Por: Vinicio Vásquez Bernal
El conocimiento responde a los avances que cada circunstancia del tiempo genera en pos del progreso de las ciencias. Para entender su evolución es necesario escudriñar en lo íntimo de cada época, alí se puede buscar las circunstancias que dieron luz a tal o cual pensamiento o aporte científico; así se entenderá la integralidad de su esencia. Las culturas, las religiones, las ideologías y los sistemas sociales, constituyen, entonces, las directrices que direccionan y posibilitan el surgimiento de los resultados, aspirando siempre a que estos sean cabalmente utilizados para generar bienestar al ser humano.
Entendiendo así, es claro que los avances de las ciencias están concatenados entre sí, y entre ellos se encontrará siempre una relación de orden y de causa efecto, que se explica en una estructura espiral cuyo inicio es tan incierto como su final; es decir, se puede únicamente afirmar que la necesidad del hombre por entender su entorno ha posibilitado cada una de las innovaciones científicas desde el inicio de los tiempos. Así es ahora, así será hasta los confines del tiempo.
Entonces, habrá que explicar que los métodos y los procesos de fundamentación, son en sí exigencias y requisitos de cada uno de los tiempos, que únicamente buscan dar formalidad a la investigación; son la búsqueda de la verdad y el afán creativo del hombre los elementos que mueven estos procesos; es la mente del ser humano con su capacidad privilegiada la que obliga a buscar el ¿por qué? de lo simple, en base de ubicar desequilibrios lógicos, en esos espacios donde el común de los ciudadanos no observa más que “lo evidente”.
Insistentemente se habla ya de la economía del conocimiento, lo cual es absolutamente revolucionario. La conquista intentó imponer con violencia que el desarrollo que existía en las ciencias a la llegada de los descubridores no era sino costumbres paganas de pueblos salvajes. Luego diversos tipos de colonialismos han intentado mostrarnos como subdesarrollados, regalándonos la idea de que la mediocridad de aceptarnos con incapacidad regular es normal.
Al profesional se lo ubicó como un comerciante más, para que se venda en una sociedad que a todo lo pone precio; a la cultura y la ciencia, se las proponía como espacios de pocos, de un grupo de sacrificados, que relegan a segundo plano las personales necesidades por el bien de sus “aficiones”.
La sociedad del conocimiento requiere de mujeres y hombres comprometidos con su sociedad, a través de generar resultados que dignifiquen al ser humano. Afirmando que sí, que todos podemos hacer cultura, que todos tenemos la capacidad de crear ciencia, los espacios se irán abriendo a medida que vayamos proponiendo cosas. Lo que debemos sepultar, especialmente nuestros jóvenes, es la idea de que el logro máximo de un profesional es el conseguir un empleo, aún sí le paguen bien por hacer lo que no le gusta. La sociedad actual requiere de mentes abiertas y sin miedos, capaces de crear propuestas dignas que vayan más allá del acomodo del grupo, que busquen más bien el sacrificio del ser para construir el bienestar general.
Vivimos una época donde las herramientas permiten sistematizar soluciones, es necesario simplemente despojarse de egoísmos vanos. De nada sirve un pensamiento bueno si se lo guarda para el ego, hay que buscar que el mismo se enriquezca con los aportes de los críticos.
Siempre existirá una mejor forma de hacer las cosas, lo absolutamente negativo es no hacer nada.