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La Hacienda de Clara Núñez de Bonilla en Quinchicoto. 1632

Por: Dr. Pedro Arturo Reino Garcés
Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato

Baja un frío viento del inmenso Cari-huaira-rasu que todavía está intacto. En 1698 reventará su furia ante tanta injusticia, y se hundirá como un Dios que se achica junto a los que creyeron en EL. Ya no están los que le ofrecían llamingos y vicuñas entre danzas y flores de las pampas. Padre de los vientos; Cari-huaira-rasu te volvieron a llamar los hombres que vinieron con el inca y con su quichua. Así te reconocieron cuando nosotros ya te habíamos llamado: Dios de las Alturas y de la
Soledad; Varón de los Huracanes; Engendrador del Trueno y de los Rayos. Así te dijimos en nuestra propia lengua que murió justo cuando también te derrumbaste tocando las dulzainas en las alas de los cóndores en 1698.

El viento es como el alma: sopla su monólogo con los ojos cerrados y se miente así mismo. El viento es como el alma: sopla y pasa. A veces quiere ser picapedrero… Impregna una huella, pero igual, se va, se va… se va tragándose la saliva que le da la vida. Todavía no hay ningún eucalipto en el horizonte. Las chilcas, los maticos y los quishuhuares cabisbajan sus ramas y se abrazan en los linderos hasta que pase el viento que revolotea espantado por los relinchos y el tropel de los caballos.

En el camino entre Tisaleo y Mocha está la hacienda de Clara Núñez de Bonilla, hija legítima del Gobernador Rodrigo Núñez de Bonilla, a quién César Dávila Andrade consignó «su odio» en el Boletín y Elegía de las Mitas a los cuatrocientos años. Clara está presintiendo su muerte. Su padre que se sentía dueño de todo lo que miraba, también se despidió de éste mundo. Clara ésta pensando en su segunda nieta: la pobre Magdalena Bonilla se consume en el sufrimiento moral. No vale que vaya a vivir ni en Quito ni en Riobamba porque pueden vangarse en ella lo que hizo su padre Don Nicolás de Larraspuru, miembro de una importante familia vasca. Le voy a dejar mi fortuna a la Magdalena, pero que se quede viviendo en Quinchicoto; y si quiere, que se vaya también a la otra hacienda de Mocha.

Clara Núñez de Bonilla recorre los corredores de la casa de Quinchicoto. Quiere aferrarse a la vida pisando los mosaicos de piedra y huesos de carnero que han hecho los indios. Clara ha manejado tanto dinero y tanto poder que cree que Dios no solo debe recibir su alma en el cielo, sino también sus huesos. En la casa ha escondido un patio cuadrado entre paredes y techados. Es como un mantel de piedra sujetado en las esquinas por pilares también de labrada piedra. Hasta allá se oye la llegada de sus ochocientas ochenta y ocho ovejas que cuida Francisco Masabanda y Antonio Ingata, según el dato del Archivo Nacional de Historia desempolvado por Gladys valencia Sala. Clara Núñez de Bonilla, casada con Juan de Vera y de Mendoza, dicta su testamento el 20 de Julio de 1632.

«Porque yo tengo mucho amor y voluntad a Doña Magdalena de Bonilla y Larraspuru mi nieta hija segunda legítima del General Don Nicolás de Larraspuru caballero profeso de la Orden de Santiago y Doña María de Vera y Mendoza mi única hija legitima y del dicho de mi marido…» del tercio de mis bienes le dejo «setenta mil pesos de a ocho reales cada uno» y lo que a continuación queda inventariado: «En el caso de la hacienda hay tres casas con nueve cuartos cubiertos de paja, el uno con candado pequeño y los demás con sus puertas sin cerradura ni llaves. En un cuarto una mesa grande y un escaño, tres tarimas, una azuela pequeña de cabrestillo, un azadón viejo y remendado, una hacha vieja y pequeña. «Regresa la mirada por una ventana y ve su «cuadra de alfalfar» y se lamenta que España esté tan lejos al no tener mas herramientas. Y prosigue: «Un molino corriente y moliente con un dado y dos gorrones muy gastados con una picadura vieja con su casa cubierta de paja y un aposento con su puerta y llave y la puerta principal con cerradura y llave y la otra puerta con su aldaba de fierro…»

Clara Núñez de Bonilla no puede morir pronto. Piensa en Nicolás de Larraspuru, su yerno hijo menor del famoso Almirante Tomás de Larraspuru, dueño de la flota de barcos que llevaban a España el oro, la plata y otros cargamentos que salían de Perú y de México, para entregárselos al Rey Felipe IV. Don Nicolás era «noble, vago y pendenciero.» Un día de riña hirió gravemente al Licenciado Antonio Rodríguez, Fiscal de la Audiencia de Quito. Por eso le desterraron a vivir en Riobamba, en donde, y por las fiestas de Navidad, un 29 de Diciembre de 1626, en una riña sangrienta, mató al Alguacil Mayor Don Pedro Sayago del Hoyo, nativo de Extremadura, por repulsas nacionalistas y regionalistas trasplantadas en América.

Clara Núñez de Bonilla ha vuelto a abrir los ojos estos días de julio de 1997. Sabe que siguen, como siempre, los enfrentamientos entre vascos, extremeños con los castellanos. Toda España gritaba en contra de su yerno por los nuevos asesinatos con la ETA…EI alma está en el viento y el mundo sigue dando las vueltas.

Nota del Director: Este relato consta en el libro HISTORIAS AUN NO CONTADAS de la autoría del doctor Pedro Arturo Reino Garcés, Cronista Oficial y Vitlicio de Ambato.

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