Identidad

Por: Julián Ayala Armas
Escritor y periodista. Islas Canarias

“Tuve amor y tengo honor.
Esto es cuanto sé de mí.”
(Pedro Calderón de la Barca)

Un amanecer en el Sáhara y otro amanecer en el Egeo frente al monte Ida, un día de 1941 y otro de 1944, la luna reflejándose en la laguna de Tiscapa y el banco donde ya no se sienta Ernesto Cardenal, los combates por Masaya y la bomba que envió al infierno a Anastasio Somoza aunque resulte ahora que eso no ha servido para nada, el jardín de Epicuro y la higuera bajo la que enseñaba, el reloj de Kant, la toma de la Bastilla, el asalto al Palacio de Invierno y el asalto al Cuartel de la Montaña, la guerra fría, el telón de acero y lo que llamaron “equilibrio del terror”, algunos días de 1951, de 1957 y de 1963, el Guerrero del Antifaz, Texas Bill y el Repórter Tribulete, la entrada de Fidel en La Habana, Raimon gritando no, Pete Seeger preguntándose dónde se han ido todas las flores, los Beatles disparando con su pistola caliente, Georges Brassens lamentando su mala reputación y Bob Dylan escuchando las respuestas del viento, un mes de mayo de hace muchos años, la pancarta de los interbrigadistas en la Marcha sobre el Pentágono, la victoria del Vietcong, los zapatistas cantando su himno, una niña afgana con un fusil, una embarazada en bikini votando por Lula, la cabeza cortada de un guerrillero kurdo, un cordero degollado en Fez, el Che en la quebrada del Yuro, una fosa común en Bosnia, otra fosa común en Iraq, otra en Libia y otra en la cuneta de una carretera española, muchas más en todo el mundo, el sonido de un violín en los crematorios de Auschwitz, un día de abril de 1971 y otro de diciembre de 1974, un carcelero con una llave manchada de sangre, el recuerdo de la luz de Delos que nunca he visto, millones de palabras más o menos hilvanadas, miles de artículos de prensa, algunos poemas de amor de melancolía y de muerte, un atardecer en Venecia, la puesta del sol sobre Palmira, el olor de los naranjos en Tinerhir y el olor del galán de noche en la calle Idomeneo de Heraklion, la primera vez que vi el Partenón, una casa con un patio lleno de plantas, una chica con una falda blanca que se cruzó conmigo hace años en una calle de La Laguna, una cabeza de Zeus en el museo de Butrinto, el Parque Montsouris de París donde nunca te he besado, mi amor, el casco de Milcíades en Olimpia, el brocal gastado de un pozo, la mañana del 27 de septiembre de 1992 en Antalya, un campo de olivos en cualquier parte, los túmulos de Marathón, la silla en la que se sentaba mi madre a la puerta de su casa para ver caer la tarde los días de verano, un día de octubre de 1978 y otro de junio de 1994, la flor del brachichito rojo y la sombra del tecoma amarillo, el chaplón de casa de mis padres donde me sentaba de niño a esperar que pasara el barquillero, algunas ciudades y muchas calles que he paseado y otras que ya nunca pasearé, la tarde del 1 de abril del año 2006, un viejo de aspecto desolado que se sentaba en un banco del Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife, Ulises atado al mástil, un huelguista de hambre en Turquía, un preso de conciencia en cualquier parte del mundo, un niño sirio muerto a la orilla del mar, un migrante de patera, un saharaui sin patria, una escena de película con un avión en medio de la niebla, otra con muchas banderas ondeando al viento, la caída del Muro, el recuerdo de un rostro breve y luminoso como el alba, el terrible mes de octubre del año 2008, un mendigo de ojos yertos que cantaba su salmodia a las puertas de la Gran Mezquita de Bursa, mi perro en estos momentos ovillado a mis pies como una vieja capa que diría Neruda, algunos libros de Neruda, algunos libros de Marx, de Borges, de Camus, de Yourcenar y de Pessoa, los libros de Omar y de Hafiz, de Homero y de Horacio, de Cavafis y de tantos otros, Sísifo bajando a coger la roca, ninguna bandera, algunos sueños. Todo eso soy yo y, además, una sombra.