Por: Dr. Jorge Núñez Sánchez
Presidente de la Academia de Historia
La idea de la unidad sudamericana ha estado siempre asociada al anhelo de independencia de nuestros pueblos. Por eso, en el imaginario histórico de ellos, estas ideas aparecen asociadas indisolublemente y estimulándose en forma mutua.
El más lejano hito de ese anhelo unitario se levantó a fines en 1797, cuando un grupo de pensadores criollos, liderado por Francisco de Miranda, se reunió en París y se autoproclamó ‘Junta de Diputados de los Pueblos y Provincias de la América Meridional’. Al fin, el 22 de diciembre, esa junta redactó un memorable pacto, que en síntesis planteaba lo siguiente:
Que las colonias hispanoamericanas habían resuelto proclamar su independencia y darse una forma de gobierno propia, para “el goce de una libertad civil sabiamente entendida y sabiamente dispuesta”.
Que para alcanzarla resultaba inevitable entablar una guerra contra España. Que con tal fin solicitaban el apoyo político y militar de la Gran Bretaña, que debía concretarse en el envío de 20 barcos de guerra, 8 mil hombres de infantería y 2 mil de caballería. Que Inglaterra también debía enviar 160 cañones, así como las armas, equipos y uniformes necesarios para equipar a 30 mil combatientes hispanoamericanos.
Que a cambio de esa ayuda le ofrecían a Inglaterra ventajas comerciales fijadas en un tratado y el pago de una suma considerable en metálico apenas alcanzada la independencia. Que también le ofrecían paso o navegación preferencial, pero sin exclusividad, por el istmo de Panamá o el Lago de Nicaragua, donde debían abrirse canales interoceánicos.
Que aspiraban a que se formara una alianza defensiva entre la América Meridional, Inglaterra y Estados Unidos, para garantizar las libertades públicas y resistir al imperialismo napoleónico.
Que aspiraban a que EE.UU. enviara en su apoyo una fuerza de 5 mil hombres de infantería 2 mil de caballería. Que a cambio le ofrecían un tratado de comercio ventajoso, libre tránsito de gentes y mercancías por el istmo centroamericano y la posesión territorial de las Floridas y aun de la Luisiana, de modo que el río Missisipi se convirtiera en frontera de las dos grandes naciones americanas: Hispanoamérica y Estados Unidos.
Que los tratados de comercio con los países aliados y otros asuntos de trascendencia deberían ser resueltos en el futuro por un Congreso de Diputados de los distintos países hispanoamericanos, que eran los Virreinatos de México, Santa Fe, Lima y Río de la Plata y las provincias de Caracas, Quito, Chile y otras.
Que los diputados firmantes regresarían de inmediato a sus países de origen, para promover el inicio de la lucha, delegando a Francisco de Miranda y Pablo de Olavide las negociaciones en busca de apoyo extranjero para su causa.