La venganza de los pingüinos

 Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador/Cronista Oficial de Ambato

John Davis, parado frente al mar, en el mismísimo culo del mundo que también se llama Patagonia, está en espera que reaparezca vomitado por las aguas gélidas, su amigo el corsario Tomás Cavendish. Los únicos que pueden dar noticias y razón del tiempo son esos reporteros de las pailas del hielo que tienen diablos que tiritan con azufre congelado debajo de la muerte. Disfrazados de señores y con paso de autoridades,  los pingüinos  de cabezas anaranjadas, graznan como emperadores erguidos de fastidio y de monotonía frente a los intrusos. Es 20 de mayo de 1592 que  quiere decir: faltan ocho ‘minutitos’ para que se termine este siglo que ha desparramado las codicias de Europa por los mares que todavía mucha gente cree que son como una mesa, en cuyo final las aguas caen a los precipicios de la nada.

Pasa el tiempo medido en meses y el almirante Cavendish no aparece en el horizonte al mando del Leicester Galleon. Tampoco hay señales de los tres buques que los acompañaron. John Davis, parado en una roca, en la punta sur del continente, se consuela con estar un poco a salvo en esa ría que la llaman Port Desire o Puerto Deseado y  que retorna a mirar como lo hacen los pingüinos, un poco con indiferencia a la soledad y al pánico con que sabe soplar el mar  esas temperaturas que están bajo el nivel del hielo de la muerte. Parado en la punta que llaman de Cavendish pregona su soliloquio inglés, y asumiendo el engreimiento de un pingüino emperador se dice: soy corsario porque tengo permiso de la Corte para robos y saqueos a puertos y barcos; mientras miles de pingüinos  Magallanes y los Adelaida, siente como que le dicen: ahora da lo mismo que seas un pirata ladrón para tus exclusivas ansias de enriquecimiento…

¿Cómo saber que es invierno entra las ráfagas de nieve y hielo? Creo que nos metimos por los caminos más oscuros del mundo. Estamos en los sobacos de la tierra. Solo nosotros podemos decir que sabemos de muchas clases de oscuridades. Las terribles son negras; pero son blancas las desesperantes que pretenden ser luz pero no pueden. Pienso que la oscuridad del agua es más grave que la oscuridad de la muerte. Aquí me doy cuenta que la soledad también tiene sus tinieblas, y sacuden el alma del más fuerte. Las olas se reniegan del silencio y abren sus garras para desbaratar sus arrecifes. Es fácil decir que los corsarios tuvieron problemas en el invierno, en el Estrecho de Magallanes, por lo que hicieron norte. Debemos recordar que  un 20 de mayo de 1592 la Desire y laBlack Pinnace se perdieron de las otras naves, y que por eso hemos vuelto  a Puerto Deseo a esperar a Cavendish.

Oteando el horizonte, recuerda las conversaciones que siempre repetía Thomas Cavendish, que cuando por marzo de 1520 había entrado en la ría llamada ya  Hernando de Magallanes, en esos rincones del mundo, los mares, el Atlántico y el Pacífico, se peleaban con enormes bofetadas, sin respetar siquiera la cara de las islas que buscaban protección en el viento gélido, extenuadas de las borrascas.  Algunos navegantes decían que por ahí  queda una «Bahía de los Trabajos Forzosos». ¿Sería porque trabajaban contra el viento y las olas?  Otro momento le habían contado que El 17 de diciembre de 1586, siendo ya corsario, es decir con permiso legal para atracar,  Thomas Cavendish, había entrado al estuario con sus barcos Desire de 120 toneladas, Hugh Gallant de 40 toneladas y Content  de 60 toneladas; y que fue el propio Cavendish quien llamó a ese puerto como  Puerto Deseado; y que la punta de la orilla, en la boca de la ría, se le iba reconociendo como Punta Cavendish. Basta llegar para inmortalizar nuestros nombres, habían gritado a los pingüinos que graznaban sin poder dar sus pasos largos.

John Davis y su grupo de maleantes van desplumándose de sus esperanzas entre el hambre y el tedio. ¿Qué le habría ocurrido a Cavendish? Podría atracar algún barco español cargado de oro o de mercancías? ¿Estará contando muertos? Los pocos tripulantes que acompañan a John Davis esquivan la remembranza de lo que le había ocurrido a Cavendish en Enero de 1587, cundo luego de pasar el Estrecho de Magallanes, en un sitio chileno que llamaron Rey Don Felipe, había encontrado tan solo con 15 hombres y tres mujeres como sobrevivientes de los 296 colonos instalados por Sarmiento de Gamboa. No vamos a perecer de frío y de hambre, eran voces de consuelo que se hacían humo mientras hablaban. Vamos a navegar rumbo a la Isla de los Pingüinos que la tenemos al frente, ordenó el capitán.

A 25 kilómetros de mar abierto, los pocos aventureros  conversan a gritos en inglés mientras los pingüinos vestidos de solemnidad,  oyen esa lengua eterna de los corsarios.   Se arremolinan dando saltos con sus dos patas a la vez, mientras con sus ojos rojos presienten que algo extraño va a suceder con ellos. Hemos encontrado el respaldo a nuestra supervivencia, pregona cualquiera de los más hambrientos. La carne de estos disfrazados monjes  será la fuente que nos permita volver al mar en búsqueda de algún puerto. Salaremos a los que alcancemos, pero debemos empezar con la masacre.

Y van cayendo los vencidos por los sables y los cuchillos de los asesinos, uno a uno, en la jornada más larga que recuerda la historia, sobre del derramamiento de sangre con la obsesión más fría. El mar se viste de plumas y el hielo se pinta de rojo. La tripulación que ha practicado destripar humanos y degollar adversarios, dice estar cansada de matar pingüinos.  ¿Estáis seguros de cuántos pingüinos hemos degollado? Están desplumados, destripados y salados. En cubierta hemos contado que son 25.510. (Dato relatado en un memorial del propio John Davis).

¿Acaso lleváis carne para la reventa?, les dice Davis. En todo caso, elevad anclas y huyamos al Brasil, no sea que nos caiga alguna maldición de los pingüinos.

“Por fin el 22 de Septiembre de 1592 iniciaron el tortuoso regreso a Europa. Poco antes de enfilar la salida del estrecho, un grupo de indios tehuelches los atacó y mataron a nueve marineros. Los vientos más benévolos les permitieron alcanzar el Atlántico y poner rumbo Norte. Pasado Año Nuevo, frente a las costas de Río de Janeiro, volvió a sufrir un ataque indígena que dejó trece muertos más. Pero lo peor estaba por llegar; al cruzar la línea del Ecuador, los pingüinos muertos se vengaron: la carne se pudrió y en ella nacieron millares de asquerosos gusanos que devoraron todo lo que encontraron, desde la ropa y las velas hasta la madera. Sin alimentos, enfermos de escorbuto y con el navío arruinado y a merced de las olas, la Providencia quiso que el barco de Davis fuese arrastrado hasta la aldea irlandesa de Bantry, donde fueron rechazados por sus habitantes ante la pestilencia y el asqueroso aspecto del barco y los marineros. Solo  hubo catorce supervivientes. Apesadumbrado por su trágica odisea, John Davis pasó dos años escribiendo manuales de navegación” (José María González, Protagonistas desconocidos de la conquista de América, p. 313. Cita repetida en pág. Virtual sobre Davis). En 1604 hizo un viaje a las Indias Orientales. Un año después fue asesinado  por piratas japoneses en los estrechos de Malaca. Sus biógrafos dicen que nació en 1543 en Sandridge cerca del puerto pesquero de Dartmouth (Inglaterra). Murió de 61 años.