Día Nacional de la Cultura

Por: Alfonso Espinosa 

Desde 1975, cada 9 de agosto Ecuador celebra el Día Nacional de la Cultura. La fecha, instituida por el gobierno nacionalista del general Guillermo Rodríguez Lara, coincide con el aniversario de la fundación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, el gran proyecto del intelectual lojano Benjamín Carrión que vio la luz en 1944. El país había sufrido en 1941 la traumática pérdida de una gran porción de su territorio tras el conflicto armado con Perú. Carrión reflexionó entonces y trazó una línea de acción: el país no podía ser una potencia económica, pero su historia lo obligaba a ser una potencia cultural. Ese era el sendero al que nuestro tránsito colectivo nos impulsaba.

El de Carrión era un llamado a reivindicar la cultura precolombina más antigua del continente, Valdivia. Era una propuesta para darle valor al espléndido trabajo artístico y arquitectónico de la Escuela Quiteña de arte colonial. Era una alerta para no olvidar la alta estatura intelectual.  Era una propuesta para darle valor al espléndido trabajo artístico y arquitectónico de la Escuela Quiteña de arte colonial. Era una alerta de Eugenio Espejo, de José Peralta, de Dolores Veintimilla, de Mary Corylé.

La cultura comprendida no como decoración de salones o de iglesias, sino como argamasa que une y vincula al cuerpo social. Un material hecho de ideas y de formas, de versos y de colores, de sonidos y de artesanía; la cultura entendida como un tapiz con hilos de todos los colores, de todos los géneros. Por eso para impulsar ese proyecto se superaron y se han superado siempre los límites y las diferencias políticas. Puestos a hablar de la cultura nacional, no tuvieron problema en dialogar el socialista Carrión con el jesuita Aurelio Espinosa Pólit, insigne traductor de Virgilio, Sófocles y Horacio al verso castellano.

La cultura es el espejo en el que podemos reconocernos, todos y todas, mestizos o indios o afros. A la vez, desde el fondo de ese azogue nos llegan críticas y cuestionamientos; el arte y las letras han servido para señalar las llagas no cicatrizadas, las injusticias no resueltas. Es cultura la ternura profunda de Eduardo Kingman tanto como el vuelo geométrico de Araceli Gilbert; se nutre la cultura del delicado lenguaje decadente de los Decapitados y también se alimenta con el realismo social del Grupo de Guayaquil. Nos abraza y nos abriga en forma de sanjuanito o pasillo, nos exige otra sensibilidad y otra inteligencia para apreciar la música de Luis H. Salgado o de Mesías Maiguashca.

Desde 1975 -y es obra del “Bombita” Rodríguez- cada 9 de agosto se entrega el Premio Nacional Eugenio Espejo. Con el nombre del gran precursor de nuestra nación mestiza se reconocen las trayectorias más destacadas en las letras, en la creación artística y en las ciencias. Se ha premiado a personas y también a instituciones, como una manera de valorar sus aportes trascendentes al quehacer creativo y al impulso del pensamiento en el país.

El Estado, en todos los niveles de gobierno, tiene una directa responsabilidad sobre el cuidado, la promoción y la difusión de la cultura. Sin embargo, ningún esfuerzo público tendrá valor ni impacto duradero si la sociedad en su conjunto no asume como propia esa tarea: preservar y promover la creatividad y la memoria, cuidar de monumentos y vestigios, estudiar y poner en valor las prácticas sociales es un cometido que debe convocarnos a todos. Con urgencia, la sociedad debe encarnar en acciones concretas una verdadera cruzada por el patrimonio y la cultura del Ecuador.