El término sociedad del conocimiento, de acuerdo con T. Sakaiya (1995) se refiere a las sociedades del futuro que mejoran sus capacidades técnicas, productivas y de gestión, pero evidentemente también se refiere al valor agregado que un colectivo le asigna al conocimiento socialmente generado, transformado, transferido, aplicado y compartido.
En la literatura también se manejan otros conceptos: Sociedad de la Información, economía del conocimiento, brecha digital, nuevas tecnologías de la información y la comunicación –NTIC y revolución digital.
Conocimiento: Se identifican dos dimensiones, una de carácter funcional, y otra de carácter axiológico. La primera se refiere al conocimiento que sirve para algo. Según Valenti López (2002), el término sociedad de la información sugiere que se hable de conocimiento útil en la medida en que lo que se transfiere sea conocimiento y no simple y llanamente, muchos y quizás, mejores datos. Conocer supone información, pero comprender supone conocimiento (Boisier, 2001). El conocimiento útil es aquel que le permite a un colectivo crear nuevas fuentes de riqueza, nuevos y mejores puestos de trabajo y, en general, mejores alternativas para suplir las necesidades básicas de desarrollo. Es, según Valenti López, conocimiento convertido en producto interno bruto (PIB).
La segunda dimensión se refiere a las implicaciones socioculturales del conocimiento para la formación, la integración, la participación, la solidaridad, la justicia, la paz y la seguridad.
La sociedad del conocimiento estaría caracterizada por todos aquellos agentes sociales (ie, gobiernos, universidades, industrias, organizaciones civiles) dispuestos a generar, difundir y utilizar información para la producción de conocimiento, económicamente útil para superar el subdesarrollo.
El aprendizaje colectivo así como otras formas de generar y transferir conocimiento requiere “una fuerte dosis de capital social, en los términos en los que ahora se entiende este concepto, vale decir, redes de cooperación basadas en la confianza interpersonal… orientadas a la consecución de fines legítimos “ (Boisier, 2001).
En este contexto, uno de los mayores retos que tienen los programas de postgrados en las universidades consiste en configurar su portafolio de productos y servicios de manera sistemática y efectiva, de acuerdo con las demandas del entorno, a corto, medio y largo plazos. La segmentación de estas demandas suele encontrarse en las expectativas del mercado laboral y del sistema productivo, en las necesidades de desarrollo científico y tecnológico y en los problemas del contexto político e institucional, derivados de los procesos de globalización e internacionalización de la economía.
Por tanto es importante analizar las prácticas que utilizan las universidades y los responsables de los programas de postgrados para identificar sus líneas prioritarias de formación en el nivel superior, para establecer el ciclo de vida de la oferta académica y para hacer alianzas estratégicas que les permita vincularse, efectivamente, a redes de conocimiento.
Importante es también, la posibilidad de generar respuestas a preguntas tales como:
¿Cómo se crean los nuevos programas de postgrados?
¿Cómo se define la oferta?
¿Qué tipo de información se utiliza para definirla?
¿Cómo se establece el alcance y la pertinencia de los programas?
¿Cómo se da respuesta a las necesidades de desarrollo científico y tecnológico?
¿A qué plazo se está pensando?
También hay que hacer un ejercicio de planificación con visión de futuro, conocido como pensamiento estratégico, a través del cual es posible intentar establecer, construyendo distintos escenarios y definiendo alternativas probables de acción, a dónde podemos llegar.
Además, los profesores-investigadores que participen en los cursos de postgrado deben realizar su trabajo de investigación en estrecho contacto con sus alumnos. Enfatizamos este hecho porque estamos convencidos de que un investigador en contacto con sus alumnos comparte con ellos, valores, hábitos, habilidades y actitudes que permiten la indagación de la realidad, la generación o recreación del conocimiento, el despliegue de la crítica razonada, el trabajo métodico y la constante búsqueda de nuevos desafíos. Estas cualidades están en la base de sus logros científicos y permiten la formación de profesionales sobresalientes, pero sobretodo promueven el mejor desarrollo de las personas y de la Universidad.
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