Por: Dr. Marco Antonio Rodríguez
Darwin excluyó a Dios desde la biología, Hawking desde las leyes de la física, Nietzche predijo al muerte de Dios desde su locura…
Apenas ha habido pensador en la historia que no se ocupe de Dios en sus infinitos rostros. “¿Por qué la mayoría de filósofos posmodernos que empezaron a reflexionar sobre Dios: Althuser, Primo Levy, Deleuze, Weininger, Mailander, Roland Barthes o André Gorz… se suicidaron?”, le preguntaron a José María Mardonés a propósito de su libro Habermas y la religión. ¿Coincidencia, casualismo, punición…? “Por culpa de Dios, afirmó Mordanés, o por culpa de su Idea…” Y concluyó con una interrogante: “¿Fueron los nuevos mártires sin saberlo?” Como quiera que fuese, dichosos los que no han hurgado en cuestión de tanta trascendencia. Me refiero a los intelectuales ateos que, no obstante, aplauden cuando algún astrofísico de la dimensión de Hawking niega a Dios, como en efecto aconteció con el biólogo Richard Dawkings, el biológo ateo que brincó de gusto cuando apareció El gran diseño, obra en la cual Stephen Hawking anula la existencia de Dios. ¿Qué le pasa a Dawkings?, reaccionaron sus adversarios, ¿tanto se ocupa de Dios que celebra su inexistencia y no se ocupa de la raíz del libro de Hawking?
Dios como hacedor del universo. Dios como alguien o algo a quien o a que asirnos en nuestro desvalimiento. Dios como metáfora. Dios como invención humana por nuestros miedos y cobardías. Dios en la deriva de toda angustia, así no lo hallemos nunca. Dios para encontrar un culpable de todas nuestras aflicciones. Dios como la perpetua diferenciación en los elementos: agua, tierra, fuego, éter. Dios vida, finitud, muerte y retorno. Dios como el Gran Todo del que nada sabemos. O Dios para aherrojarlo de nuestro lenguaje y sepultarlo en nuestra memoria. Así, ad infínitum. “Oye mi ruego Tú, Dios que no existes,/y en tu nada recoge estas mis quejas,/… ¡Que grande eres, mi Dios! Eres tan grande/que no eres sino Idea; es muy angosta/la realidad por mucho que se expande/para abarcarte. Sufro yo a tu costa,/Dios no existente, pues si Tú existieras/existiría yo también de veras”. Quizás estos versos de Unamuno nos iluminen sobre un asunto enraizado en los meandros más ocultos de nuestro ser. Búsqueda, laberinto y clausura.
*Fragmento del discurso “Palabra y Arte” de incorporación del Dr. Marco Antonio Rodríguez como Miembro de Número a la Academia Ecuatoriana de la Lengua, la institución cultural más antigua y con mayor prestigio del país. La ceremonia se cumplió el miércoles 18 de julio de 2012.
Marco Antonio Rodríguez fue miembro correspondiente de la Academia Ecuatoriana de la Lengua desde 1998, y pasó a ocupar el sillón C de Jorge Salvador Lara por una resolución del directorio de la institución, esto en reconocimiento por su aporte a la cultura ecuatoriana e hispanoamericana y sobre todo al idioma.
• Doctor en Jurisprudencia, el escritor Marco Antonio Rodríguez ostenta también un doctorado en Filosofía y Letras y máster en Ciencias Políticas. Ha publicado Cuentos del Rincón, Historia de un intruso, Premio al mejor libro de habla hispana, Feria Internacional del Libro, Leipzig, Alemania, 1977; Un delfín y la luna, Premio Podestá, México, 1986; Jaula, 1992, los tres últimos con varios premios nacionales, traducidos a varios idiomas y considerados por la crítica nuevos clásicos de la literatura ecuatoriana y latinoamericana.
• En ensayo sus obras más representativas son: Palabra e Imagen, cuatro volúmenes sobre artistas plásticos ecuatorianos, Grandes del siglo XX (dos ediciones), Poetas nuestros de cada vida, doce ensayos sobre poetas ecuatorianos; Palabra de pintores Artistas de América (I); Palabra de Pintores Artistas del Ecuador (II); entre otras obras.
• Está terminando su mandato de Presidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana.
Nota del Director: La Academia Ecuatoriana tiene ciento treinta y ocho años de existencia, desde su fundación en 1874, pues es la segunda academia fundada en América, luego de la Academia Colombiana de la Lengua en 1871.