
Por: Pedro C. Martínez Suárez, PhD
Vicerrector de Investigación, Innovación, Vinculación con la Sociedad y Posgrados, Universidad Católica de Cuenca
Muchos son los que conocen la historia de Procusto, el bandido y posadero de Eleusis (Ática) en la Atenas floreciente, hijo de Poseidón y conocido por sus atrocidades con los clientes a los que cortaba las piernas si eran altos y estiraba las mismas si eran de baja estatura. El objetivo, inicialmente, era adaptarlos a la cama, aunque Procusto cambiaba la cama en función de las medidas del cliente. Finalmente, Teseo acabó con su vida aplicándole la misma medicina. Resulta curioso comprobar como la base de datos de tesis doctorales del CSIC (España) se llama TESEO y cómo Rorty y otros autores hablan del lecho de Procusto para criticar al positivismo lógico por su falta de flexibilidad, al ajustar los cánones científicos en pro de su conveniencia. Recuerda también tal metáfora la animadversión de Oscar Wilde por la estadística, según cuenta el dicho popular y que le atribuye aquella frase de “la estadística es aquella ciencia según la cual si tenemos los pies en el horno y la cabeza en la refrigeradora estaríamos a temperatura ambiente”. Lo cierto es que, en la Filosofía de la ciencia actual, tanto el positivismo lógico como el relativismo han dejado paso al realismo científico (vg. Bunge) o al pragmatismo (vg. Putnam). Lejos queda la visión relativista kuhniana o la popperiana del positivismo y sólidas son las críticas de la escuela de Frankfurt al relativismo posmoderno.
Llegado este punto se preguntarán qué tiene que ver Procusto o las posturas antitéticas en Filosofía de la ciencia con la Psicología. Pues bien, la Psicología, que ya de por sí tiene sus complicaciones epistemológicas para ser considerada ciencia (al menos dista mucho de las ciencias básicas) se encuentra en un momento crucial en Latinoamérica. Como en una suerte de primavera árabe (si consideramos ésta no como resurgimiento político sino como renacimiento científico) se ha visto envuelta en los últimos tiempos en una revolución total liderada por un grupo de jóvenes intrépidos. Recurriendo al estudio de fuentes primarias, instaurando acalorados debates en redes sociales con argumentaciones de una fundamentación soberbia, bien documentada y adornada, organizando conferencias, participando en talleres de formación, generando asociacionismo, integrándose entre un puñado de profesores maduros, fundamentalmente ibéricos a los que en muchas ocasiones hacen sonrojar con sus cuestionamientos bien apuntalados. Por si fuera poco, han iniciado arriesgadas apuestas en el ámbito clínico y han puesto patas arriba dos pilares, hasta ahora inamovibles en la Psicología latinoamericana, a saber: el dominio ingente del Psicoanálisis y la feroz crítica constructivista y relativista a postulados cientificistas. La visión de Procusto, como displicente de la diferencia para criticar al método científico, rodillo implacable que corta y estira piernas, parece haberse tornado al revés. El rodillo lo ha representado el relativismo recalcitrante, al que le da igual una medida que otra, le da igual sacar una cama que otra para justificar la cortadura de brazos y piernas a las posiciones positivistas, conductistas o cualquier cosa que suponga poner orden en una ciencia desamparada y abocada al abismo pseudocientífico. El coaching, la PNL, la Psicología positiva, la bioneuroemoción, las constelaciones familiares y otras corrientes con el mismo andamiaje que el Tarot y el horóscopo y de las que no quiero acordarme, estaban constituyendo una amalgama amorfa que no conducía a ninguna parte más que al incremento de tenderetes y negocios, en torno a una noble disciplina que comenzó en un laboratorio de experimentación en Alemania y que está hoy más lejos que nunca de esos presupuestos del rigor científico. No lo digo yo, lo dicen tanto Science como Nature en varios artículos recientes donde se habla del aumento de falsos positivos y la baja calidad de las investigaciones, tanto en Psicología como en Psiquiatría.
En este sentido, esa legión de jóvenes psicólogos latinoamericanos que plagan las redes sociales con sus estudios, sus referencias, sus debates, sus inquietudes y sus anhelos por ver crecer una ciencia psicológica, ya sea cognitiva-conductual, conductual o contextual funcional, en definitiva, lo que importa es que sea una disciplina basada en la evidencia científica. Esos jovenzuelos atrevidos son, sin duda, la vanguardia de la esperanza. El listón lo pusieron alto los Rubén y Alfredo Ardila, Llinás, Ostrosky o Azcoaga, pero estoy completamente seguro de que la región nos depara brillantes mentes en el futuro de la Psicología.
En conclusión, si usted pusiera su vida en manos de alguien que atesora formación para realizar un tratamiento psicológico, de forma indubitable, quisiera hacerlo sólo si ese tratamiento ha seguido la misma depuración metodológica que un tratamiento farmacológico y no de otro modo, porque no hay otra forma de validación posible o al menos no hay otra más efectiva hasta la fecha y si existiera, no seguiría el camino del oscurantismo o el medievo, como demuestran aquellas afirmaciones que consideran que por repetirse a uno mismo un millón de veces “estoy bien”, va a estar bien, o que usted tiene cáncer porque quiere tenerlo y expresiones de barbarie pseudocientífica similares. En el mejor de los casos, en algunos consejos solo encontrará sentido común de Perogrullo. Lo triste es que en estos tiempos que corren resulte tan heroico convencer a los profanos que esos derroteros alienistas no son ciencia.
Nos hace falta otro Teseo que nos salve de Procusto y del “todo vale” y deje que los clientes se acuesten en la cama así sean altos y bajos, feos y guapos, gordos y flacos, usted puede escoger el modelo de cama y colchón y da igual si se ajusta totalmente a él o no, lo importante es que confíe en el poder ergonómico (opuesto a Procusto) del lecho de la ciencia, que se basa en una cultura verdaderamente generadora de conocimiento y que usted bajo esa comodidad tenga dulces y prósperos sueños.