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Frente al espejo de la vida

Por: Dr. Oswaldo Bustos Azuero

No vuelan. Andan. Infatigables. Inclaudicables. En todo se fijan. Todo lo oyen. No hay paisaje que no se plasme en sus pupilas, voces no hay que no se reproduzcan en ecos grávidos en sus tímpanos acuciosos. Por eso, más allá de la retórica y su imaginería cómplice, los versos de Luis Rivadeneira Játiva son, nos vienen y se quedan adentro de una sensación especial en el alma. Siempre de encuentros, de certezas, amicales y familiares hasta la hondura en lo profundo de lo humano.

Una Antología arrastra tras de sí tres criterios insoslayables: uno estilístico, la conciencia de sus bondades formales; luego, la convicción de su empatía, puntos de encuentro del mundo lírico del autor con el del receptor; por fin, un criterio crítico, la convicción de la aceptación del receptor, engarzado en la función metalingüística del lenguaje y en ejercicio de la Ley del Asentimiento que desentrañara Bousoño. Luis Rivadeneira Játiva acomete con seguridad los tres supuestos, y nos pone de mano a esta Antología.

Leídos los textos que se convocan por su propia –del Autor- selección, se evidencian sus constantes temáticas respondiendo a motivos líricos distintos pero atados a una dinamia impulsora del poemar: su amor incondicional a la existencia y sus poblantes: el sentimiento terrígeno, un acercamiento casi devoto con la tierra (El Pambil, Imbacocha, Adopción simbólica…, Añoranzas de Imbabura, Ibarra blanca ciudad, Tabla Bella); una pertenencia fraternal, filial, un sentido de amistad-humanidad profundo (Recuerdos de mi hija…, Adriana, De mis entrañas vienes hijo, Nathalí, Tu imagen maestro, Figuras, Homenaje póstumo…, Poema en cuatro tiempos, “El Miche”, Al poeta de la “lleca”, El “Chamo” Guevara, Al pintor Franklin Lucero, Al poeta de la poesía viva); las cosas y los seres sencillos, humildes, y con ello una solidaridad conmovida (Campesino, Casa humilde, Dragones de la Calle, La fiesta del Pan, A las madres del mundo, El último arriero Anteño); el encuentro con símbolos y significados de lo étnico e histórico, provocadores de la memoria colectiva (De los Tsáchilas…, Comunidad Tsáchila, Poema de amor a Atuntaqui, Pasacalle Anteño, La Concordia, La fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Chapi, Pueblo Sarance, A Cacha.., La Chicha de Jora Imbaya); y en actitud carmínica, un tema intimista con su universo interior deviniendo a veces en alas de una leve nostalgia (Vino con aroma de mujer, El oficio de escritor, Alma Gemela, Me he quedado sin alma, Huellas del alma, Alimentos para el alma).

Sus constantes estilísticas igualmente claras y definidas: versolibrismo como recurso vanguardista; arquitectura estrófica funcional, cercano a veces a lo caligrámico, en ensayo de lo que Apollinaire y Huidobro potenciaran en sus momentos. El verso de arte mayor que se acorta en un acto casi gráfico, casi físico de concreción y precisión; o cuando el sintagma versal se elonga para mostrar la entraña de una idea cargada de significantes y significados. Lenguaje coloquial, descobijado de imágenes para no hacer distancias entre significante y significado y así precisar su objeto lírico, aunque con esto no queremos decir que estemos frente a una poemática denotativa. Porque es admirable la sencillez con la que el autor se acerca a las cosas y circunstancias para darles sus temporalidad, dimensiones y palpitaciones. Rivadeneira es un desafío a concepciones clásicas de la poesía.

“Mis versos/ son sencillos, pero,/ abren caminos./ Mis versos/ nacen de las / raicillas del alma,/…”, se confiesa, de entrada, consciente de la naturaleza de su biendecir, sin pujos ni alardes paranoides de los encandilados por sus espejismos mal disimulados.

Su actitud lírica enunciativa goza de claridad de medio día: poemas narrativos y descriptivos hacen su cosmos sentido. Su grafismo es casi un acto de recreación, recompone sus universos. Descompone –o compone- en sus elementos más caracterizadores al tema y no deja al receptor su tarea en ese sentido. Y no es que el poeta quiera “competir con la realidad”, como prevenía Borges, no; sus poemas son como algo hecho y no haciéndose para o por el lector. Cierra el circuito de la comunicación con un mensaje lírico próximo a nosotros que se nos hace fácil apropiarnos de él.

En esta Antología la memoria asume una presencia casi refundadora. La memoria está ligada al destino, es su antesala obligada. Luis Rivadeneira Játiva, docente universitario, escritor, poeta, (“Recuerdos de Imbabura”, “Historias Olvidadas”, “Recuerdos y Reflexiones”), es un incansable trajinador por la memoria, la descubre, la despierta y la pone a andar. Es un cimentador de nuestra cultura, destapador profundo de símbolos y equivalencias que nos configuran y definen.

Sigue rastros sin relegar sitio o momento al olvido, paso a paso, con la paciencia del cazador, por el espacio vital y las huellas de las realizaciones. Emplea el andamiaje de la crónica, desde donde otea el horizonte y divisa sucesos y personajes, e impronta sus presencias para la más vívida Historia (La Fortaleza de Atuntaqui, País Imbaya, Pueblo Sarance, A Cacha el más grande de los guerreros…).

Pero también se estremece frente a la trascendente amistad. Así, toma vuelo pegasiano en su poema enternecido “Al poeta de la “lleca”, en conmovida evocación de Héctor Cisneros, el poeta de las calles quiteñas, del que traza un cuadro “humano, demasiado humano”, si es que Nietzsche nos presta su alocución filosofada. O esa evocación elegíaca por su amigo Guillermo Flor Mancheno, con un treno que es diálogo con el arcano, con voces más allá de la muerte. O cuando abre una ventana enorme para mirar de nuevo al poeta Humberto Napoleón Varela y su producción de espigas literarias doradas, su mundo de seres y vientos planetarios.

Cantor de geografías irisadas de mieses y gentes (Atuntaqui, Tababela…), con estilo sobrio pero con generosidad de fruto maduro, Luis Rivadeneira va poniendo en la vida de pueblos y gentes su mano real y mágica, como pendonero del tiempo y la memoria.

Y el amor por los suyos, por su alma gemela de luna presentida, por sus hijos de la aurora, con rocío y arpegios de aves matutinas. Luis Rivadeneira se abre el pecho y muestra su corazón taumatúrgico.En esta Antología habla un poeta sin escuela literaria, sin cánones acomodaticios, sin presunciones de predestinado ni tentaciones de entreborrarse con los de carteles literarios. Sólo le motiva su “honda y perenne sinceridad” –Miguel Angel León-, su infinita hermandad con los humanos y la naturaleza, dos razones insoslayables para cualquier cantar que nos dé agua fresca en la sed de la vida.

NDD: El Dr. Oswaldo Bustos Azuero es fundador del Taller de Poesía Rastros, docente universitario y autor del Himno a la Provincia de Santo Domingo de los Tsáchilas. El 18 de noviembre del 2006, se le otorgó el Primer Premio Nacional de Poesía, en el concurso nacional «El Poeta y su Voz», organizado por la CCE Núcleo Manabí (Premio Bianual).

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