Ecuador en la mirada de Eduardo Galeano. 1976

Por: Dr. Pedro Reino
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

El pasdo 13 de abril se cumplió un año de la muerte de Eduardo Galeano, nacido en Montevideo-Uruguay en 1940. De él he aprendido muchas de mis irreverencias, así como a escribir varias crónicas poetizadas y de libre vuelo. Galeano será en América Latina el cronista más agudo de nuestra época. Ahora ya nada importa los juicios internacionales que se le plantearon por predicar sus verdades. Las desvergonzadas dictaduras de su tiempo, enfermas de fobia, han pasado retratadas de cuerpo entero por su pluma fotográfica. Ahora leo un libro de roja cubierta, como manchas de sangre, titulado: Días y Noches de Amor y de Guerra, Cuarta edición, Ediciones Era, México 2013. Galeano me perdonará si tomo sus palabras que son herencia y legado, no para necrófilos barnizados de condolencia, sino para huérfanos de su sabiduría.

Imaginémonos hablando en “Quito, Febrero de 1976, Una charla en la Universidad”, supongo que en la Central, y diciendo a sus 33 años: “Hoy hemos conversado sobre eso que llaman alienación cultural. En este país todo gira ahora en torno del petróleo. La época del banano ha llegado a su fin; se promete que en diez años Ecuador tendrá una renta como la de Venezuela. Este país pobrísimo se asoma al delirio de los millones y se marea, le viene el vértigo: antes que las escuelas, los hospitales y las fábricas, llega la televisión en colores. Pronto habrá máquinas enceradoras en casas de pisos de tierra y heladeras eléctricas en pueblitos alumbrados a farol de querosén. Seis mil estudiantes de Filosofía y Letras, apenas dos estudiantes de tecnología del petróleo: en la Universidad, toda ilusión está permitida, pero la realidad no es posible.

El país se incorpora súbitamente a la civilización, o sea: a un mundo donde se fabrican en escala industrial los sabores, los colores, los olores y también la moral y las ideas, y donde la palabra libertad es el nombre de una cárcel, como en Uruguay, o donde una cámara subterránea de torturas se llama, como en Chile, Colonia Dignidad. Las fórmulas de esterilización de las conciencias se ensayan con más éxito que los planes de control de natalidad. Máquinas de mentir, máquinas de castrar, máquinas de dopar: los medios de comunicación se multiplican y difunden democracia occidental y cristiana junto con violencia y salsa de tomates. No es necesario saber leer y escribir para escuchar la radio a transistores o mirar la televisión y recibir el cotidiano mensaje que enseña a aceptar el dominio del más fuerte y a confundir la personalidad con un automóvil, la dignidad con un cigarrillo y la felicidad con una salchicha.

Hoy hemos conversado, también sobre la importancia de una falsa “cultura de protesta” en América Latina. Ahora se producen en serie, en los países desarrollados los fetiches y los símbolos de la revuelta juvenil de los años sesenta en los Estados Unidos y en Europa. La ropa con diseños psicodélicos se vende a grito de ¡Libérate! Y la gran industria derrama sobre el Tercer Mundo la música, los pósters, los peinados y los vestidos que reproducen los modelos estéticos de la alucinación por las drogas. Nuestras comarcas ofrecen un terreno fértil. A los muchachos que quieren huir del infierno, se les brinda pasajes al limbo; se invita a las nuevas generaciones a abandonar la Historia, que duele, para viajar al Nirvana. Aventuras para paralíticos: se deja intacta la realidad, pero se altera su imagen. Se promete amor sin dolor y paz sin guerra. De todo esto, y de otras cosas, hemos conversado hoy.”

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