Historia del Pasacalle

Por: Dr. Luis Rivadeneira Játiva

Nunca olvidaremos el fervor popular por bailar los pasacalles en las calles, plazas y parques de la provincia de Imbabura y de mi lindo Ecuador, de parejas muy bien vestidas, en las noches de fiesta, con la frente en alto, junto al bullicio de las serenatas nocturnas, los primeros amores de miradas cruzadas y profundas, enamoramientos y amoríos, coqueteos, besos volados, entonando la canción popular a viva voz, al ritmo del candoroso pasacalle, de música de compás de marcha, tocada por una banda o charanga callejera.

Posiblemente, nuestro pasacalle es una conjunción del pasillo nacional con el pasodoble español, amalgamado a través del tiempo por las bandas populares o, quizá, no es más que una expresión popular de ritmos perdidos en el tiempo.

El baile popular llama la atención de propios y extraños, ya que constituye un baile callejero de pasos rápidos, apresurados, dando vueltas hacia la derecha y llevando a la pareja algo separada, pero unidos con las almas y la mirada serena, con el anhelo de vivir de quienes sueñan despiertos y encuentran un amor en una noche de brillantes estrellas y fugaces luceros.

En la evolución de la música popular del Ecuador, sin duda, la más bella expresión es el pasacalle, de estética musical y baile de escenario rico en canciones y en su expresión artística. Lo real es decir que en arte, como en todo lo humano, hay evolución. No se puede conformar un gusto nuevo musical sin tomar en cuenta una época pasada. Claro es decir que un ritmo nuevo desconcierta, inquieta y perturba, pero, cuando el ritmo se enraiza en el pueblo, está destinado a perdurar, a rejuvenecerse en su paso a través del tiempo, así como también, a imprimir un signo y símbolo distintivo en la historia de la música, ya que el pasacalle identifica a nuestra nación ecuatoriana.

Las consagraciones musicales proporcionan una suerte de satisfacción plena de la gente que disfruta de la música y del ritmo bailable y, al mismo tiempo, un regocijo espiritual.

Es imposible precisar la historia de la música, por breve que fuera, porque no basta señalar sus mejores momentos en cuanto a composiciones, sino también lo intangible, su espiritualidad y sus escenarios, más los autores que alcanzaron la fama.

El describir el baile del pasacalle me permite precisar la emoción de tener una pareja a la cual se la ciñe por la cintura con la mano derecha, mientras la dama pone su mano izquierda en el hombro del caballero y se sujetan los dos uniendo sus manos contrarias, para con un paso ligero bailar de la manera más bella.

El arte musical cambia sin tregua conforme a la evolución de las sensibilidades más exquisitas, pero nunca podrá derrotar a la inspiración popular que ha logrado inmortalizar al pasacalle y cuya historia quedará en todos los tiempos.

La expresión bailable de la música no es una vertiente natural sino, de raíces profundas de los pueblos. La razón de la primera no está de ningún modo condicionada por la segunda, es una prolongación del espíritu popular. La música no es más que una ilusión y no una realidad.

El pasacalle, sin lugar a duda, tuvo a las calles como primer escenario, logrando unir al pasodoble español con nuestro pasillo, con su variante nacional, ya que también es fruto de la influencia ibérica. Se cuenta que a los arrieros les gustaba bailar en sus fiestas los pasacalles de principios de siglo en las calles, plazas y tambos, con bandas populares o chigualeros.

Cómo no recordar los pasacalles más queridos por los ecuatorianos: El paisano, del imbabureño Jorge Renán Salazar, El chulla quiteño, de Luis Alberto Valencia y Alfredo Carpio; Chimbacalle, de Rodrigo Barreno Cobos; Ojos, de Gonzalo Moncayo; Romántico Quito mío y Promesas, de César Baquero; Lindo Quito de mi vida, de Custodio Sánchez Meza; y, Reina y Señora y la Tuna Quiteña, del trovador imbabureño Leonardo Páez. En Quito, ciudad cosmopolita, se han traducido los mejores encuentros musicales, logrando integrar a los mejores músicos del Ecuador, especialmente de Loja, Cuenca e Imbabura, para cantar a su Capital.

El pasacalle es fiel testimonio del espíritu festivo de los ecuatorianos, dispuestos a recibir siempre con cariño, afecto y hospitalidad a los vecinos y a los visitantes de otros lugares, para juntos festejar con alegría las fiestas populares.

Basta recordar las estrofas de dos pasacalles lojanos, para llevar su mensaje al mundo:

ARUPOS (FLOR ZAMORANA), de Alberto Zambrano.
Yo soy la flor zamorana/ teñida de primavera/ que despuntó en la ribera/ de la campiña lojana. / Con mi primor se engalana/ el regio manto del día, / porque soy la gallardía/ de las épicas hazañas/ que vieron estas montañas/ de la inmensa serranía.

GONZANAMEÑA de Luis Chauvín Hidalgo.
Gonzanameña tus ojos/ son cuna de los ensueños; / Gonzanameña tus besos/ hacen de esta tierra un cielo.

He escogido pasacalles lojanos, del sur ecuatoriano, vértice en donde confluyen los ríos del más puro sentimiento nacional, ya que Loja es una provincia mártir, encallada en los desérticos riscos de la frontera, de pueblos olvidados a su suerte, pero que tienen a la música como su compañera de vida.

Debo señalar al encantador pasacalle “El paisano”, de Jorge Renán Salazar, que los lectores de mi provincia comenzarán a cantar, porque la canción es un himno de los imbabureños en Quito.

Por los caminos y senderos polvorientos de Imbabura está la historia del pasacalle, ya que el trovador Leonardo Páez conoció tanto su geografía que logró crear la inimitable composición musical, cuyas estrofas les hago recordar:

REINA Y SEÑORA, (Pasacalle), del Trovador Leonardo Páez.

Tierra preciosa la de Imbabura/ la más hermosa del Ecuador/ ojos de cielo son sus lagunas/ y en sus orillas busqué mi amor. / En un paisaje de totorales/ la linda Imbaya me cautivó/ y desde entonces dichosa mi alma/ de sus encantos presa quedó/…por todas partes voy con mi longa,/ Reina y Señora de la región…/ esta mi tierra la de Imbabura/ le ofrezco entero mi corazón…

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