El Problema de lo falso en la textualidad de nuestra historia

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial de Ambato

Elegí esta categoría de metalenguaje para ubicarme en un mundo de contradicciones de saberes en el que nos movemos. Lo falso como acepción opuesta a quienes abundan en información descargable, vista por semiólogos contemporáneos, se vuelve un criterio humanizante, porque se opone a quienes pueden asumir que sus saberes enciclopédicos los convierten en dioses controladores de la “omnisciencia intuitiva”. La historia debe ser entendida como una disciplina que sirve para “lo que debe ser” el sujeto del futuro, y no solo para tener la versión de lo que es o fue una verdad del pasado, como objeto analizable.

Enfrentar como premisa que existe “el problema de lo falso” como un punto de apoyo o un camino para el descrédito premeditado de lo estatuido, con varios análisis ya desarrollados en la crítica literaria, me ha animado a dedicar estas líneas respaldadas en mi formación semiológica.

En historia, más que en ninguna otra disciplina, se escribe para convencer, para persuadir, para conminar en el ejercicio de los razonamientos. El sujeto lector de historia se prepara no solo para ser informado, sino para ser condicionado y casi que para quedarse desarmado ante la narración de alguna “verdad” novedosa. Pero es el caso que el receptor también ha sido mentido (por falta de investigación), engañado (por las sutilidades de la tendencia ideológica) manipulado (por la difusión, ocultamiento o publicación de textos direccionados), avasallado (por las élites económicas adueñadas del conocimiento y su estatus socioeconómico), impotente, (ante la falta de capacitación y acceso a fuentes directas de conocimiento), y frustrado (ante el menú de supermercado de élite que oferta los productos de los círculos aureolados que difunden sus saberes). Esto y mucho más, también opera en la estructura del Estado, donde se deber ver todos los estamentos administrativos que manejan poder decisorio y presupuestario, que hacen que el gran público lector, viva en las redes, muchas veces de las mediocridades preferidas por superiores repletos de incultura histórica, del anacronismo, del egolatrismo, del anquilosamiento ideológico y otros males ineludibles que hasta constituyen perfiles de la democracia y que llevan a subirse a los ejes del poder a quienes son adversarios a la inversión en tópicos de la cultura. ¿Qué otra cosa hacen o no hacen las empresas editoriales? ¿Acaso no tienen la misma complicación que la prensa irresponsable que defiende intereses de círculos aureolados de poder? ¿Acaso no se pre fabrican intelectuales desde las esferas de marketing?

Del lado del destinatario, los productos ofertados afectan al indefenso imaginario colectivo, que es quien recibe la descarga de contenidos sin mayor valoración crítica. El historiador nato debe ejercitar “justificativos” para consolidarse en un imaginario de lectores críticos. Caso contrario, bastará la fábula para conquistar “emociones” que encubran los sofismas con que se les conforma a lectores ingenuos. Pero antes que la suspicacia del pensamiento nos lleve por senderos prejuiciados, diré que en nuestro tiempo, la novela (como hecho narratológico) ha surgido y sigue resurgiendo como un discurso contestatario, desacreditador y fustigador a la manipulación histórica ejercida por el abuso de la ideología del poder y de su orientación doctrinaria.

La novela, fabulando la propia historia, conquista lectores que dejan de lado “verdades” contadas por autores interesados y formados en sus dogmatismos de clase. Dicho esto, han entrado en competencia los mitos, entendidos como verdades a medias, tanto los de la historia como los de la literatura. Es como si ocurriera un enfrentamiento convergente entre falsarios. Puede ocurrir que se quiera desbaratar la credibilidad del historiador. Entonces gana terreno la literatura. Si el investigador-historiador adopta una posición científica, ridiculizará al mito literario. Pueden entonces surgir criterios en mutua viceversa. Digamos como hipótesis falsa que se ha puesto a la historia y a la literatura al mismo nivel mítico, como un primer paso del referido descrédito.

Conviene desacreditar a las esfinges para derrumbar los ídolos. Derrumbado el monumento levantado por los patriarcas del saber, quedan en el descrédito y en el ridículo los escultores de ídolos de barro. La tarea va larga, porque en tratándose de nuestra historia hispanoamericana, los famosos cronistas de las Indias andan tambaleándose en sus tumbas porque muchos nos han mentido, y han sido desenterradas sus adulaciones a benefactores de turno (igual que ahora), las crónicas que para muchos ingenuos han sido libros tenidos como biblias inamovibles y sagradas.

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