La vecina del Norte

Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

Esta es una historia triste contada en un dolorido libro. No lo van a contar nunca “los medios masivos de intoxicación” -como dice su autor-, ni los reproductores virtuales del escándalo ajeno, los incitadores a que nuestra desmembrada región de la Patria Grande, el actual Ecuador, tome rumbos de violencia sostenida, sistemática, pretextosa, amedrentadora, manipuladora, desvergonzada y cínica. Son más de 20 años de vigencia del “recetario neoliberal”, donde “se privatizaron las más importantes empresas públicas y la salud, la educación y la cultura se convirtieron en negocios rentables para llenar el bolsillo de los capitalistas nacionales o internacionales. Igualmente, Colombia es un país militarizado al extremo, hasta el punto que hoy tiene un ejército de 500.000 efectivos y cuenta con más policías y soldados que profesores, médicos o enfermeros, lo que hace que, en términos de inversión militar con relación al PIB, sea el tercer país más militarizado del orbe, solo superado por Israel y Burundi. Este desmesurado gasto militar ha sido posible por la “ayuda” de Estados Unidos, que le suministra al gobierno colombiano más de dos millones de dólares diarios para la guerra interna.”

La Vecina del Norte, ese núcleo formado por la disposición monárquica de tener en América una Nueva Granada, que ahora más nos suena a fruta bélica que a la que trajeron los pelucones trasatlánticos para sus jardines subtropicales. La Vecina del Norte, creada por los parecidos que iban encontrando los viajeros que con la conquista empezaron la desarticulación de América india, una tierra de flores y de frutos, de oro y de esmeraldas, de café y de bananas; fue para los mestizos, como nosotros, una especie de Patria Grande colonial, donde teníamos virreyes y aristócratas, mandones y engominados que se enseñorearon en su capital de la santa fe (católica apostólica y romana, por supuesto); y la hicieron distinguida, educada y llena de más universidades que de conventos, que tenían hacia el Caribe la nueva Cartago o Cartagena de las Indias para defenderla de invasores; que tenían en Venezuela su cuartel y en Quito los monasterios. Esa misma Nueva Granada que la tomó Bolívar para tratar de convertirla en una sola república, pensando que los ilustrados de peluca, los hacendados despóticos, los aniñados que habían olfateado la revolución francesa iban a cambiar los modos de pensar de los codiciosos y sediciosos, de los corruptos y sobornables, con las traducciones de los Derechos del Hombre, cuando los hombres todavía no eran ni los indios varones, ni los negros esclavos uniformados y domesticados para que defiendan a sus amos a mano armada; cuando peor se iba a pensar en las mujeres indias, en las mulatas o en las mestizas. Esta Nueva granada es la que nos presenta, tal y cómo la ve el historiador Renán Vega Cantor.

El libro es fresco, es de hace apenas un año, (2016) y está publicado por ‘ocean sur’. Su autor es profesor universitario, Doctor de la Universidad de París VIII, y ha contribuido enormemente a esclarecer con su pensamiento crítico, lo que ocurre en Colombia y América Latina, por medio de tantos libros, como el presente: Elogio del pensamiento crítico/Ensayos iconoclastas, de donde van hilvanándose estas citas.

Para ciertos medios de manipulación, así como para empresarios devotos de la inversión extranjera, del libre comercio y demás negocios rentables, ecuatorianos, la vecina del Norte es un buen modelo de economía. Solo que este autor dice: “No es difícil documentar la magnitud de la horrorosa desigualdad de la sociedad colombiana: hay 20 millones de pobres y 7 millones de personas que viven en la más absoluta miseria, lo cual quiere decir que uno de cada dos colombianos es pobre y uno de cada seis es indigente; el desempleo afecta, según cifras oficiales, a dos millones doscientas mil personas y si a ellas les sumamos las que sufren el subempleo y otras formas disfrazadas de desempleo, tenemos que el desempleo real cobija a unas nueve millones de personas, el 41% de una población económicamente activa de 20 millones.”

Vale decir en este punto que la Vecina del Norte está bordeando los 50 millones de habitantes (49’090.937 habitantes) que viven en una territorialidad de 1’142.000 km2. Pero lo que también hay que decir es ¿Cómo está distribuida la tierra? ¿En manos de quiénes están las mejores tierras? ¿Y el abandono de tierras por la violencia? Para una república vecina como la ecuatoriana, es importante que se sepa lo que pasa con la Vecina del Norte, porque nos atañe directamente. La migración colombiana de los desempleados es una realidad para la cual hay que estar preparados no solo legalmente, sino moral, afectiva y sicológicamente. Ahora podemos estar viéndolos como ‘extranjeros’, pero en realidad nunca lo fueron. Desde la época colonial, los mestizos ecuatorianos provienen mayoritariamente de ancestros colombianos. Hasta la música del pasillo se pregona que tiene origen colombiano. Los negros en su trata provenían de Santa Marta, de Popayán y otros lugares y eran vendidos para Guayaquil y sus entornos. Quien sabe los menos movilizados han sido los indígenas, pero no hay que extrañar que Bogotá tenía verdaderas colonias de otavaleños que aparecían hasta en postales como “columbian indians” vendiendo tejidos; y no se extrañen si los encuentran en cualquier zaguán de cualquier pueblo de la Vecina del Norte.

Pero hagamos un enfoque con lentes o gafas de la historia, ahora en palabras del controvertido Fernando Vallejo que hace temblar todo, cuando habla, rememorando siempre su Medellín en donde nació: “Ya va para doscientos años que nació esto, un día en que se quebró un florero. ¿Lo quebraron los criollos? ¿Lo quebraron los peninsulares? Unos y otros lo quebraron puesto que eran unos mismos: tinterillos de corazón en busca de puesto. Acto seguido les declaramos la guerra de independencia y se la ganamos. ¿Pero independencia de qué? ¿De quién? ¿Por qué? ¿De España? España era eso: tinterillos, las estampillas, el papel sellado. Pues los tinterillos con sus estampillas y su papel sellado han pesado desde entonces sobre nosotros y se han parrandeado nuestro destino. Nosotros lo hemos permitido, nosotros les hemos dejado hacer, la culpa es nuestra. ¡Cuánta tinta no ha corrido por este país en estos doscientos años en constituciones y plebiscitos, en ordenanzas y decretos y leyes! Casi tanta como sangre…”

Preguntémonos nosotros, los desmembrados de la misma madre, si no provenimos de los tinterillos que quieren una constitución para que se legalice lo que quiere cada caudillo, cada núcleo familiar en cada época. ¿Qué constitución se frustraría en la cabeza de una cresta socialista matrimoniado con una alcancía redonda e insaciable? De la que nos perdimos. ¿Es nuestro reflejo lo que se mira en el espejo que sostiene la Vecina del Norte? Renán Vega explica: “En términos económicos, cuatro grupos monopólicos, estrechamente ligados al capital imperialista, son dueños de las más diversas actividades económicas y productivas, y son los que finalmente deciden quién hegemoniza el poder político. Dichos grupos económicos dominan los medios de comunicación, ahora en alianza con capital español, y por eso en Colombia dos canales de televisión privados, dos cadenas de radio y un periódico de circulación nacional dictaminan qué se dice y se piensa en nuestra sociedad. Es una dictadura mediática de los grandes grupos económicos, a través de sus empresas periodísticas, que configuran un cartel del terrorismo ideológico y cultural y son los puntales de la guerra informativa contra la población y contra todos los que consideran sus enemigos –como lo han podido comprobar recientemente los gobiernos de Ecuador, Venezuela y Nicaragua-…” ¿Qué nos espera a una sociedad que casi no lee y que está amarrada a la lengua de los dinosaurios de la telebasura que siguen hablando de su cuento de su patria?

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