Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Cuando la palabra pasó a ser graficada con letras, primeramente dibujadas a tinta, y luego impresas en máquinas sobre el papel, vino de inmediato el mercantilismo sobre la comunicación. El ‘oficialismo’ rápidamente se posicionó con la idea de poner un control que ha resultado el mejor de los inventos de la tramitología y de la burocracia hasta la actualidad. Los teléfonos celulares contemporáneos son la última manera de tener que pagar por lo que se habla. ¿Cuánto nos cuestan las palabras impresas y las palabras orales? Y esto sin contar con lo que valen los libros, las enciclopedias, los pergaminos, etc.
El enfoque de esta reflexión está ligado a eso que hasta ahora se llama “papel sellado” que usamos por todo lado en cualquier trámite, donde se imprime la “oficialidad” de lo que consta como escrito. Hay casos ridículos que se exige “papel sellado” para cosas y personas ante quienes no es necesario pagar un tributo para poder dirigirles la palabra. Este negocio lucrativo que opera en todos los registros estatales, ministeriales, gubernamentales, policiales, educativos, religiosos, gremiales, etc. tiene la paternidad en la España de Alfonso X, El Sabio, Rey de Castilla y de León que vivió entre 1252 hasta 1284. Es pues un invento medieval que se ha ido perfeccionando como instrumento de la manipulación hasta nuestros días. Nació como una necesidad de tener un respaldo jurídico a lo dicho. Entonces se dividió el habla entre lo que pasó a tener categoría de creíble e inamovible; y lo que quedaba al margen, como dato de la falacia, aunque a lo largo de los tiempos los trámites jurídicos no sean sino cantaletas de leguleyos que oficializan razonamientos que rayan en los perjurios y en aberraciones antiéticas. “Face prueba en juicio e ayuda a su cumplimiento y creencia” dijo Alfonso El Sabio, según cita el Dr. Carlos Matamoros Trujillo, al hablar del Emblema de Guayaquil.
El Rey puso sello a sus escritos, antes del invento de la imprenta, colgando la insignia con cintas, perforando el papel donde constaba determinado escrito. Con el invento de la imprenta, el Dr. Matamoros indica que se trastrocó el uso del sello, y nació el “papel sellado”, que en buenas cuentas fue una especie de billete con valor económico, elaborado con una serie de seguridades y de guardianes que concurrían a las prensas para evitar fraudes de quienes manejaban el papel, las prensas y los labrados de los sellos. Con decir que hasta se designaron Comisarios Generales de Papel Sellado, elegidos y nombrados por el Rey, según una cédula de 19 de abril de 1639.
El Rey Felipe IV (1605-1665) puso en vigencia el “papel sellado”, imprimiendo en un papel en blanco el Sello Real, con lo que se convertía en un tributo de empleo obligatorio, con fines públicos que entró en vigor desde un 1 de enero de 1637. En Indias desde 1640. El Sello Primero iba en un pliego entero y valía 24 reales. El Sello Segundo, en pliego entero, valía 6 reales. El Sello Tercero, iba en medio pliego y valía un real; y el Sello Cuarto, en medio pliego valía un cuartillo. El sello tenía el escudo y unas inscripciones. En España, en estos tiempos este papel tenía vigencia de un año; mientras tanto que en Indias, valía por dos años. Tiempos después se imprimía papel sellado en América. Quienes no usaban papel sellado, como los notarios, eran considerados falsificadores, como de monedas.
Dice el Dr. Matamoros que “para el transporte del papel sellado a las Indias, se determinaba gastos por el embalaje. Cada bala de papel sellado enviado determinaba el uso de: 3 barras de malacuenda, 3 varas de lienzo de estopa para embrear la segunda cubierta, dos libras y media de pez, bramantes y cordeles, media tabla para los dos cabeceros, la cera de pleita con su lía y el escudo de armas reales. En cuanto al embalaje del papel para su transporte a ultramar se conformaba una bala que equivalía a 10 o 12 resmas, una resma equivalía a 20 manos; una mano equivalía a 5 cuadernillos, y un cuadernillo equivalía a 5 pliegos”.