Por: Rodolfo Bueno
El 1 de septiembre de 1939, Alemania invadió Polonia, este hecho dio inicio a la Segunda Guerra Mundial. Dos días después, Inglaterra y Francia le declararon la guerra a Alemania. La “Blitzkrieg” fue la nueva estrategia militar de guerra que daría muchos éxitos a la Wehrmacht, el Ejército Alemán. La misma consistía en concentrar la mayor cantidad de fuerzas en zonas bastante estrechas del frente, con lo que se adquiría absoluta mayoría tanto de soldados como de instrumentos de guerra. La “Blitzkrieg” aumentó considerablemente el papel de la aviación, de los tanques y de su accionar sincronizado en combinación con las divisiones motorizadas, lo que le permitía a la Wehrmacht penetrar profundamente en las líneas enemigas, bajar en alto grado la moral combativa de sus adversarios, muchos de los cuales se rendían, presas de pánico. Logró así rodear y cercar a grandes concentraciones del Ejército Polaco, que en cinco semanas fue derrotado.
Las acciones militares en Polonia ejercieron gran influencia en la futura guerra. Todos comenzaron a estudiar las batallas de Polonia porque comprendieron que, por su estrategia militar, esta nueva guerra se iba a diferenciar por completo de las anteriores.
A partir del la derrota de Polonia se desarrolló entre octubre de 1939 hasta mayo de 1940, lo que se conoce con el nombre de “Guerra Boba”. El ejército anglo-francés, que no había hecho nada durante el ataque alemán a Polonia, siguió sin hacer nada mientras Alemania concentraba grandes cantidades de tropas en la frontera occidental de Francia y continuó sin hacer nada cuando Alemania, entre el 9 de abril y el 10 de mayo de 1940, se apoderó de Noruega, Dinamarca, Holanda, Belgica y Luxemburgo. El corresponsal francés R. Dorgeles escribe: “Yo estaba asombrado de la tranquilidad allí reinante. Quienes manejaban la artillería en el Rin miraban tranquilamente a los trenes alemanes que transportaban material de guerra en la orilla contraria, nuestros aviadores volaban sobre las humeantes chimeneas del Sarre, sin arrojar bombas. Evidentemente la principal preocupación del comando supremo consistía en no intranquilizar al enemigo”. Cuando al Ministro de Aviación de Gran Bretaña se le pidió arrojar bombas incendiarias sobre los bosques macizos de Alemania, respondió: “Qué le pasa, es imposible, es propiedad privada. Solo faltaría que se me pidiera bombardear el Ruhr”.
El 14 de mayo, una hora después de la capitulación de Holanda, la aviación alemana bombardeó Rotterdam de manera injustificada, bárbara y sin ninguna razón de orden militar; el único propósito era atemorizar a la población holandesa.
Luego, en la región de Sedan, los tanques alemanes rompieron las líneas defensivas francesas y se precipitaron en dirección a occidente; el pánico se apoderó de las tropas francesas. El 18 de mayo el 9° ejército francés fue derrotado y su comandante capturado. El camino a la Mancha quedó abierto. En Francia grandes sectores de la burguesía francesa clamaban por la capitulación. El 20 de mayo, las divisiones motorizadas alemanas llegaron a las costas de la Mancha. El Ejército Inglés se preocupaba únicamente de defender sus posiciones en vista a una futura evacuación; la coordinación de acciones conjuntas con Francia era inexistente. El 27 de mayo comenzó la evacuación de las fuerzas inglesas desde Dunquerke, que fue exitosa gracias a que las divisiones motorizadas comandadas por Kleist detuvieron su marcha. Este hecho tiene una explicación política. Eliminada Francia, principal aliada de Inglaterra en el continente, Hitler esperaba ponerse de acuerdo con Gran Bretaña para lograr la creación de un frente común contra su principal enemigo, la Unión Soviética. Se cree que para negociar ello, Rudolf Hess, el segundo hombre fuerte de Alemania, voló a Gran Bretaña y se arrojó en paracaídas cerca de la residencia de Lord Halifax. El General Franz Halder, responsable de las estrategias de invasión a Polonia, Francia e Inglaterra, escribe: “Buscábamos contactos con Inglaterra para lograr la división de las esferas de influencia en el mundo”.
El 10 de junio, Italia le declaró la guerra a Inglaterra y Francia. El Duce decidió arrimarse al carro de los vencedores.
La mañana del 14 de junio, las tropas nazis entraron en París y desfilaron por los Campos Elíseos, tres cuartas partes de su población la había abandonado, la gente huía hacia el sur. El Mariscal Petain formó un nuevo gobierno. El 17 de julio, en una reunión de diez minutos, el nuevo gobierno francés decidió por unanimidad abandonar la lucha. A través del gobierno de Franco se dirigió al alemán para conocer la condiciones que Alemania exigía para firmar la paz y a través de la nunciatura hizo la misma pregunta al gobierno italiano. Ese mismo día, Petain habló por la radio y pidió a los franceses cesar los combates.
El 21 de junio de 1940, en el bosque de Campiegne, a unos 70 kilómetros de París, en el mismo vagón en el que 22 años atrás se habían rendido los alemanes a los franceses -vagón al que habían sacado de un museo para trasladarlo a ese lugar- bajo los acordes de “Deutschland Uber Alles”, Alemania sobre todos, y el saludo nazi hecho por Hitler, Francia se rindió a Alemania.
La mitad de Francia iba a ser zona ocupada, allí vivía el 65% de la población, se producía el 94% del acero, el 79% del carbón, el 75% del trigo y el 65% de la ganadería; la otra mitad de Francia, desde la ciudad de Vichy, iba a ser gobernada por Petain, que se convirtió en títere de los alemanes. A Francia le correspondería costear los gastos de ocupación. Todo el potencial industrial de la zona ocupada, las fábricas de automotores, de aviación y de productos químicos, comenzó a trabajar para las necesidades bélicas de Alemania. Lo mismo pasó en todos los demás países ocupados por los nazis.
Por su carácter político, el gobierno de Vichy era la dictadura del sector de la burguesía francesa, aliada al régimen nazi de Alemania, razón por la cual, terminada la guerra, la Cuarta República nacionalizó las fábricas de la mayor parte de estos sectores sociales.
Pero no todo el pueblo francés estaba compuesto por traidores, su gran mayoría se alineó con las fuerzas de la “Francia Libre”, a cuya cabeza se encontraba el General Charles De Gaulle, o con el Partido Comunista Francés. Ambos movimientos, desde la clandestinidad, combatieron codo a codo y jugaron un importante rol en la lucha contra el fascismo, por la independencia de Francia.
En Gran bretaña era Primer Ministro Sir Winston Churchill, quien comprendió que con el fascismo alemán no había forma de coexistir y que la batalla contra el nazismo era a muerte, por lo que, a su debido tiempo, apoyó a todo movimiento antifascista.
El 27 de septiembre de 1940, el bloque de las potencias agresoras acordó coordinar sus acciones, para lo cual firmó el Pacto Tripartito, según el cual dividían el mundo en esferas de influencia: Alemania e Italia dominarían Europa y Japón, el Asia Oriental.
El 25 de marzo de 1941, en Viena, Yugoslavia se unió al Pacto Tripartito. El pueblo de Yugoslavia salió a las calles a manifestar su descontento y un grupo de jóvenes oficiales dio un golpe de Estado, derrocó al gobierno aliado de los nazis y nombró uno nuevo, encabezado por el General Simovich, Jefe de la Fuerza Aérea. El 27 de marzo, inmediatamente después de este suceso, Hitler ordenó la elaboración de un plan para la toma de Yugoslavia. El ataque comenzó el 6 de abril de 1941, después de una declaratoria de guerra contra Yugoslavia y Grecia. La campaña de los Balcanes no fue difícil para las bien entrenadas tropas alemanas: duró 24 días, entre el 6 de abril y el 24 de abril de 1941.
Hitler, prácticamente, era dueño de Europa; ahora podía lanzarse contra la URSS.