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La educación es fuente de bienestar del ser humano

En la última década, los ecuatorianos hemos aprendido que un país pobre, subdesarrollado, típico del Tercer Mundo, pude alcanzar altos niveles de desarrollo, y ello depende del grado de cohesión popular, voluntad política y tenacidad presentes en la magna tarea.

Aprendimos también que cuando un pueblo entero hace suya una causa, y se prepara para defenderla, esa causa es invencible.

Al mismo tiempo, la experiencia histórica nos reafirmó que no es posible democratizar la enseñanza de un país sin democratizar su economía y sin democratizar, por ende, su superestructura y que el problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en nuestro tiempo si no es considerado un problema económico y social, como nos legara el Amauta José Carlos Mariátegui.

La educación tiene un camino fecundo por recorrer como fuente de bienestar del ser humano, pero necesita de un requisito imprescindible: El triunfo de la justicia social. Ella es un formidable instrumento del mejoramiento del ser humano y de la sociedad, pero utilizarla en toda su plenitud demanda que el hombre se libere primero de las trabas económico-sociales que las injustas relaciones de producción han impuesto en nuestros países.

Así, se podrá cumplir con la certera definición de Simón Bolívar en 1825, cuando dijo: “ Las naciones marchan hacia el término de su grandeza, con el mismo paso con que camina la educación.”

Luchar por engrandecer la educación en nuestro país es una vía más para la lucha por un mudo mejor; mundo que aspira a la paz como necesidad primordial de su existencia.

Trabajar para ese mundo es concebir la cultura como elemento permanente de comunicación entre los hombres; concebir la educación como un medio de desarrollar una mentalidad y actitud constructivas, de crear en el hombre la conciencia de aportar para su patria y la humanidad, al lado de “los que aman y fundan” frente a “los que odian y deshacen.”

Porque confiamos profundamente en las posibilidades creadoras del hombre, confiamos, con justificado optimismo, en que el futuro del Ecuador será luminoso si continuamos impulsando la educación, tal como se ha hecho en la última década.

Para ese futuro trabajamos, para ese mundo nos preparamos y forjamos lo mejor, lo más puro, lo más noble de nuestros sueños y esperanzas.

Alcanzar esa justa aspiración demanda la unidad de acción, el entendimiento sobre la base de todo lo que tenemos en común, que será siempre más que lo que nos diferencia o nos divide a los ecuatorianos.

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