Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador, Cronista Oficial de Ambato
¡Mueran los independentistas, abajo los republicanos, viva nuestro monarca el Rey Fernando, Viva “El Deseado”, abajo el 10 de agosto de 1809, mueran los de la Junta Soberana de Quito, viva Toribio Montes, viva mi padre el español Don José María Sáenz de Vergara y Yedra que fue Oidor de la Real Audiencia de Quito; viva el doctor Francisco Xavier Manzanos del Castillo, mi andaluz y nuevo Oidor de la Audiencia de Quito que ahora es mi segundo marido. Abajo Ramón Chiriboga el separatista adulón de los republicanos independentistas. Abajo el Coronel Feliciano Checa y Barba. Viva Juan Sámano que ha recuperado la patria de manos de los sediciosos revolucionarios del 10 de Agosto. Mueran los que encarcelaron a mi honorable padre y mueran los conspiradores con la Manuela Cañizares que me encerraron en un convento de donde he huido para juntarme a los realistas para terminar con los descabellados enemigos de la madre patria!
Es 2 de Septiembre de 1812 en el campanario de la iglesia de Mocha. La Josefina Sáenz repica a rebato las humildes campanas de su iglesia convocando de nuevo a todos los buitres a proseguir con los privilegios de la vida colonial. El santo protector San Juan de Mocha se cobija de nuevo un poncho de lana para que no le pasen las balas y para tapar la cólera de los que saben bautizar con sangre a los salvadores de los pueblos. Por la boca de la Tungurahua se chorrean diablos oportunistas a camuflarse en las iglesias y a contribuir a que gritaran a favor del caos que florece en las revueltas, y a cargarse almas ensangrentadas al infierno, dejando abandonados sus cuerpos en las quebradas que bajan del Puñalica al río de Mocha.
Todavía cuenta la gente de ese tiempo, que María Josefa Césara Sáenz del Campo., “combatió valerosamente en la jornada del 2 de Septiembre, y a caballo, empuñando en una mano el sable y en la otra la bandera española, penetró la primera al pueblo de Mocha, y apeándose subió a la torre de la iglesia, donde, después de enarbolar el pabellón real, se puso a repicar triunfante las campanas. La referida señora, quiteña e hija de don Simón Sáenz, ofrecía la particularidad- no muy rara entonces-, de militar en las filas monárquicas, mientras algunos de sus hermanos pertenecían al partido republicano…” (Tobar, Carlos R., Relación de un veterano de la Independencia, p.137)
Don José María Sáenz de Vergara Yedra fue el Oidor de la Real Audiencia de Quito en 1809. Todavía debe estar buscando en las paredes de sus noches, y entre los pedrones de su memoria, la razón de sus contradicciones. Ha dormido con una mujer de Popayán y con otra de Quito. Las dos camas huelen a profundos monasterios. A veces sueña que él es una medalla de dos caras distintas. En un lado le aparece su hija Josefa Sáenz del Campo, conocida como “La Heroína de Mocha», la fanática realista que empuña las armas a favor del Rey; y que ha sido vestida con uniforme de húsares para una entrada triunfal en Quito luego de la contienda en dicho pueblo. Pero en el otro lado de la moneda de su propia sangre, surge la recia figura de Manuela Sáenz y Aispuru, reconocida como “La libertadora del Libertador” que asumió la causa de luchar contra el Rey, y sale en cualquier tiempo, del brazo de Bolívar, vestida de gloria a mirar en la penumbra el cadáver de su media hermana Josefina, y el fantasma de su viejo padre que siente un raro remordimiento entre sus piernas.
Don José María Sáenz de la Vergara y de la Yedra, sabe que la monarquía le reconoce importancia. Cobra jugosos salarios por lo cual se ha distraído fecundando ocho hijos que crecen con una rara belleza y ese impredecible carácter revoloteado que tienen los hijos del nuevo mundo. Se ha casado en Popayán con Juana del Campo y Larrahondo, la entusiasta devota de las procesiones de Semana Santa de la ciudad blanca de Colombia, la que le ha alegrado con su bella hija María Josefa Césara Sáenz del Campo. Pero en Quito, doña María Joaquina de Aispuru y Sierra le ha dado el peor golpe en los arrebatados genitales de su infidelidad. Sabrás que te ha nacido una hija desafiadora a tu política de bajo vientre, por ser un desbraguetado en amores prohibidos, le redunda la seducida doña María Joaquina de Aispuru. Nuestra hija que la hemos engendrado apasionadamente va a llamarse Manuela, y con el tiempo llegarás a saber que será “La libertadora del Libertador”. No te resientas porque tus hijas montarán a caballo, manejarán las armas y las pasiones y partirán tu corazón entre dos mundos.
Don José María Sáenz de la Vergara está emocionado con la resolución y la merced que ha tenido en favor de su hija querendona de su adorado monarca. Le parece una maravilla que haya recibido un escudo en su honor ahora que está casada en segundas nupcias con Francisco Xavier Manzanos del Castillo, luego de que muriera su primer esposo Agustín Angulo en 1807. Don José María relee una comunicación que dice: “Quito, 22 de diciembre de 1812.- Señora doña Josefa Sáenz de Manzanos.- Atendiendo al mérito que Vuestra Merced contrajo tan particular en su sexo, de haber concurrido, y presentándose con su caballo y armas en el ataque y toma de las fortificaciones de Mocha en medio de la tropa, y expuesta a las balas, según lo representé a Su Merced en 24 de Septiembre por haberlo presenciado, y que a todos he concedido un Escudo, habiendo dado cuenta a la Superioridad, se lo acompaño a V.S., a fin de que pueda hacer uso del.- Dios guarde a VSI, f) Toribio Montes.” (Tobar, p.138)
En 1812 su hija quiteña de amores prohibidos tiene 17 años. Su otro hijo: José María Sáenz del Campo, de legítimo matrimonio, tiene dos años menos que ella. Apenas con 15, puesto que fue bautizado en Quito en 11 de diciembre de 1797, ya estaba convencido que tenía vocación por las armas de cualquier bando. Primero fue soldado realista hasta que en Lima, su media hermana Manuela junto a Rosita Campusano le convencieron que en vez de estar al servicio del Rey, debía luchar por la causa americana que tenía futuro.
Manuela le hace notar que la “heroína de Mocha”, la Josefina, no pasaba de ser una mujer que defendía los jugosos cargos de su padre y de su marido. Que ellos debían mirar al futuro que cabalgaba por el continente a las órdenes de San Martín y de Bolívar. Que eso de que el Rey le haya dado un escudo y la hayan disfrazado con morriones, con chaquetas envueltas en cordonaduras y sable al cinto no pasaba de ser una distracción del tal Toribio Montes, porque cuando quisieron que la gente les aplaudiera a su entrada en Quito, todos les habían cerrado las ventanas de los balcones y habían dejado que los gatos enjaulados les contemplen con la indiferencia con la que saben enroscarse en los días de lluvia.
La Patria tiene dos campanas en Mocha. La Torre está hecha con las piedras ancestrales de sus “aposentos” que Cieza de León “se espantó de los ver”. Una campana se llama Joaquina y otra se llama Manuela. Las piedras de la torre de Mocha han sido manchadas con sangre de “Sanchistas y Montufaristas” que han pretendido enarbolar pendones pensados para un 10 de Agosto unificado. Ahora los empeños de los soldados de la nueva patria disputan en tañerlas al mismo tiempo. Una campana tiene sonidos del pasado y otra pregona el futuro. Son gustos para que la gente aprenda la música de nuestras ambiciones.