Por: Dr. Pedro Reino Garcés
Historiador-Cronista Oficial de Ambato
En mis manos un libro sobre la Historia de Piura, 653 páginas (más adicionales de mapas y gráficos. Pasta dura). Es una “publicación de la Universidad de Piura financiada por la Municipalidad Provincial de Piura, según convenio de septiembre de 2004” El libro está editado bajo la dirección de José Antonio del Busto Duthurburu (Instituto de Investigaciones Humanísticas/Departamento de Humanidades/ Universidad de Piura, Perú, 2004). El libro se puede leer en la Biblioteca de la Ciudad y la Provincia, en Ambato, a donde ha llegado por donación. Estupenda donación y mensaje subliminal para quienes solo pensamos en las luchas territoriales. El Director es Profesor Emérito de la PUCE peruana, quien ha seleccionado los trabajos investigados por jóvenes estudiantes que sustentan cada artículo en por lo menos 50 libros citados, entre los que me parecen muy singulares los Boletines del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) (Ver: Bases de intercambio entre las sociedades norperuanas y surecuatorianas: Una zona de transición entre 1500 a.C. y 600 d.C.). Nota curiosa resulta mirar que en esta bibliografía casi no hay fuente de autor ecuatoriano, salvando el caso de Abya-yala.
Mi interés en este libro tiene dos focalizaciones: a) entender mejor los aspectos culturales de la Costa Ecuatoriana que fueron desintegradas bajo estos dos esquemas de conquistas: la inca y la hispana; y b) aclarar ideas y principios de los difundidos indios tallanes traductores de Pizarro y sus huestes en la conquista del incario, Martinillo, Francisquillo y Felipillo de Poechos (¡Qué cariñosos designativos!). Sin este soporte, el imperio inca hubiese demorado algún tiempo más en ser derrocado.
Ubiquémonos en las zonas de Tumbes y Piura. Pensemos que al margen de nuestras guerras fratricidas, nos subyace una historia común. Es decir, como ecuatorianos, no solo debemos decir que nos interesan territorios que se nos desvincularon, sino que, como gente de cultura, nos interesa saber sobre ese pasado que no tiene marca de patrioterismo efervescente, sino interés académico. Tumbes y Piura están “en la frontera climática –en esa frontera oscilante que avanza o se retrae, según los caprichos del clima”. El río Piura unas veces recibe las lluvias que bajan a los desiertos costeros, y otras veces se queda seco porque las lluvias buscan cauces para viajar al Marañón. Por aquí surgieron las culturas llamadas Vicus y la de los Moche, que después de un gran apogeo, entraron en desestructuración sociopolítica por los años 700 y 900 d.C. “inducido seguramente por la aparición de las culturas Wari y Cajamarca en la costa norte” (Velezmoro Montes, Víctor, Orígenes y Primeros Tiempos, p. 32).
Ahora pasemos a lo del tesoro. “El tesoro de Frías es uno de los más importantes hallazgos arqueológicos, comparable al de las Tumbas del Señor de Sipán. El ajar está compuesto por 60 piezas de oro, cobre dorado, incrustaciones de turquesa y mullu y cerámica afiliada a las tradiciones norandinas encontradas en el cerro Callinngará y recuperada de las manos de las fraguas de unos huaqueros en el año 1953. La magnitud del tesoro radica en la belleza de su objeto más reconocido y apreciado, que es el idolillo que lleva por nombre “Diosa” o “Venus de Frías”. Este “ídolo antropomorfo femenino de deslumbrante belleza, mide 8 cm de alto. La destreza del artista se manifiesta en el detalle particular de su rostro y manos; la posición que esta tiene nos sugiere que la estatuilla debió formar parte de un altar, en el cual era insertada para presidir algún ritual…tal vez es la diosa de la fertilidad, imagen de la luna o de la madre tierra, bienhechora de ese grupo humano. Posiblemente fue utilizada dentro de los rituales de iniciación fértil a las jóvenes o formó parte de la parafernalia en rituales de purificación y agradecimiento a la madre-tierra.
El exquisito trabajo de la delgada banda aplicada sobre los ojos almendrados, (formados por incrustaciones de piedras finamente talladas), es una muestra de la alta calidad que había llegado a adquirir la orfebrería…todos los rasgos nos indican su procedencia norcosteña ecuatoriana, específicamente del conjunto cultural llamado Tolita-Tumaco (500 a.C.-500 d.C.)
Tolita-Tumaco destacó por ser un centro ceremonial de primer orden, al que acudían multitud de peregrinos de una vasta área (pudiendo incluir a los Andes nor-peruanos. También destacó por ser la única cultura precolombina que conoció y trabajó el platino en sus profusamente decorados objetos y el uso de técnicas como el laminado, recorte y soldado en oro con el fin de crear variados colgantes, narigueras, alfileres que pendían de las piezas. Muchos ejemplares son cabezas antropomorfas o zoomorfas, las cuales presentan también incrustaciones de piedras preciosas: cuarzo, jaspe y jade, además de la turquesa, que debieron venir desde el sur a través del intercambio comercial.” (p. 33)
Salta a mi mente una inquietud vinculada a la iconografía de santos y vírgenes que implementó el cristianismo temprano en nuestros lares. Pongamos el ejemplo de la Virgen del Cisne que mide 65 cm., cuyo santuario o huaca magnética está en la zona de Loja (Ecuador). Según Pío Jaramillo Alvarado, su devoción es también por la fecundidad de la tierra y las bondades del agua. La pregunta es ¿de qué tamaño fue la imagen original suplantadora en esta mímesis que ha devenido en el sincretismo religioso? Si es una miniatura como las innumerables réplicas que sirven de para la profusión de la fe de sus devotos, ¿no estaremos ante un palimsesto icónico de una Venus adorada por las culturas norperuanas y costeras del Ecuador? De lo que sí hay evidencias es que, la iglesia católica suplantó la devoción a una diosa aborigen, ubicada en la Huaca del Cisne, desde 1596.
Resulta grotesca la imaginería de las esculturas de madera o de otros materiales que trajo la civilización hispana. Las divinidades aborígenes siempre las encontramos representadas en oro, plata y pedrería preciosa. Las divinidades aborígenes tienen un concepto más elevado que la artesanía escultórica europea. Los dioses amerindios son cosa de orfebres que vincularon el oro y los demás metales preciosos a una divinidad brillante, refulgente. Por otra parte no son dioses del martirio, sino de la alegría de vivir y de propiciar la fecundidad. Son dioses de la vida y no de la agonía ni de la muerte como el ejemplo que propone el cristianismo a sus seguidores, para el sometimiento a las castas de poder.