Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato
Disertación en el panel por el XXIV aniversario de la Gesta del Alto Cenepa.
Martes 22 de enero 2019
(estracto)
Ambato.
Nuestras primeras guerras
Para tener, entender y querer a una patria, nos conviene reflexionar cuáles fueron nuestras primeras guerras y por qué se dieron. ¿Acaso vamos a referirnos a la fratricida confrontación de Tarqui, surgida de los intereses de los caudillos que nos legaron la libertad, como Flores, Sucre, La Mar, Olmedo, Rocafuerte? Esa no fue una guerra Perú – Ecuador. Fue una disputa Perú-Colombia. Lo dicen las placas del Portete de Tarqui. Las razones y sinrazones están contenidas en tantos libros de historia. Al respecto, en mi citado libro sobre Identidad a martillazos, creo que una de las pasiones humanas, como aquella de la rivalidad entre el cuencano La Mar con Bolívar, tuvo mucho que ver en el asunto que se volvió político. No olvidemos que hablando en términos militares, La Mar tuvo mejor grado militar que Bolívar y fue considerado y distinguido en Europa por sus triunfos.
Dejando de lado estas apasionantes páginas, creo que nuestra golpeada patria empezó con sus guerras muchísimo antes. Ahora nosotros somos herederos impotentes de su terrible sufrimiento.
No tenemos noticias que hayan existido mayores conflictos entre quitus y caras; entre pantsaleos y puruguayes; entre cañaris y puruguayes; ente pastos con caranquis, entre guancavilcas y manabitas, etc. Peor aún entre amazónicos con andinos, o entre costeños y serranos, etc. ¿Por qué habrían de pelear: por monarquistas o por déspotas? Puesto que solo más tarde, con la evolución social aparecen las guerras contra los que se sienten republicanos.
El panorama se aclara cuando por los datos de la historia sabemos que la monarquía peruana del incario se fue apoderando de pueblos y territorios que están en la simiente de nuestra identidad. Tenemos noticia de masacres en Tiocajas, de la resistencia de Pintag en el Norte; y la no menos relatada de Yaguar-cocha que hizo cambiar el nombre de la laguna en lengua caranqui, por lo que ahora conocemos como “lago de sangre” en quichua, por haber degollado en su propia patria a gente con menos capacidad bélica. Los incas llenaron de “yaguar”, o sea de sangre, muchos lugares que pasaron a ser su imperio. Cuántos muertos quedaron en “Yaguar-pamba” por los lados de Bolivia? ¿Cuántos araucanos y mapuches pelearon por resistir a ser libres por los lados de Chile? ¿Conocemos que hubo terribles enfrentamientos entre punaes o tumbaleños del golfo de Guayaquil con los incas y con los tumbesinos? Para su época fueron batallas navales. Lo más grave que hasta ahora se repite hasta en los textos escolares es ese decir que los incas vinieron con una mejor civilización a mejorar la vida de los bárbaros conquistados, como si el derecho a su libre albedrío fuese cosa de cambiar por tecnología y control social.
Creo que hay que entender que en esos tiempos “La conquista es una adquisición: el espíritu de adquisición lleva en sí el de conservación y uso, y no el de destrucción” p. 80. Es decir, el incario procuraba esclavos. Los llamaba “yanacuna”, que significa negros, así en plural. Miren no más el concepto racista de ver a los conquistados como “negros”.
No era su objetivo destruir a los pueblos. Con la conquista española, esto también pasó a medias. Creo que más que nada, por la resistencia indígena es que estamos ahora aquí, porque la esclavitud no es una cosa que permite una vida digna, si acaso permite la supervivencia.
¿Y ustedes creen que ya se terminó la conquista? Es más importante ponernos a pensar como pueblo quiénes siguen siendo nuestros conquistadores. ¿Quiénes son realmente nuestros enemigos? ¿Los tenemos de modo externo, o nos hacen defender las patrias de las que otros se benefician? ¿Y los enemigos internos sin mayores raíces de origen?
En lo que debemos estar seguros es en que el pueblo es el único dueño de sus heroísmos, por aquello que hemos dicho al principio: “La vida de los estados es como la de los seres humanos. Estos poseen el derecho a matar en defensa propia; aquellos a hacer la guerra para su conservación.” P. 79
Una pregunta fundamental en nuestro convivir social contemporáneo sería ¿Pueden existir las patrias sin soldados? ¿Quiénes son los responsables de mantener la seguridad y la soberanía de eso que nos cobija y es simbólico, y pasa a ser abstracto como sentimiento. La patria de un soldado no es solamente un territorio, sino que es algo que duele más porque pasa a ser bandera, pasa a ser himno, pasa a ser sangre y sentimiento del alma. Yo creo que los solados primeramente deben estar sintonizados con los objetivos de su pueblo para que no pase lo que ha ocurrido en otros pueblos y en otros momentos de la historia, donde los soldados solamente son gente reclutada a la fuerza y quien sabe mal asalariada: “Los ingleses no son nunca tan débiles ni fáciles de vencer como en su suelo”, lo sostuvo un tal Coucy ante el Rey Carlos V. Un pueblo que esté sintonizado con sus soldados, que deben ser defensores de sus sentimientos y de su patrimonio, debe sentirse orgulloso y seguro de su rango. Pero si defiende sentimientos y patrimonio de sus opresores, debe sentir vergüenza.
Muchas gracias.