Como dijo el físico Stephen W. Hawking, “en una sociedad democrática, los ciudadanos necesitan tener unos conocimientos básicos de las cuestiones científicas, de modo que puedan tomar decisiones informadas y no depender únicamente de los expertos”.
Lo que entendemos por cultura científica no necesariamente ha de consistir en una acumulación de contenidos o en dominar un plan de estudios académicos, sino que más bien se refiere a la capacidad que ha de poseer una persona para aprender la ciencia y la técnica que necesita en el momento preciso; supone estar familiarizado con los conceptos y principios científicos claves e implica la habilidad para analizar situaciones y problemas de forma lógica y sistemática y saber emplear las nuevas tecnologías de manera eficaz. “El ciudadano del futuro tiene que aprender a aprender y aprender a emprender”, señala el Ing. Vinicio Baquero Ordóñez, ex rector de la Escuela Politécnica Nacional y ex presidente del Consejo Nacional de Educación Superior.
Hoy más que nunca saber significa poder; pero, en lenguaje democrático, a toda parcela de poder corresponde una responsabilidad, así pues, el saber ha de acompañarse de esa responsabilidad que también significa responder, dar cuenta de las actuaciones realizadas, orientar para la acción colectiva, comunicar conocimientos… y aportar la propia experiencia y sabiduría al conjunto de ciudadanos y ciudadanas para, entre todos, tomar decisiones con fundamento suficiente en aquellas cuestiones que atañen al bien común.
Como muy bien señala un antiguo proverbio, no avanzar significa retroceder. Nuestro compromiso con la ciencia y con la investigación es un camino abierto que no admite retroceso. Es preciso sembrar la semilla de la inquietud investigadora en nuestros jóvenes estudiantes, pero al mismo tiempo es necesario facilitarles los medios suficientes para que puedan desarrollar su talento.
La solución a los problemas que el desarrollo de los pueblos plantea a sus gobernantes no está en la ayuda que éstos puedan esperar del mundo industrializado, sino en la voluntad política y social de cada país para implantar una educación científica y un sistema de investigación adecuados a los retos y demandas de un progreso cuya evolución es imparable.
Pero este progreso –para que sea tal- ha de satisfacer, en primer lugar, las necesidades básicas de las sociedades menos desarrolladas (vivienda, alimentación, vestido, sanidad, empleo, educación, etc.) y permitir, después, la puesta en marcha de una serie de acciones que “creen, por una parte, las condiciones internacionales favorables al progreso de dichas sociedades y estructuren, por otras, toda la ayuda directa en planes concebidos y dirigidos –de modo general- por los propios países afectados”
El único objeto de la ciencia es aliviar la miseria de la existencia humana.