Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cronista Vitalicio de Ambato
Los veteranos de guerra de la Independencia, en una carta fechada y publicada en El Día, en Bogotá, un 9 de febrero de 1848 le decían: “No, General Flores, no venga usted a esta tierra, este no es su teatro, este es el suelo encendido con las brillantes llamas de la libertad; aquí no hay inciensos, hipérboles ni bajas adulaciones, aquí no hay sino odio, odio eterno e implacable contra los pérfidos que faltan a la lealtad y fe jurada a las instituciones republicanas; aquí, General Flores, sucumben, de grado o por fuerza, los traidores y los tiranos”.
Eran tiempos de la naciente República, donde los caudillos armados, como los perros, se jaloneaban las banderas de la patria fragmentada, e inventadas por sus intereses. Al ser descubierta la conspiración de Flores, se había tomado preso a un hombre recluido en la Casa de la Policía. Ante el interrogatorio planteado: “dijo llamarse Ignacio Paredes, católico apostólico romano, de edad de 19 años (por cuya edad) se le nombró curador ad hoc al ciudadano Joaquín Ceballos…siguió expresando el confesante, es nacido en el cantón de Ambato, y domiciliado en esta, su estado casado, y su profesión de escribiente, que el motivo por el que se halla preso ignora.”
El relato policiaco lleno de intriga, argumenta que la madre de Paredes vivía, seguramente de empleada de la acaudalada y aristócrata familia de doña Mercedes jijón, esposa de Flores. “en la esquina de la grada larga de la plaza, le llamó un señor de capote de barragán, con sombrero de paja, tapado la cara con un pañuelo blanco, y luego le dijo véngase usted conmigo; que entonces le dijo soy de la casa de un amigo íntimo de U. y es necesario que U. me lleve a su casa, que se que la tiene U. en el barrio de San Marcos…Muy bien señor, pero dígnese U. decirme quién es U. Le respondió: no le conviene saber todavía. Lléveme a su cuarto y allí le diré quién soy…en efecto se fueron a la casa, y en el camino le preguntaba el hombre desconocido que quiénes vivían en casa del confesante (Paredes)”… respondió “que vivía con su mujer, los dueños de la casa y varias personas”… le condujo a un cuarto reservado, que tenía cerrado, con una banca y una mesa… cuando se instaló allí, vino una nueva condición: “usted hará el favor de tratar tan solamente conmigo. Respondió: muy bien señor, pero sírvase U. decirme quién es; y le contestó después de encargarle mucho el secreto, soy Adolfo…”
El indicado Adolfo estaba encargado de avisar a un Capitán Paredes “que para la revolución contaban con grandes recursos, que tenían plata hasta la cantidad de 14 a 16 mil pesos, que los habían mandado de Guayaquil y que existían en poder de Adolfo…(esto oyó Ignacio tras la puerta) que habían muchos jefes entre los que oyó nombrar al coronel Manuel Guerrero, coronel Campos, coronel Erazo, comandante Piedrahita… y otros, y que muchas familias principales estaban comprometidas…”. La conspiración implicaba muerte de jefes militares. Pero en este estracto diré que Ignacio Paredes, una vez descubierto, fue condenado “a la pena de dos años de obras públicas en el Archipiélago de Galápagos y satisfacción de costas…” (Ver: El Nacional, #150, Quito, 1848)