Por: Dr. Luis Rivadeneira Játiva
Es un oficio importante en la sociedad, hoy que es necesario en las universidades ecuatorianas producir libros académicos revisados por pares académicos y por revisores de textos.
El corrector de textos, por mucho que avance la técnica y la tecnología, seguirá siendo necesario, al menos mientras los ordenadores no aprendan a pensar. Si queremos que un texto esté bien escrito, hemos de recurrir al revisor de textos.
El libro no sería tal si no hubiera un revisor. Esa persona, una vez escrito el texto por el autor y compuesto el libro por el editor, lee. De cada letra, palabra o frase leída analiza la coherencia del discurso, la ortografía y la exactitud de los vocablos. Y donde hay falla, marca el fallo e indica la solución, para que el impresor, a su vez, envíe el texto a las máquinas impresoras en forma perfecta.
La tarea del revisor es mal pagada, porque no se valora los desvelos de estos buenos lectores.
El revisor, por su oficio, adquiere cultura.
Es un oficio invisible, porque todos saben que existe, pero nadie lo ve. Sabemos admirar la prosa maravillosa del mejor escritor, pero, pocos recordamos que detrás de su texto está la mano del revisor, que da belleza al texto. Casos ha habido en que llegado el manuscrito a la editorial y decidida su publicación, una vez compuesto y recibido por este lector, de su trabajo ha resultado la detección de algún error en el contenido o en la estructura.
La Academia dice: ortotipografía es «el conjunto de usos y convenciones particulares por las que se rige en cada lengua la escritura mediante signos tipográficos». Es decir, el corrector de textos atiende al uso correcto de esos signos para que el mensaje que se quiere transmitir sea exactamente el mismo que se transmite, y no otro.
Actualmente, se está valorando este oficio, porque todo libro académico debe tener un revisor de texto, pero, es necesario, que las universidades valoren esta tarea a través de una remuneración digna al revisor que trabaja junto al editor de libros.