Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato
Se puede decir que tuvimos dos profetas contemporáneos que nos advirtieron comportamientos del mundo que teníamos que soportarlo; y lo estamos haciendo con una resignación heroica quienes formamos parte de una vieja generación de pensamiento. Estos profetas dijeron algo así: “De verdad de verdad os digo que soportaréis una invasión de idiotas que predicarán el mundo feliz”. Y esta generación de idiotas es la juventud “redimida” por la tecnología que ha entrado masivamente y sin cerebro a contaminar de ‘opinomanía’ las redes sociales donde pululan los ‘youtuberes’.
“Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas”, afirmó el semiólogo Umberto Eco.
Aldous Huxley caracterizó en “Un mundo feliz” (1932) a una sociedad distópica, tecnológicamente avanzada, donde todas las bases sobre las que se reproduce la sociedad occidental moderna (el sistema capitalista de producción, las leyes y valores del ideario liberal y una visión positivista de la ciencia) alcanzan un estadio máximo de realización”.
Con estos dos párrafos de terror emocional al frente nuestro, aclarémonos un tanto las razones que buscan los secretos cultores de las distopías. Veamos el término de modo sencillo diciendo que es un antónimo, o sea un contrario de la utopía. En política, por ejemplo, perseguir la justicia social sigue siendo una utopía aunque el horizonte de líderes esté lleno de perversos. Las distopías son las contradicciones fomentadas por los indeseables. En fin de cuentas, con la utopía prevalece la esperanza. En cambio, con las distopías “está prohibido pensar por uno mismo”. ¿Qué quieren los poderes ocultos en una sociedad masificada?, pues que se digieran contenidos masificados, producidos en cocinas de comida chatarra preparados por los medios masivos de alienación. Los charlatanes del mundo feliz dan “soluciones” pensadas por el capitalismo y anulan las luchas y las esperanzas que generan las utopías. Según los perversos que manejan técnicas de distopías: “Leer libros hace que la gente no sea igual, y además les hace infelices porque les genera angustia”. Por eso se argumenta que los bomberos modernos de la comunicación salen con mangueras lanzallamas. Los ingenuos creen en la misión de los “casacas rojas” y no les importa el poder perverso de sus mangueras.
Según estas opiniones, estamos inmersos en una sociedad distópica, porque seguramente la lectura individualizada les genera angustia. Solo se lee en el proceso educativo lo que ordena el profesor, para hacerlo feliz por el cumplimiento de una tarea. No hay lectura por cuenta propia. Prefieren la comodidad de los youtúberes, porque desde las redes virtuales, la información fácil se les esfuma luego como una pompa del entretenimiento. El libro les hace sufrir porque les incita al razonamiento. Y no es que se tenga el criterio peyorativo para nuestra ciudad-mercado, como ejemplo. Es enfrentarnos a lo que repercute: el comportamiento del mundo con claridad en nuestro entorno. Desde luego que no todos los libros que se publican por acá nos conducen al ejercicio del entendimiento. Es posible que también sean del entretenimiento y del pasatiempo inmerso en cierta “opinomanía” de creerse aureolados de intelectualidad, que resulta ficticia. He sido víctima de disfemia en las redes virtuales, y sobre este término me detendré en otro momento.