejamos de fijarnos en banalidades, si gustamos más de la superficialidad que de la introspección, si obedecemos ad verecundiam, estamos condenados a la extinción.
En fin, queridos, queridas, nos vemos en el perchero humano, ahí etiquetados con nuestras características, utilidad y, claro, fecha de caducidad. En la frente nos colocarán un precio, algunos tendremos descuentos especiales, es probable que incluso estemos al 2X1, así que con la cabeza bien en alto, posando sonrientes, orgullosos. Confío en que más de uno nos hagamos acreedores a un rótulo que diga “Precaución, este producto puede ser dañino para sus macabras intenciones” o “Agítese bien antes de usar, a veces le da por pensar”. De todos modos, esperemos que el cliente nos compre pronto, nos exprima con la mayor brevedad posible, para, finalmente, arrojarnos dentro de la funda celeste y, pese a este finiquito acto de bondad, nunca regresar.
Ha llegado el tiempo de la destrucción.
Hasta aquí esta entrega.
Saludos,
Enlace al artículo de sumo interés referido con antelo:
http://www.mientrastanto.org/boletin-207/de-otras-fuentes/demasiadas-cosas-que-parecian-imposibles-estan-sucediendo-al-mismo-tiem