La tarea de la Universidad

Por decirlo ya abruptamente, la apasionante tarea que tiene ante sí la Universidad actual es la de pensar, articular, proyectar y transmitir una nueva visión del hombre y del mundo que responda a la dignidad de la persona, y que sea adecuada para encaminar una sociedad crecientemente mundializada hacia planteamientos más justos y equilibrados.

Es una labor de alto aliento, que exige la colaboración interdisciplinar de miles de investigadores y la educación intelectual esmerada de nuevas generaciones de jóvenes dispuestos a poner su talento al servicio de un objetivo que trascienda las reducidas metas del provecho individual. Se trata, indudablemente, de un empeño de alcance internacional que demanda una creciente comunicación entre equipos de estudiosos de los cinco continentes. Intercambio que hoy es posible gracias precisamente a la operatividad de las nuevas tecnologías de la información y del conocimiento. Sin olvidar que el impulso creativo, el progreso científico, lo logra originariamente el estudioso en solitario, con gran esfuerzo. Los equipos son imprescindibles, porque estimulan, organizan y coordinan: suman lo que los investigadores aportan uno a uno, y el resultado es superior a la mera adición. Ahora bien, sin el trabajo personal no hay investigación.

Solo un planteamiento tan ambicioso está a la altura de la elevada exigencia que la propia idea de Universidad lleva consigo. Las instituciones que se conformen con propósitos más limitados deben situarse en otro nivel de la sociología del conocimiento, de acuerdo –por ejemplo- con la distinción anglosajona entre Universities y Colleges.

Una presunta -y en todo caso, mal entendida- “democratización” de la cultura ha conducido a dejar de considerar como un objetivo prioritario la formación intelectual más exigente, y a hacer del humanismo un oscuro objeto de conmiseración o de añoranza.

Ciertamente, la preparación profesional es uno de los objetivos principales de la Universidad, pero no el único ni siquiera el más importante. Una eficaz formación profesional solo es posible en un ámbito en el que simultáneamente se cultiven los saberes sin proyección operativa inmediata. Porque únicamente así los profesionales que surjan de tales escuelas serán creativos, innovadores, capaces de trascender los hechos y salirse fuera de los supuestos.

Resulta, al cabo, que la nueva tarea de la Universidad está esencialmente vinculada con el cometido que tradicionalmente le compete, al mismo tiempo que ha de hacerse cargo de los nuevos retos y posibilidades que hoy se le presentan. Quizá el éxito histórico de la Universidad como institución responde a que en ella ha acontecido una síntesis entre tradición y progreso que le ha permitido avanzar sin perder lo ganado. La institución universitaria, con todas sus crisis y altibajos, ha acertado a conferir articulación comunitaria a la génesis y a la transmisión de un saber a la altura de la condición humana, que ha sido y seguirá siendo su vieja y nueva misión. Es la propia fuerza institucional de la Universidad la que impulsa a considerar su futuro con esperanza.

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