Por: Germán Calvache Alarcón
Lo primero que hace Pedro Reino Garcés (Cronista Oficial y Vitalicio de Ambato), en el libro “EL COMPONENTE AFRICANO COLONIAL EN TUNGURAHUA”, es confirmar la barbarie. La actividad del acucioso paleógrafo e investigador aporta luminosos matices de horror, que empiezan a aclarar las veladuras con el que tema se manejó en el ámbito de la Villa, ahora convertida en pujante ciudad comercial. Siempre hemos pretendido mirar de lejos, como que la esclavitud no tuvo ninguna relación con Ambato, y por ende no nos salpicó jamás; visión hipócrita, sesgada, interesada, atrofiada que, supuestamente, nos liberaba del estigma.
Pedro Reino desenterró algunos de los cimientos de una ciudad a la que solo se suele mirar desde la perspectiva de su aura intangible de «Occidental y Cristiana», y bajo el polvo de los siglos, encontró nuevas piezas para el gran puzzle de la identidad nacional, al dar con el hedor y la podredumbre de la trata infame de esclavos. Descubrió lo que otros no quisieron ver: que ciertas raíces de la prosapia, de la nobleza, y de la hidalguía de los fundadores de la urbe, de los funcionarios del poder, de clérigos y obispos encargados de difundir las enseñanzas de Cristo, se nutrieron de sangre esclava hasta más acá de la mitad del Siglo XIX. Estos datos resultan nuevos, aunque son muy antiguos; fueron rescatados de subversivas escrituras condenadas al olvido, arrinconadas ex profeso y acaso deliberadamente ignoradas, para que no alteraran la paz y el orden reinante en la Ciudad de los Tres Juanes, celosa guardiana de la libertad, la honra, el buen nombre y otros lugares comunes.
LO QUE SE SABÍA
Los árabes comenzaron la trata de esclavos, mucho antes de la era cristiana, vendiendo su «mercancía» en el ámbito del Mediterráneo, Desde el Norte de África sus travesías los llevaron a la Región Subshariana a arrebatarla. Los moros entran triunfantes a España en el año 711 d.C. El Siglo VIII perfecciona la Jiyad y se convierte en escenario para una gran expansión del Islam. Los esclavos negros, en cantidades (se supone) pequeñas, se empiezan a «exportar al Asia».
En 1453 cae Constantinopla, hecho que cierra el comercio hacia Oriente, lo que obliga a Europa a la búsqueda de nuevas rutas, a través del África. España estará sumida en el dominio del Islam prácticamente hasta 1492, año del descubrimiento de América.
En 1444 Lanzarote de Freitas había regresado a Portugal desde la costa Oeste de África con 225 esclavos. En el año de 1471, con el portugués Fernando Gómez se pone en marcha el negocio verdadero, cuando abre la «Factoría de San Jorge de Mina» en Guinea. En 1473 se expide una ley por la cual todo esclavo primero debe ser llevado a Portugal, antes de ser comercializado.
En 1479 mediante el «Tratado de Algacovas» se autoriza la venta de esclavos en España, convirtiendo a Sevilla en el centro de la trata. En 1492 los árabes son derrotados en Granada y luego expulsados de España; en ese mismo año Cristóbal Colón desembarca en Las Antillas. En 1502 los primeros esclavos arriban al Caribe, destinados a La Española. En 1510 Fernando El Católico autoriza el transporte de 50 esclavos negros a la misma Española, territorio en los que, un poco más adelante, se establece el primer ingenio azucarero, en 1516.
Se establecieron también los llamados «asientos» que, en el Nuevo Mundo, eran una especie de bodegas comerciales para venta de tabaco, bebidas, y más mercaderías. Pronto también se crean los «Asientos de Negros», para el comercio de esclavos al por mayor y menor. El primer asiento de este tipo fue otorgado a una compañía genovesa en 1516, según datos de algunos investigadores. Otros creen que el primero lo otorgó Carlos I en 1518 en beneficio del Duque de Bresa, quien recibió autorización para exportar cerca de 5.000 esclavos a las Indias Occidentales. Transcurridos cuatro años de exitosa operación, el duque vende su asiento a los portugueses.
El 26 de julio de 1529, cuando tienen lugar las «Capitulaciones de Toledo», dentro de las cuales la reina Juana la Loca concede el permiso legal, en nombre de su hijo Carlos V, a Francisco Pizarra para llevar a América «cincuenta esclavos negros, entre los cuales debía haber; a lo menos un tercio de jembras». Pizarro había retornado del Nuevo Mundo portando llamas, oro, piedras preciosas plata y algunos objetos manufacturados procedentes del vencido Incario. Su pariente Hernán Cortez lo vincula al Rey, y logra negociar, primero, con el Consejo de Indias, y luego ajustar, en Toledo, los términos del contrato con la reina Isabel de Portugal. Mediante este documento el aventurero obtiene los títulos de Gobernador, Capitán General, Adelantado y Alguacil Mayor de la Nueva Castilla, y el permiso para colonizar y poblar los territorios descubiertos.
La Conquista y colonización y sus consecuentes pandemias diezmaron a la población indígena del Caribe. El exterminio llegó al 90% entre 1492 y 1650, lo que obligó a los europeos a incrementar la trata de negros.
El negocio de mercader de esclavos era muy rentable, por lo que pronto se estableció también en nuestro suelo. Para defenderlo se dictan leyes bárbaras como la del Cabildo de Quito, emitida el 27 de marzo de 1535 que resuelve que «esclavo que se fuga, fuera mutilado, en la primera vez y sufriera pena de muerte en caso de reincidencia».
Los esclavos primero eran «cazados» en sus territorios de origen por otros pueblos negros, incentivados por el dinero de las recompensas. Luego eran traficados a intermediarios, después llevados a factorías, y finalmente vendidos a los europeos. Pero el gran pretexto es religioso, pues las autorizaciones se otorgan para, supuestamente, «evangelizar» a la población negra «idólatra». Vale mencionar el trágico caso de Manicongo Nzinga (Alfonso I) a quien los europeos traicionaron pese a su conversión.
Los principales puertos del infame comercio, en Angola, eran Loanga y Mpinda. Todavía se puede admirar en Senegal, el museo del horror, la isla de Gorée que fuera descubierta por los portugueses en 1444. En 1563 se construye la primera «casa de esclavos» que ha de funcionar hasta 1848 en que Francia abolió la esclavitud. Por Gorée pasaron al menos 20 millones de personas, atadas espalda con espalda y encadenadas. Al final de esta gran prisión un túnel estrecho, «el lugar desde donde no se regresa», mostraba la luz del sol y el mar; los esclavos inútiles o enfermos, simplemente eran arrojados al océano infestado de tiburones, mientras el resto era embarcado para América, en una travesía que duraba desde 50 días hasta varios meses. En Sudamérica el puerto de llegada era Cartagena de Indias, allí eran vendidos o canjeados, al trueque, por cargamentos de azúcar, algodón, tabaco, café. Desde esa ciudad se revendían al resto de ciudades de la Colonia, incluida la lejana Villa de Ambato.
Portugal, vencido por la competencia de los mercaderes españoles y la lucha contra la armada holandesa, cede sus posiciones en la costa occidental y comienza a exportar esclavos desde Mozambique. Hay registros que dan cuenta de que desde Zanzíbar se enviaron hasta 45 mil esclavos, en 1839.
En ese tiempo la Iglesia y los notables de la sociedad debatían hipócritamente acerca de si los negros tenían alma o no, ya que se los consideraba como apenas una cosa, una especie de eslabón entre el ser humano y los simios. La literatura recoge como práctica normal la venta de esclavos, como ocurre en el capítulo XXIX de «Don Quijote», cuando Sancho Panza reflexiona sobre el provecho que habrá de sacar de su nombramiento como Emperador del Reino de Micomicón en África: «-Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivir descansado todos los días de mi vida? (…) Par Dios que los he de volar, (vender) chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos. «(Convertirlos en plata, u oro).
El resto de la historia es conocido, más los datos se suelen escamotear para morigerar el impacto del genocidio. Según conclusiones de algunos investigadores, más de 100 millones de negros cazados en los pueblos de la costa occidental, que iniciaron la travesía del horror en barcos sobrecargados, apenas llegaron 15 millones a América, lo que pretendería decir que más de 80 millones fueron a parar al océano, en cuyo fondo, algunos esqueletos acaso resisten a los siglos para dar testimonio del monstruoso proceder de los llamados cristianos. Otros creen que «solo» fueron 60 millones los embarcados, de los cuales 17 millones no llegaron.
En todo caso estos hechos revelan por lo menos dos cosas: que los conquistadores y sus descendientes mancharon sus pulcras manos de sangre india y negra, y que el comercio de negros fue muy próspero, es decir, «chévere», que también es una palabra de origen africano.
LO QUE NO SE SABÍA
Por Ambato, con seguridad debieron pasar miles de esclavos negros como simple mercancía para obtener réditos económicos o como gente de servicio: toda familia que se prestase de su nobleza, todo caballero que pretendiera ser tal, toda dama de alcurnia, toda hacienda y encomienda que los necesitase, tenían esclavos a su servicio. ¿Cómo es que no se produjo una significativa «mulatización » de los habitantes de esta ciudad? ¿Cómo se esfumó esa sangre? ¿Hacia dónde fue?
Aquí es donde Pedro Reino nos proporciona datos frescos que nos ayudan a entender y despejar los interrogantes. Los ambateños, cuya habilidad para los negocios es ampliamente conocida, aprovecharon el vínculo sanguíneo que les unía a los negreros de Popayán -ellos obtenían los esclavos en Cartagena- para comerciar con ellos y revender «piezas de negros» a otras ciudades. Dicho de otro modo, en la hipótesis de Pedro Reino, Ambato era una «plaza de reventa de negros», un lugar de paso e intermediación. De esa constatación el autor extrae datos crueles, pero no por eso menos curiosos, por ejemplo que las negras eran más caras en Ambato, y muchas se vendían, en lote, con sus criaturas mulatas, las cuales, en innumerables casos, debieron ser hijos de los propios amos encopetados a quienes servían.
Las rutas comenzaban en Cartagena, como se ha mencionado, y ascendiendo por el curso del Magdalena alcanzaban Popayán y de allí a Ambato. Otra atravesaba el istmo en Panamá y vía Guayaquil-Bodegas llegaba hasta Ambato; una tercera comenzaba en Panamá, arribaba a Portoviejo y desde allí directamente a Ambato.
Llama la atención como algunos eran vendidos casi al borde de la muerte: «alma en carnes y costal de güesos», sintagma eufemístico que encubre la dolorosa tragedia de la sangre africana. Sociedad hipócrita, los tramposos censos coloniales lograron ocultar la verdad -para beneficiar a los poderosos de ese entonces- sobre el verdadero número de esclavos a su cargo: los comerciantes de negros prefirieron entregarlos, a través de poderes escriturados, a comisionistas que ayudaban a ocultar la verdad, esfumar el horror y sostener en pie el buen nombre y la honorabilidad de ciertas familias de grandes apellidos, entre los cuales incluso hay algunos próceres que continúan recibiendo la pleitesía y la admiración de algunos genealogistas, y de quienes prefieren ignorar el lado oscuro de nuestra historia, que es, precisamente, la que la solitaria, y casi heroica pertinacia del autor ha logrado iluminar con este libro, como antes lo ha hecho con algunos execrables capítulos de la tragedia indígena en Tungurahua.
Son casi un centenar de escrituras revisadas. Páginas malditas, pero documentadas y verdaderas, de la estructuración de los grupos dominantes en la naciente sociedad tungurahuense. Primer capítulo de los muchos que podrían escribirse si los intelectuales e historiadores honestos, con el enorme desafío y lucidez que proporcionan los pequeños grandes datos arrancados al olvido por Pedro Reino, se propusieran enderezar algunos renglones torcidos de nuestra manipulada historia.
Ambato, abril 2011
Nota del Dirctor: El libro al que hace referencia Germán Calvache Alarcón fue publicado con el respaldo académico de la Universidad Técnica de Ambato. Resolución 1283-CU-P- 2010 y la coparticipación en la edición de los estudiantes del Octavo Semestre – Idiomas de la Facultad de Ciencias Humanas y Educación de la UTA. Los estudiantes conocieron los originales dentro de las asignaturas de Realidad Nacional y de Sociolingüística.