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La fantasía del triunfo

Pedro Reino - Wikipedia, la enciclopedia libre

Por: Dr. Pedro Reino Garcés, Cronista Oficial de Ambato

Presentación del libro de Geovanny Rubio Mera

5 de julio de 2024

Casa del Portal

“Cargas heridas oscuras que se revuelcan en la memoria, lunares tan antiguos como el origen del universo, la piel se pierde en el telar de remotas constelaciones”. Geovanny sabe y asume que en un renacer todos quieren salir ganando: “si reúnes miles de monedas oxidadas, comprarás una bomba atómica”. Con estos dos textos mínimos estamos como en una selva de denuncias para  lo cual el escritor planta sus palabras en la confusión de los bosques actuales, en los que vivimos propensos a las catástrofes mentales, a las ventiscas y derrumbamientos de lo absurdo. Creo que  en estos momentos del mundo, conviene irnos acomodando a la sinrazón para sobrevivir a la armonía envenenada que nos rodea.

Ojalá suscitara en todo lector la denuncia del proponente: La historia de las grandes civilizaciones más antiguas del mundo son solo almacenamiento de la soberbia sustentada en las esclavitudes, desde Nínive y Babilonia, pasando por las pirámides de Egipto; la ciudad de Troya relatada por Homero con pelos y señales; las pirámides mayas y aztecas o las piedras de Macchu Picchu cantadas por Neruda.  Esto me llega a la memoria desde el faro luminiscente que se ha prendido en Geovanny Rubio para asumir el desafío de buscar en la poesía su razón de ocupar el ejercicio del pensamiento en una reflexión de propuesta; y no de desperdiciarlo en liviandades del entretenimiento ingenuo.

Viene a nuestra convivencia un nuevo libro de alucinaciones poéticas surrealistas bajo un título cuestionador en una sociedad que ha nacido y crecido en el paradigma de la competencia: “La fantasía del triunfo” que es en sí más bien una advertencia. Me imagino que quiere taladrar la vanidad de los que han hecho de su vida una carrera en la que buscan la justificación de orgullo porque dejaron atrás a los demás, sin importar los medios que se emplean para conseguirlo. ¡Ah! Si la transparencia fuera la biografía de la justicia, seguramente el mundo carecería de monumentos:

“La historia es una mazorca de oro que se avienta al chiquero. Una piara se pelea por llevarse los granos a la boca”. Para asegurar esto, es porque el lector ha hecho su correspondiente contralectura y no se come “el cuento dorado” de los triunfalistas que aplauden cualquiera migaja de alienación  con la que sustentan su poder como un malabarismo metido en su cerebro.

“Para qué poetas en tiempos de penuria?” Decía el poeta alemán Holderlin (n. 1770) hace dos cientos y más años, poeta que fue mal interpretado, manipulado y reivindicado. ¿Acaso no nos acosan todas las penurias contemporáneas? Por eso creo que tenemos que someternos al adulo como forma de supervivencia. Digamos que la penuria económica de unos, que somos la mayoría, incide directamente en la penuria intelectual que también tiene tentáculos en la penuria moral. Esto, sin considerar la penuria estética que surge en el malayerbero espontáneo del entretenimiento y falta de consistencia filosófica, y por ende, ideológica  que debe sostener un postulante a la iluminación intelectual. Si hemos decidido sacudir al mundo por medio de las palabras, sacudirlo del marasmo y la falta de luz en el horizonte conformista, habremos tomado el camino de la poesía. Ser un conformista con la penuria de un sistema y creerse poeta que busca “La fantasía del triunfo”, es el grito de alerta que ha venido su autor a presentar para alentar la creación.

Está dicho por Geovanny: “Te empeñas en ser lo que otros han sido. Miles de pasos te anteceden. Inconsciente, inocente guirnalda de periódicos teñidos de sangre. Siguen tus manos  como éxodo animal. Caes, te levantas. Sacudes el polvo que ensució la blanca túnica”. ¿Qué alerta se presume en el destinatario? Pues que buscamos moldes que pueden ser los que fabrican los periódicos que están llenos de sangre que es la evidencia del miedo. Este concepto en nuestro escritor solo ha de ser producto de la oscuridad como carga personal. Y es que cada quien cargamos  nuestras oscuridades “como sintagmas de lóbregas memorias”, “como haber estado sin luz de luna” o sin la luz de haber leído un poema verdadero que ilumine la tiniebla de la sangre que se hace cargo de los miedos.

 Y es que se ratifica expresando “la palabra carga un dinámico carácter que confunde” porque “es un estallido de las voces ausentes. ¿Quién las va a llenar, se supone, con nuevas palabras? No ha de ser el palabrero que nos sale con sus malabarismos que impresionan a la parada del semáforo, sino el poeta que vive una estética que siendo arte, promete ser filosofía. Vuelvo a mi refuerzo  y digo  con Holderlin que “la poesía es el principio y el fin de la filosofía”.  Esto, quiere decir que tenemos derecho ineludible de abrir los ojos a lo que nos rodea para que se entienda que el mundo merece otra atmósfera. ¿Cómo dar con un principio para cambiarlo? El problema es que tenemos que  ponernos, dolorosamente, del lado de quienes creen en lobos o toros faraónicos. Y es tarea de poetas hacerlos cambiar de dios para lograr el derrumbamiento de su imperio.

Geovanny en su Obertura nos dice que “busca un estallido de todas las voces ausentes…” porque espera “que la palabra tome valor en el otro, es un acertijo que compartes en el caminar, mientras invitas a descifrar su contenido. Igual al pan, a la oración, al cuerpo”. ¡Qué paradoja! Tener que compartir la vida con quien no podemos compartir la palabra. Podemos compartir el aire, pero no el vuelo. ¡Que pena, tener que compartir las formas de los cráneos pero no el humanismo!

Poesía y conciencia es lo que encontrarán en estos textos que vienen a ver la luz desde Ambato, donde la mayoría de la gente se dedica a lo demás, que es una patria de los números, más que de palabras, tierra de los adulos más que de propuestas. Entiéndase también que para esta mayoría los números solo significan supervivencia con desvinculación a los criterios de intelectualidad; donde la filosofía que se practica es la de la ganancia, porque lastimosamente y sutilmente nos ha venido a advertir que desde aquí tiene la experiencia que “el corazón es una fosa común de memoriales, una cripta enorme en donde rostros congelados descansan … donde los vivos apenas son soldados de lo estéril, que el salario no alcanza para olvidar el mar”, que nos atrae una aventura en montón de acercamientos semánticos. Creo que el mar que nos presenta es el desafío a los mitos de sirenas y tiburones que alimentamos entre las venas de nuestra memoria.

Demos pues la bienvenida a estos hallazgos estéticos de Geovanny Rubio Mera contenidos en el libro que ahora se presenta, rompiendo esquemas tradicionales, y que avizoran que Tungurahua, a más de apologías merecidas y de las otras, va sustentándose en nuevas voces sufridas, sentidas y forjadas desde el lugar de los hechos, desde donde otra historia nos reclama firmes a los vendavales que nos traen retos de asumir ese terrible enfrentamiento a los escombros.

Termino Repitiendo al español Blas de Otero (1916):

“Aquí tenéis, en canto y alma, al hombre

Aquel que amó, vivió, murió por dentro

Y un buen día bajó a la calle: entonces

Comprendió: y rompió todos sus versos.

Así es, así fue: salió una noche

Echando espuma por los ojos, ebrio…”

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