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Identidad y estrato social

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador y Cronista Oficial de Ambato

Sobre los criterios socioestráticos, queda señalado que la ecuatorianidad no puede estar nunca de la misma manera en las clases altas, comparativamente, como lo está en las clase media o baja. Un ecuatoriano rico o de alto poder económico es más cosmopolita. Comparado con uno de clase media, el rico puede cambiar de nacionalidad, tener doble nacionalidad e irse a residir cómodamente en donde le plazca. Dueños de su economía tienen casas en Norteamérica, en Europa o en algún país de sus quimeras donde registran el nacimiento de sus hijos y nietos. El criterio económico del cosmopolitismo difiere radicalmente del criterio intelectual. ¿Con cuánto de ecuatorianidad y extrañamiento viven lejos de la nación donde vieron la luz y en donde aprendieron a tener alguna querencia? Esta gente, si se va por algún lado del mundo, no es la que más habla que sufre por regresar a su tierra. Muchos sufren porque no pueden irse rápido del subdesarrollo. Nótese a los burócratas, banqueros y políticos de alta jerarquía, cuando cometen ilícitos y desfalcos en sus países, para eso tienen el acogedor refugio del país de la impunidad en el Norte, y eso les hace amar esa tierra prometida, y buscar residencia y orgullo, que en el fondo no es sino una tara vergonzante.

El ecuatoriano de clase media, si acaso puede viajar fuera de sus fronteras, lo hace por turismo, por cultura, y hasta por inercia de clase. Es en este grupo, donde opino que está más arraigada la identidad, la ética cívica, la convicción nacionalista, el apego geográfico, la valoración cultural y la lucha por lo que no se consigue tan solo por el dinero que lo tienen los plutócratas. El ecuatoriano de clase media lucha, igualmente por lo que no entienden ni pueden sentir los depauperados marginales de las clases bajas, que son los que no pueden viajar, ni ilustrarse, a veces no pueden siquiera alfabetizarse. El hambre y la pobreza nada tienen que ver con el civismo, aunque sí son consecuencia de esto mismo.

El ecuatoriano de clase media baja, es el migrante, es quien se endeuda para salir del país con la idea de volver a su querencia, a una casa que ha de construir con lo que gana afuera. Cree que va a volver. Pero en la mayoría no lo logra, porque se aliena, y el sistema externo lo atrapa y lo asimila. Deja familia, mujer e hijos endeudados, y se va llevando fragmentos de alma cívica, añicos de ecuatorianidad. Y lo siguen alimentando con música del desarraigo; y les envían comida, recuerdos, postales, ropita propia, artesanías y montones de fotografías. Es decir, la ecuatorianidad viaja por correo y por vía de encomiendas. Afuera se organiza y forma ghetos, colonias, asociaciones de ecuatorianidades, donde reproducen artificiosamente sus regiones, su rincón con altar patrio, su forma de extrañar lo que acaso nunca valoraron teniéndolo en su propia tierra. Por ahí puede “hablar”, desahogarse y reproducir imaginarios de su cultura, su imaginario trágico y mal entendido, sus controversias.

En el ecuatoriano de clase media es en donde están los héroes de las tantas guerras ganadas con las armas, pero perdidas con territorio incluido, recordando las batallas de los diplomáticos que se forman desde las clases altas en nichos ecológicos enajenados. Los de las clases media y baja han sido y son los soldados que son acuartelados, encivismados, empatrecidos, conducidos a los frentes de batalla hasta que luchan, mueren y se hacen héroes post mortem. Mientras tanto las cúpulas pasan vivitas a la historia, demostrando todas sus estrategias y sus influencias hereditarias. Ante las miradas de extranjeros, solo los ecuatorianos, después de hacer constar en la historia el hecho de haber ganado todas las guerras; nos dicen, que saben que hemos firmado tratados entregando territorios, para constancia de que amamos la paz, la justicia, la buena vecindad. ¡Qué manera más original de demostrar que ganamos guerras! Así vistas las cosas, la diplomacia maneja la nobleza de espíritu, en tanto que el populacho maneja la rusticidad de las armas y se revuelca entre la sangre hermana que es tan igual al otro lado de cualesquier frontera, de cualquier bandera vecina inventada para manejar las haciendas.

Las clases altas, siempre han creído en la idiotez de las clases bajas. La mentira tiene el más alto rango estatal y oficial, sobre todo porque nos damos cuenta que proviene de intereses económicos, de entreguismo de recursos naturales. ¿Qué es la soberanía para un plutócrata hijo del rey Midas? No hay que olvidar que las guerras en nuestro caso son manipulaciones aberrantes de filiofobias. Ha sido un éxito de los vendedores de armas y exportadores de muerte, fomentar rivalidades haciendo pelear por los nacionalismos, por los patrioterismos, a pueblos hermanos, puesto que los dueños de las haciendas donde ejercen su poder político hereditario, ven a la gente “baja” como un excedente, como parte de la basura, puesto que se desenvuelven en la miseria.

Y para eso están los intelectuales, listos para el respaldo patriotero. Al decir del escritor francés Louis-Ferdinad Céline, una “guerra está madura” cuando florecen los cantos, las canciones patrióticas, las condecoraciones: “La poesía heroica se apodera sin resistencia de quienes no van a la guerra y aún más de aquellos a quienes está enriqueciendo de lo lindo. Es normal. Ah, el heroísmo pícaro es como para caerse de culo…(Viaje al fin de la Noche, 2011, p. 97)” Mírense cuántos cantos heroicos tiene la Independencia latinoamericana. ¿Qué cantamos en los himnos nacionales? ¿En contra y en beneficio de quién? ¿Cantamos a los héroes de las clases marginales, a quienes realmente mueren en las contiendas? ¿Qué es el Canto a Junín escrito por nuestro Olmedo? ¿Acaso el propio Bolívar no lo repudió diplomáticamente?, ¿A quién se enalteció en el Canto a Miñarica? ¿Flores es digno de tal monumento histórico-literario? ¿Qué papel tiene en estos adulos el poeta Olmedo? ¿Anduvo por esta vida buscando guerras y héroes para activar a su musa? Intercalemos el fragmento de la siguiente carta de Bolívar a Olmedo, fechada en Bucaramanga el 6 de julio de 1828. Se refiere a que el 5 de febrero, Olmedo estaba embarcado de regreso de Londres hacia América.

Y en un párrafo final dice: “Mudando de tono diré a Ud. que celebro mucho su regreso a Colombia para que nos ayude, si Ud. Prefiere nuestro gobierno al del amigo La Mar ¿Tendremos querella por este dichito? Yo espero que no; pues no hay malicia sino franqueza en lo que digo. Repito, pues, que quiero que Ud. sirva a Colombia y acepte un Ministerio en el Supremo Gobierno de Bogotá. El de Relaciones Exteriores puede convenirle ya que se ha hecho Ud. vaqueano de la carrera diplomática. Esta carta prueba mi buena fe para con Ud. y su amigo La Mar, a quien no quiero combatir por más que lo digan, y si alguna vez nos vemos, hemos de entrar en materia, aunque Ud. es un juez muy recusable para decidir entre amigos, porque siguiendo Ud. las inspiraciones de la poesía, ama mucho y algunas veces más de lo justo, siendo Ud. mejor que los otros…Tenga usted la bondad de ponerme a los pies de la señora, dar un beso a la chica y ofrecer mis respetos al señor Icasa. De corazón afectísimo. Bolívar. ” (Guillermo Arosemena, Desde mi trinchera. Página virtual)

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