Por: Vinicio Vásquez Bernal
El desarrollo de las sociedades siempre demandará cambios que deberán surgir del compromiso y tenacidad de los ciudadanos con sus congéneres, mas su consecución dependerá siempre de los fundamentos que los propicien y los guíen.
Los cambios sin fundamento de base constituyen vacíos, retroceso que direcciona a los pueblos hacia escenarios retrógrados El “no” sin argumento es peligroso para cualquier sociedad, mucho más cuando sus hombres han perdido la visión del horizonte y simplemente actúan en función de sus intereses.
Ecuador es un país de paz, esta máxima debe enorgullecernos a todos por igual; esa paz debe ser el fruto del orden y de la ley. No es posible pensar que la fuerza puede imponer sus criterios y que el futuro de nuestro país depende de quien tenga más potencia física. Se requiere tranquilizar el fervor político, haciendo que su activismo irradie poder ciudadano, civismo y compromiso con lo social; que se despoje de caprichos y banalidades que distorsionan las metas y olvidan al dialogo como único mecanismo de confrontación de ideas.
Los hechos de estos días, afectados por cargas de violencia inexplicable, avergüenzan a todos quienes anhelamos vivir en armonía, ya que ese es el único escenario donde los ciudadanos pueden alcanzar su desarrollo. Es impensable que los desmanes sean auspiciados por los líderes, eso significaría que esos individuos habrían olvidado su rol y simplemente confunden su misión con el de jefe de pandillas: por supuesto, eso significaría el fin de los principios sociales. No, eso es impensable, seguro que lo que sucede es que en su afán de mostrar cantidad, no pueden cuidar que desadaptados aprovechen el tumulto y actúen a la sombra de sus protervos intereses, manchando con sangre y odio los reclamos legítimos. Eso se debe cuidar.
Nadie debe olvidar que todos somos ecuatorianos, que el hecho de pensar distinto no nos convierte en enemigos; que el hecho de que un grupo deba precautelar el orden, no les despoja de su identidad de pueblo, simplemente cumplen su función y merecen nuestro respeto. La sangre derramada nos mancha a todos, significa que no hemos sido capaces de sentarnos a dialogar, que el rol de guiar a grupos no lo hemos cumplido a cabalidad.
El ciudadano que piensa distinto y tiene la capacidad de manifestarlo, se merece el mismo respeto que quien coincide con nosotros; qué sería de la humanidad si olvidamos esto como sociedad. No nos merecemos el anarquismo. La razón debe imponer legitimidad, la fuerza no puede sobreponerse al orden legalmente constituido. La participación ciudadana es un derecho limitado por el bienestar colectivo y por el imperio de la Ley.
Es responsabilidad de los líderes el encaminar y encausar reclamos, más estos senderos no deben irrespetar la ley ni justificar la violencia entre hermanos. Propongamos ideas y reclamos enmarcados en la civilidad, sin irrespetar los bienes, peor a los individuos que pensando de forma distinta, también buscan el bienestar de la ciudadanía. Es necesario paciencia y saber escuchar, cualidades fundamentales de los líderes, cualidades que sobre todo demuestran que esos líderes son seres humanos sensibles que defienden principios y no intereses.